Coque Malla hizo suyo el Liceo en un concierto de aire juvenil
El cantante de Los Ronaldos y ¡®Adi¨®s pap¨¢' mostr¨® estilo y un cierto clasicismo en su actuaci¨®n en el coso oper¨ªstico
Cuando Coque Malla era lo que parec¨ªa, un cr¨ªo, la escena hubiese resultado imposible: diez minutos antes del comienzo de su concierto el pasado d¨ªa 5, el Liceo sin entradas, en la puerta del recinto s¨®lo se ve¨ªa a sus trabajadores, apostados junto a las vallas que hab¨ªan canalizado el acceso del p¨²blico. Citado en diversas franjas horarias hab¨ªa respondido con la urbanidad achacable a quienes ya le han ganado la partida a la treintena y ahora se empe?an en hacerlo a la cuarentena y la cincuentena. En los inicios de su vuelta a los escenarios tras las restricciones, Coque Malla hab¨ªa recibido de manos de la promotora y organizadora del festival de Guitarra su P¨²a de Oro, un reconocimiento a la trayectoria de quien no peina canas ni a los 51 a?os. El tiempo ha pasado, aunque a veces nos esforcemos en disimularlo.
Coque Malla 2021. Mantiene su voz, ahora de cr¨ªo crecido, preserva un cuerpo casi ani?ado, breve, huidizo y nervioso, mantiene una actitud de lagartija sobre el escenario, en el que apenas para quieto y mantiene un nutrido grupo de fans. Conserva tambi¨¦n un cl¨¢sico de sus canciones, la relaci¨®n con las mujeres y sus querencias y desavenencias, tema eterno, tambi¨¦n mantiene alguna de las canciones que le hicieron famoso con Los Ronaldos, como un Adi¨®s pap¨¢ que no tardar¨¢ en escuchar con los papeles cambiados, Gu¨¢rdalo, Por la noche o No puedo vivir sin ti. Y, por supuesto esa forma de entender el rock desde un ¨¢ngulo de rhythm anb blues cuando no directamente desde el blues, caso de Todo el mundo arde. Y su p¨²blico, atrapado en la burguesa pomposidad del Liceo, tan propio con sus sillas tapizadas para el rock como Razzmatazz con su desnudo cemento para Don Giovanni, bailaba con esa ansia de quien por una noche, al menos una, se comporta como cuando ese comportamiento, por natural, se acababa en s¨ª mismo, sin m¨¢s lecturas.
Por lo dem¨¢s, el concierto se movi¨® en unos registros visuales, est¨¦ticos y musicales ya conocidos de otros tiempos. Coque, simp¨¢tico y dicharachero, explicando an¨¦cdotas divertidas que no sonaban a estreno, engarz¨® todos y cada uno de los t¨®picos del g¨¦nero. A saber: subirse al monitor para componer est¨¦tica; presentar a sus m¨²sicos sin que se entiendan sus nombres; decir que es un honor estar en la ciudad en cuesti¨®n; solicitar y celebrar que el p¨²blico coree las canciones; presentar un hit como esa canci¨®n ignota y an¨®nima que todo el mundo ha pasado por alto ¨Cocurri¨® con Adi¨®s pap¨¢-; cantar sin micro en la boca del escenario imponiendo en platea un reverencial silencio; tocar la guitarra bajo un ¨²nico foco blanco onda Rattle and Hum; asegurar que la energ¨ªa de la noche se siente; hacer un set ac¨²stico con banqueta; salir en bises con esos chalecos que tanto gustan a Manuel Fuentes cuando emula a Sprignsteen y comenzar a despedirse cinco temas antes del final mientras se asegura que gustosamente se quedar¨ªa a tocar toda la noche. La megafon¨ªa salud¨® a Coque con Elvis y lo despidi¨® con Nina Simone, su primer riff calc¨® los movimientos de Keith Richards, y durante el concierto, m¨¢s que canciones afortunadas hubo un estilo, un sonido y un hacer familiar para sus seguidores. Llam¨¦moslo clasicismo.
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