¡°Nunca imagin¨¦ un final as¨ª¡±
Los familiares lamentan la soledad en la que murieron las v¨ªctimas en plena pandemia y no haberlas podido acompa?ar por las restricciones en los hospitales
Sandra Prat admite que necesita tiempo. ¡°Me costar¨¢ a?os superar lo que hemos vivido¡±, reconoce con la voz cortada a trav¨¦s del tel¨¦fono. Habla de sus abuelos ¡ª¡±casi unos segundos padres¡±¡ª, de cu¨¢nto se quer¨ªan, y de lo juntos que se fueron y a la vez tan separados. ¡°Me siento vac¨ªa de solo pensar en su soledad final. Eso es lo que me cuesta m¨¢s¡±, dice.
Los abuelos de Sandra son Francisca Gil, de 89 a?os, y Manel Prat, de 88. Murieron con 16 d¨ªas de diferencia a finales del a?o pasado tras haber pasado toda la vida juntos. Su historia es el reflejo de la crudeza de la pandemia en los hogares catalanes. La Generalitat super¨® este jueves los 20.000 fallecidos por coronavirus tras casi un a?o de epidemia, una cifra marcada por el aislamiento, la soledad, y finalmente el silencio.
Manel y Francisca viv¨ªan con su hija, la madre de Sandra, en Matadepera (Vall¨¨s Occidental). La hija se hab¨ªa trasladado hac¨ªa un a?o y medio a casa de sus padres para cuidar de Francisca, con alzh¨¦imer. ¡°Ten¨ªa limitaciones con la alimentaci¨®n, pero com¨ªa si estaba mi madre¡±, explica Sandra.
En octubre del 2020 ingresaron a Manel en el hospital. Ten¨ªa fiebre alta y un dolor que le imped¨ªa moverse. Se hab¨ªa ca¨ªdo unos d¨ªas antes, pero los primeros diagn¨®sticos descartaron que tuviera lesiones ¨®seas y fue dado de alta. Finalmente, le descubrieron un hematoma interno que acab¨® infect¨¢ndose y regres¨® al hospital. En ese tiempo, a Francisca le detectaron una infecci¨®n de orina y tambi¨¦n la ingresaron.
¡°Mi madre movi¨® cielo y tierra para ir a verla y llevarle algunas cosas¡±, recuerda Sandra. ¡°Nunca m¨¢s pudimos entrar, y mi madre sent¨ªa que dejar¨ªa de comer y que ser¨ªa el final. Y as¨ª fue¡±, a?ade.
¡°Mi abuelo no quer¨ªa volver al hospital para no estar solo¡±, recuerda Sandra
Manel y Francisca se vieron por ¨²ltima vez a trav¨¦s de una pantalla de tel¨¦fono. El abuelo hab¨ªa regresado a casa ¡°porque estaba mejor y faltaban camas¡±, asegura Sandra, y la abuela segu¨ªa en el hospital, donde estar¨ªa tres semanas m¨¢s. ¡°Se despidieron all¨ª, a trav¨¦s del m¨®vil. ?l sab¨ªa que ella no saldr¨ªa de aquello. Intentaba animarla, le dec¨ªa que se pondr¨ªa mejor y que ir¨ªan a bailar. Pero aquello era una despedida¡±, recuerda la nieta.
La infecci¨®n de Manel empeor¨®, volvi¨® al hospital, y al poco de ingresar, Francisca muri¨®. ¡°Dej¨® de comer. Estuvo tres semanas sola. Entramos a verla el ¨²ltimo d¨ªa y ya ni nos conoc¨ªa. Fue terrible¡±. Manel, ingresado, nunca supo que Francisca hab¨ªa fallecido. ¡°No se lo dig¨¢is, dejar¨¢ de luchar. Y yo no puedo dejaros pasar para acompa?arle¡±, les recomend¨® un m¨¦dico. El abuelo se infect¨® de covid en el hospital y muri¨® a los tres d¨ªas. Los dos se marcharon con 16 d¨ªas de diferencia, en el m¨¢s absoluto silencio.
¡±Nunca hab¨ªa imaginado un final as¨ª. Tan solos. Mi abuela no muri¨® por covid, pero dej¨® de luchar por la soledad que sufri¨®. Y mi abuelo, lo mismo. Al final se van los dos a la vez y me queda el consuelo de que est¨¢n juntos, pero tienes el pensamiento de que se est¨¢n yendo y t¨² no est¨¢s all¨ª, y eso es lo peor. No puedes transmitirles el calor ni el ¨¢nimo que necesitan. Y se rinden. Se rinden porque est¨¢n solos. Cuando mi padre volvi¨® unos d¨ªas a casa no paraba de decir ¡®?me he sentido tan solo!¡¯. No quer¨ªa volver al hospital por eso¡±, resume Sandra, que lamenta la desinformaci¨®n ¡°bestial¡± de aquellos d¨ªas.
Sandra es maestra en una escuela del pueblo. Sus alumnos le distraen y el trabajo la activa. Pero no es f¨¢cil pasar p¨¢gina. ¡°No les pudimos acompa?ar. Y eso dificulta el duelo¡±, a?ade.
La psic¨®loga Elisabeth K¨¹bler-Ross estableci¨® las cinco etapas del duelo en su libro de referencia En la muerte y muriendo, de 1969, donde la primera fase era la negaci¨®n. ¡°No acompa?ar a alguien en el proceso final de su vida, y no verlo ni que sea en un f¨¦retro no ayuda a superar esta etapa¡±, admite Jordi Fern¨¢ndez, tanatopractor de la funeraria M¨¦mora.
¡°Las familias tocaban el coche para despedirse¡±, dice un funerario
Jordi se dedica a recibir a los difuntos y a ¡°devolverlos en las mejores condiciones y dignidad¡±. Su equipo desinfecta, lava, viste y acondiciona los cuerpos hasta que sus familias se los vuelven a llevar definitivamente. Con la pandemia, sin embargo, los velatorios se prohibieron durante algunos periodos para evitar contagios. ¡°En marzo y abril parec¨ªa que vivi¨¦ramos en una guerra¡±, recuerda Jordi. ¡°No par¨¢bamos de enferetrar. Hab¨ªa un mar de cajas de difuntos y tuvimos 900 cuerpos en custodia. Llegamos a la situaci¨®n de colapso en alg¨²n momento. Estaba todo a tope y las neveras no daban abasto. Fue preocupante. Las familias hac¨ªan un acto de fe al creer que dentro de la caja estaba su familiar. Los seres pr¨®ximos te piden verlo una ¨²ltima vez, pero no pod¨ªamos por las restricciones sanitarias. La vida ha sido muy injusta con todos ellos y es una mancha que no se ir¨¢ nunca...¡±.
Un ¨²ltimo adi¨®s
El traslado de los difuntos a los cementerios se convirti¨® en la ¨²ltima salida para muchos familiares. ¡°Los ch¨®fers se encontraban a cuatro o cinco familias en las puertas de los cementerios y se lanzaban encima del veh¨ªculo para preguntar qui¨¦n hab¨ªa dentro. Fue muy duro para todos. Imagina el nivel de desesperaci¨®n, que tocar el vidrio del coche era su manera de decir adi¨®s¡±, explica un portavoz de la empresa.
Jordi admite que para realizar este tipo de tareas ¡°tiene que gustarte¡±, pero que nadie estaba preparado para el volumen de trabajo que alcanzaron. ¡°Psicol¨®gicamente era muy duro. No desconectas en ning¨²n momento. El d¨ªa que todo vuelva a la normalidad, algunos necesitaremos ayuda psicol¨®gica. Cuando todo acabe ir¨¦ a tratarme. Noto que estoy muy tierno, no soy el que era, tengo las emociones a flor de piel y cualquier cosa me hace llorar¡±, reconoce.
A pesar de la crudeza de la pandemia, el tanatopractor mantiene recuerdos imborrables. ¡°Una chica de 18 a?os me pidi¨® una medalla que ten¨ªa su difunto por su valor sentimental. No pod¨ªa decirle que no. Fui, me vest¨ª con la EPI, abr¨ª la caja y se lo devolv¨ª. El agradecimiento, con su mirada, es infinito, a¨²n sin abrazarnos. Y esto es lo bueno de mi trabajo¡±.
Para Jordi, sin embargo, la Administraci¨®n no ha valorado suficiente la tarea de su sector. ¡°A¨²n esperamos que el Ayuntamiento de Barcelona nos agradezca el trabajo que hicimos. Nos sentimos olvidados. ?T¨² crees que no somos dignos de que no se nos considere profesionales de primera l¨ªnea o que nos mencionen en el Parlament?¡±, a?ade.
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