?Pueblo salva pueblo? Populista, no popular
Cuando se asume que el Estado fracasa como sost¨¦n social, el objetivo es que se limite a garantizar el orden que ofrecen las tradiciones y el mercado, recurriendo al uso de la fuerza militar, policial o judicial
La extrema derecha ha visto en la dana una oportunidad para instalar sus marcos discursivos prefabricados. Relatos antiestatistas que llevan a?os empaquetando a la espera de las coordenadas adecuadas y los grandes desastres que, en ciertos contextos, son un fruct¨ªfero campo experimental para ponerlos en circulaci¨®n.
Hay, al menos, tres factores contextuales que hoy favorecen esta maniobra.
En primer lugar, hace tiempo que las derechas vienen capturando parte del inconformismo social y la incorrecci¨®n pol¨ªtica frente a un progresismo demasiado conservador y previsible.
En segundo lugar, la idea de que el poder p¨²blico (no solo pol¨ªtico) suele traicionar a las mayor¨ªas, es recurrente y vuelve en ciclos cada vez m¨¢s cortos. El espacio representado por los ¡°pol¨ªticos¡± adolece de una credibilidad inestable y son muchos los que se sienten capaces de criticar sus decisiones, convencidos de que tienen herramientas de sobra para hacerlo mejor que ellos. Hay un cierto agotamiento de lo pol¨ªtico y los liderazgos son vulnerables.
En tercer lugar, la politizaci¨®n reticular que ofrecen las redes sociales ha reforzado la propaganda antiestatista. Como se?ala Eric Sandin, permite que cada uno exprese toda su agresividad como si formara parte de una turba, real o ficticia, y facilita actitudes irresponsables y autoindulgentes. La libertad salvaje en las redes se combina con el esp¨ªritu revanchista de quien cree estar llamado a hacer(se) justicia. Vito Quiles, Javier Negre o Alvise P¨¦rez, son agitadores profesionales que asumen este papel, aunque tambi¨¦n cuenta la multiplicaci¨®n de mensajes de algunos medios de comunicaci¨®n convencionales.
Sin embargo, el cuestionamiento del Estado no tiene nada que ver con el empoderamiento ciudadano. Aprovechar las circunstancias en las que se da una tragedia para cuestionar la autoridad del Estado no puede confundirse con la oposici¨®n a cualquier forma de autoridad, ni mucho menos con la puesta en valor de la autogesti¨®n comunitaria o popular.
Hace ya algunos a?os, Murray Rothbard, economista de la escuela austriaca y, en su momento, inspirador de la esfera ultra, cre¨® el t¨¦rmino ¡°paleolibertarismo¡± para dejar claro que el socavamiento del Estado ten¨ªa como finalidad el fortalecimiento de instituciones sociales m¨¢s ¡°amigables¡± como las iglesias, las familias y las empresas. Esto es, que el objetivo no era el de salvar al pueblo, sino el de dejar el camino libre al capitalismo del desastre.
Cuando se asume que el Estado fracasa como sost¨¦n social, sobre todo cuando m¨¢s lo necesitamos, el objetivo es que se reduzca a garantizar el orden (natural) que ofrecen las tradiciones y el mercado, recurriendo al uso de la fuerza militar, policial y/o judicial. Bala, Buey y Biblia, dec¨ªa Bolsonaro, haciendo una relectura securitaria y represiva de nuestros enclaves seguros. De esta manera, la articulaci¨®n entre las ideas reaccionarias y el anarcocapitalismo pod¨ªa resultar tan atractiva y transgresora como convincente y oportuna.
Es cierto que la ultraderecha ha sabido vehicular el descontento de quienes se han considerados perdedores, y tambi¨¦n el miedo de quienes ten¨ªan algo que perder. Pero lo que resulta m¨¢s interesante en su itinerario no es solo la movilizaci¨®n de esas emociones negativas sino la restauraci¨®n, en toda regla, de un imaginario de lo com¨²n concebido al margen del Estado que ha conseguido encajar a la perfecci¨®n en el neoliberalismo m¨¢s extremo.
La apuesta por la familia tradicional, el natalismo, el antifeminismo, el supremacismo, la ecolog¨ªa racial (ius sanguinis frente a ius soli) o la teor¨ªa del gran reemplazo, se hace compatible con la defensa del mercado sin control, las privatizaciones y las grandes propiedades. Desde su hero¨ªsmo patri¨®tico, por ejemplo, La Revuelta, vinculada a Vox, difund¨ªa que la ayuda tras la dana ser¨ªa solo para espa?oles, y presum¨ªa de haber logrado la colaboraci¨®n de Roro, conocida tradwife de opiniones retr¨®gradas. N¨²cleo Nacional difund¨ªa tambi¨¦n consignas xen¨®fobas y a esa fiesta se apuntaban Falange, Desokupa o Democracia Nacional, de marcado car¨¢cter filofascista. Todos ellos movimientos negacionistas que no levantar¨ªan un dedo contra el capital especulativo ni contra ninguna forma de expolio al pueblo.
Aunque la dana haya sido una consecuencia directa, entre otras cosas, del deterioro ambiental que nosotros mismos hemos provocado, est¨¢ claro que estos negacionistas clim¨¢ticos no dar¨¢n ni un paso atr¨¢s porque su oposici¨®n al compromiso ecol¨®gico tiene que ver, sobre todo, con la alta rentabilidad de los nichos especulativos vinculados al control irrestricto del territorio, los recursos naturales y las fuentes energ¨¦ticas. Si no se remedia, la obsesi¨®n de las derechas por la industria del turismo y la desregulaci¨®n del sector inmobiliario ser¨¢ mucho m¨¢s intensa despu¨¦s de la cat¨¢strofe. Por suerte, que el Gobierno haya reaccionado con una abultada bater¨ªa de medidas aleja, de momento, semejante monstruosidad.
El paleolibertarismo es una psicopat¨ªa que se crece en las crisis y prefigura sociedades ancladas en el odio, la rabia y la desconfianza frente a las instituciones que las protegen. Esas sociedades no son ni m¨¢s libres, ni m¨¢s empoderadas, ni m¨¢s solidarias. La s¨®rdida ¨¦pica militante y la violenta batalla con la que sue?an los ultras es solo la de unas ¨¦lites profundamente aut¨®cratas. No es la batalla salv¨ªfica del pueblo autoorganizado sino la batalla mortal de sus tiranos.
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