Periodistas mezquinos y periodistas valientes del XIX
El cine pinta una prensa fundacional con las mismas virtudes y pecados que la de ahora
Las hojas manuscritas de avisos venecianas del XVI pasaron a llamarse gaxeta (gaceta en el dialecto del V¨¦neto) porque ¨¦sa era la moneda con que se compraban. Un nombre que hizo fortuna. No puede decirse, pues, que las cabeceras del primer periodismo buscaran ning¨²n halo po¨¦tico, ni tan siquiera evocar los dioses emisarios como Hermes. El dinero tambi¨¦n estaba muy presente en el periodismo que contempl¨® y practic¨® Balzac, impresor y editor de un diario que nadie le¨ªa. De toda la comedia humana que Balzac describi¨®, el cineasta Xavier Giannoli, hijo de periodista, ha hecho su versi¨®n de Las ilusiones perdidas, estrenada hace unas semanas. Estamos en el principio de la segunda d¨¦cada del XIX y Giannoli subraya de la pieza de Balzac, que fue el primero en hablar del cuarto poder, un periodismo sin escr¨²pulos que acomoda las notas y cr¨ªticas a un previo pago. Un periodismo sobornado que no tendr¨¢ sus primeras cartas deontol¨®gicas hasta un siglo despu¨¦s. No es una descripci¨®n de la prensa como para levantar vocaciones.
Pero no todos los periodistas y propietarios necesitaron esperar la publicaci¨®n de c¨®dices ¨¦ticos. El cineasta, y tambi¨¦n reportero, Samuel Fuller quiso levantar con su pel¨ªcula Park Row (1952) un monumento al periodismo decimon¨®nico que pele¨® por una informaci¨®n limpia. Era su ¡°regalo personal al periodismo norteamericano, a los gigantes que mezclan sangre y tinta para hacer historia¡±. Fuller consideraba su proyecto un manifiesto personal y no acept¨® las condiciones de la Fox que le ped¨ªa un reparto con estrellas (Gregory Peck y Ava Gardner), m¨¢s cr¨®nica rosa... Se la produjo ¨¦l.
En el filme, Phineas Mitchell (Gene Evans) est¨¢ disgustado con el trato escandaloso que ha dado su diario, el Star, a un caso de asesinato. Discute con la propietaria, Charity (Mary Welch) y lo despiden. Con unos amigos empezar¨¢ una nueva aventura editorial, The Globe. El gerente del Star, interpreta exageradamente los deseos de su patrona de liquidar la competencia y combate el ¨¦xito del Globe quemando sus quioscos, destrozando las oficinas... Al final, Charity, arrepentida y enamorada de Mitchell, lo dejar¨¢ amo de Park Row, la calle neoyorquina de los peri¨®dicos. La pel¨ªcula est¨¢ llena de homenajes. Por ejemplo, a Ottmar Mergenthaler, que inventa la linotipia en un rinc¨®n del Goble. A Fuller le gustaba particularmente una esquela que hab¨ªa dejado escrita sobre s¨ª mismo uno de los personajes: ¡°No permitas que nadie te diga lo que has de publicar. No te aproveches de la libertad de prensa¡±.
Un musical, extra?o y deshilachado, de Disney, La pandilla (1992) nos situar¨¢ en Nueva York el a?o 1899. Es un acercamiento bien distinto a los due?os de la prensa. Los chavales que reparten los diarios est¨¢n en huelga. Pulitzer, patr¨®n de varios peri¨®dicos, cree en la omert¨¤ patronal con Hearst para combatirla. Este retrato de una primeriza gran propiedad no es muy halagador. Pulitzer sostiene que es ¨¦l quien crea la opini¨®n y no se trata de que sus peri¨®dicos tengan que reflejar las ajenas. Una afirmaci¨®n que tambi¨¦n se encuentra en el Hearst de The Hearst and Davis affair (1985), un biopic rutinario, sin ambici¨®n. ¡°No pretendo reflejar la opini¨®n de la mayor¨ªa, sino establecerla¡±, sentencia Hearst. Algo parecido a lo que una historia ap¨®crifa asegura que le dijo a su dibujante desplazado a Cuba en la vigilia de la guerra contra Espa?a. El pobre hombre se quejaba de que all¨ª no ocurr¨ªa nada y Hearst, que inspir¨® Ciudadano Kane, le contest¨®: ¡°Usted haga los dibujos que yo pongo la guerra¡±.
Siempre sin llegar al siglo XX, en el cine de periodistas hay t¨ªtulos singulares. Quiz¨¢s el que m¨¢s: A Woman Rebels (1936). Pamela ¡®Pam¡¯ Thistlewaite pertenece a una estricta familia brit¨¢nica. Harta del rigor de su padre, se instala en Londres. Le cuesta encontrar trabajo porque no est¨¢ bien visto que una damisela trabaje. Finalmente le hacen un humilde hueco en una revista de costura y buenas maneras. Un d¨ªa, conmovida por el suicidio de una chica que le hab¨ªa pedido ayuda y aprovechando la ausencia del director, que se ha quedado en casa achacoso, decide publicar una editorial criticando sin reservas el papel que tiene adjudicado la mujer en la sociedad. Cuando, en casa, el director lee el articulo, tiembla. Est¨¢ convencido de que aquello va a hundir su revista. Sin embargo, cuando llega a los locales de la redacci¨®n se encuentra con una larga cola de mujeres que quieren comprar un ejemplar. Y la revista pasar¨¢ a encabezar el combate por la liberaci¨®n de la mujer.
Para otros, el descubrimiento de una prensa libre llega tard¨ªamente y tiene un precio muy alto. Es el caso del Coronel Cobb (Ciudad sin ley, 1935). Estamos en San Francisco, en 1850, y su diario, el Clarion quiere ser el estandarte de la verdad. Sin embargo, pronto descubrir¨¢ que la ciudad est¨¢ controlada por un g¨¢nster violento, Chamalis. Este le hace una visita de advertencia: ¡°cada vez que vayas a publicar una noticia preg¨²ntate si le gustar¨¢ a Chamalis¡±. El periodista se doblegar¨¢ a sus designios y los ciudadanos, que hab¨ªan recibido con ilusi¨®n la salida del Clarion, lo ven tristemente sometido a las pistolas de Chamalis. Cuando sus secuaces matan a un lector que quer¨ªa colgar un pasqu¨ªn recomendando a Cobb que se dedicara a la previsi¨®n meteorol¨®gica, el coronel ordena al tip¨®grafo publicar la noticia del asesinato. ?l no podr¨¢ leerla porque morir¨¢ a manos de Chamalis, pero los ciudadanos se organizar¨¢n con escopetas y proteger¨¢n la distribuci¨®n del diario que, ahora s¨ª, reconocen como suyo.
Esas historias, y las muchas otras que se cuentan en el western, donde hay m¨¢s de un protagonismo femenino, hablan de unos comienzos titubeantes donde conviven conductas bochornosas, y periodistas y patronos que aman un oficio que expulse el enga?o y el envilecimiento. Como ahora. L¨¢stima que, para ser un periodista honesto, se obligue a unos cuantos, demasiados, a ser h¨¦roes. Deben ser cosas del cine. O no.
Puedes seguir a EL PA?S Catalunya en Facebook y Twitter, o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter semanal
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.