Los hidroaviones olvidados de Barcelona: la gran aventura de los marinos con alas
Un libro recupera la historia de la base de la Aeron¨¢utica Naval en los a?os veinte y principios de los treinta del siglo pasado en el puerto de la ciudad
Me encantan los hidroaviones, no s¨®lo porque representan la quintaesencia de la aventura sino porque mi abuelo fue piloto de esos aeroplanos en los a?os veinte del siglo pasado. Aparatos de naturaleza dual que con sus alas y flotadores simbolizan la uni¨®n del cielo y el agua, los hidroaviones fueron y siguen siendo unas de las m¨¢quinas m¨¢s fascinantes de la historia de la aviaci¨®n. Hoy la gente cuando piensa en ellos lo que visualiza es sobre todo a los hidroaviones amarillos de la lucha contra incendios forestales ¡ªlos cl¨¢sicos Bombardier 415 (antes Canadair) o los Air Tractor 802 Fire Boss¡ª, normalmente aviones anfibios, que tambi¨¦n pueden operar desde tierra. Pero dondequiera que ha habido lugares agrestes de dif¨ªcil acceso all¨ª han estado los hidros. Su capacidad de posarse en las aguas de mares y lagos y despegar desde ellas les ha permitido llegar a parajes remotos para los que no exist¨ªa otra v¨ªa de acceso, ya fueran las inmensidades de Canad¨¢ y Alaska o las junglas de Nueva Guinea (el Curtiss HS-2L, el Norseman, el Bellanca Pacemaker, el Junkers W 34, el De Havilland Otter: aviones m¨¢gicos y rutilantes en los que cargar tu mochila y tus ansias de vida salvaje). Siempre han sido unos aparatos muy cinematogr¨¢ficos, desde el Grumman J2F-6 Duck de La guerra de Murphy al Savoia S.21 de Porco Rosso, por poner s¨®lo dos ejemplos. Entre los m¨¢s famosos (sin olvidar a los de Tint¨ªn, me advierte Jos¨¦ Maria Mil¨¢: el de El cangrejo de las pinzas de oro era un precioso Bellanca Pacemaker amarillo y a Herg¨¦ le chiflaban los Sunderland), est¨¢n el Plus Ultra, claro, el Dornier Wal con el que Ram¨®n Franco cruz¨® el Atl¨¢ntico Sur en 1926; el mastod¨®ntico y malogrado H-4 H¨¦rcules Spruce Goose de Howard Hughes/ Di Caprio, o el viejo PBY Catalina de la US Navy rebautizado Flying Calypso que usaba Cousteau y a los mandos del cual se mat¨® su hijo Philippe Pierre al precipitarse en el Tajo en 1979. Los fenomenales Catalina (decisivos en la caza del Bismarck y en la batalla de Midway), junto con los Sunderland, los Arado Ar 196 que embarcaban los buques de alta mar de Hitler, o el magn¨ªfico Kawanishi H8K Emily japon¨¦s, son parte de la leyenda de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque hay hidroaviones desde que el 28 de marzo de 1910 el franc¨¦s Henri Fabre vol¨® en uno por primera vez, bautizado muy convenientemente Le Canard, y a que en la Primera Guerra Mundial ya hubo ases de hidros ¡ªcomo el austroh¨²ngaro Von Banfield (un nombre muy explosivo), con 9 victorias, todas a los mandos de este tipo de aviones¡ª, fue el periodo de entreguerras la ¨¦poca de oro de los seaplane, como se los denomina en ingl¨¦s. Entonces parec¨ªa que los hidroaviones eran el futuro de la aviaci¨®n comercial y l¨ªneas a¨¦reas como Imperial Airways operaban con grandes y lujosos aparatos de esta clase, entre ellos los cuatrimotores Short Empire con los que se hac¨ªa la ruta Southampton-Sidney en diez d¨ªas. Fueron los tiempos tambi¨¦n de las musculadas expediciones trasatl¨¢nticas fascistas de las flotas de Savoia-Marchetti S.55 de Italo Balbo.
En realidad, hay que diferenciar dos clases de hidroaviones, los hidroflotadores (floatplane), que en vez de tren de aterrizaje llevan flotadores (dos o tres) y no tocan el agua con la panza, y las hidrocanoas (flying boat, como los Catalina o los Short Empire), que s¨ª lo hacen y en las que el fuselaje tiene forma de casco de barco y proporciona flotabilidad, con la ayuda tambi¨¦n de peque?os flotadores bajo las alas.
Para muchos ser¨¢ una sorpresa saber que Barcelona, m¨¢s all¨¢ de los actuales aparatos contraincendios y la presencia ocasional durante la Guerra civil de los Zapatones, los Heinkel He 59 de la Legi¨®n C¨®ndor que operaban desde Pollensa, tiene una especial, casi ¨ªntima relaci¨®n con los hidroaviones. La ciudad alberg¨® en los a?os veinte y principios de los treinta del pasado siglo en el puerto una important¨ªsima base de hidros de la Aeron¨¢utica Naval ¡ªel arma a¨¦rea de la marina de guerra espa?ola¡ª y su escuela, que comenz¨® sus cursos en 1921 con los Macchi M.18. En conexi¨®n con la base (oficialmente estaci¨®n aeronaval de Barcelona) y sus instalaciones en el muelle del Contradique, junto a la d¨¢rsena del Morrot, estaban varios buques, a la cabeza el primer portaviones espa?ol, el D¨¦dalo (1922-1940), en realidad un portahidros (cargaba hidroaviones que se arriaban con gr¨²as para despegar desde el mar y eran recogidos de igual manera; llevaba asimismo un dirigible en un hangar en cubierta). Fue construido ¡ªa la saz¨®n por mi bisabuelo, marino de guerra, coronel de ingenieros y al que he de agradecer llevar tambi¨¦n el sambenito, uy, el nombre, de Jacinto¡ª en esa misma ¨¦poca en los Talleres Nuevo Vulcano, astilleros en el muelle Nuevo del puerto, a partir de la reconversi¨®n del vapor Espa?a n? 6, ex Neuenfels alem¨¢n.
Un libro revelador y apasionante, en torno al que se celebrar¨¢ un acto este mi¨¦rcoles en la Comandancia Naval de Barcelona, cuenta la in¨¦dita y muy desconocida historia de los hidroaviones barceloneses ¡ªlos enormes Felixstowe F.3, los Supermarine Scarab, los Savoia S.16 y S.62, los numerosos Macchi M.18, los M.24¡¡ª, sus pilotos y tripulaciones, los mec¨¢nicos que los hac¨ªan volar, el D¨¦dalo y las instalaciones aeroportuarias destinadas a ellos, con especial atenci¨®n a lo que signific¨® la presencia de aparatos y personal en la ciudad, en sus aguas y su cielo. Flyngboat, la Aeron¨¢utica Naval en Barcelona, es obra de dos de nuestros mayores especialistas en historia de la aviaci¨®n militar, David Gesal¨ª y David ??iguez, y lo publica la Fundaci¨®n Enaire, de AENA. Cuenta con un gran despliegue de documentaci¨®n y fotograf¨ªas, parte de ellas in¨¦ditas.
¡°Eran marinos con alas¡±, sintetizan los davids hablando de aquellos aviadores de hidros entre los que se contaba, sin ir m¨¢s lejos, mi abuelo, teniente de nav¨ªo entonces, piloto de la Aeron¨¢utica Naval y que como jefe de una escuadrilla de hidroaviones del D¨¦dalo particip¨® en 1925 en el desembarco de Alhucemas y otras operaciones de la guerra en ?frica, tomando parte en numerosas acciones de combate y bombardeos. No es como si hubiera sido, no s¨¦ m¨²sico, o poeta, pero yo lo encuentro muy emocionante.
¡°En esa ¨¦poca, los a?os veinte, volar era todav¨ªa una gran aventura, no hab¨ªa nada m¨¢s apasionante, y la gente ve¨ªa a los aviadores como personajes audaces y novelescos, los h¨¦roes del momento¡±, se?ala I?¨ªguez. ¡°Los hidros, con su m¨ªstica a?adida, ten¨ªan adem¨¢s un aura rom¨¢ntica, y los oficiales pilotos, muchos arist¨®cratas, respond¨ªan a la imagen glamurosa del aventurero intr¨¦pido y elegante, que saludaba desde el aire a las se?oritas¡±.
Volar hidros era, no obstante, muy peligroso. Lo peor, parad¨®jicamente era el agua en calma y luminosa que provocaba el ¡°mar de espejo¡± que imped¨ªa calcular bien las distancias al amerizar. El relato de los davids est¨¢ lleno de accidentes terribles. ¡°No hab¨ªa nada m¨¢s apasionante que volar entonces, pero a menudo te jugabas la vida, se mat¨® mucha gente, soportaron p¨¦rdidas tremendas¡±, explica Gesal¨ª, que es bombero adem¨¢s de historiador ¡°y no me acojono f¨¢cil, pero cuando ves que ellos cada tres meses enterraban a un compa?ero¡¡±. Entre los accidentes m¨¢s espectaculares est¨¢ el del hidro que cay¨® en el patio interior de un edificio de la calle de Escudillers. El Ayuntamiento lleg¨® a pedir que los hidroaviones no volaran sobre la ciudad.
En parte la siniestralidad se deb¨ªa a que los hidroaviones son m¨¢s dif¨ªciles que los aviones convencionales, pero adem¨¢s la Aeron¨¢utica Naval siempre vivi¨® en Barcelona en una situaci¨®n de extraordinaria precariedad material. Los aviones (el libro presta mucha atenci¨®n a los modelos, una quincena en total, y variantes) a menudo no estaban en buenas condiciones, y las adquisiciones de aparatos no ayudaban: muchos eran parte del stock sobrante de la Primera Guerra Mundial. Hab¨ªa que revisarlos todo el rato. Se hac¨ªan continuamente apa?os, canibalizaban algunos hidros para que pudieran volar otros, y las instalaciones y talleres eran insuficientes. Se construyeron algunos modelos aqu¨ª, como el Savoia 62, pero la industria ten¨ªa poca capacidad de producci¨®n.
?Qu¨¦ tal era la fuerza, militarmente? ¡°Hab¨ªa la voluntad de estar a la altura de la Europa moderna, pero los otros pa¨ªses hab¨ªan avanzado mucho con la guerra mundial y se hab¨ªan puesto al d¨ªa. En las campa?as de Marruecos, la Aeron¨¢utica Naval cumpli¨® bien su deber, hizo su trabajo, pero el material estaba muy obsoleto. El D¨¦dalo no daba m¨¢s de s¨ª, aunque para los barceloneses era como ver la nave Enterprise, lo cierto es que aparentaba m¨¢s de lo que era¡±.
La relaci¨®n con la sociedad civil barcelonesa era muy buena, tanto con la burgues¨ªa como con las clases populares. Los miembros de la Aeron¨¢utica Naval se implicaban en el d¨ªa a d¨ªa de la ciudad bulliciosa, participaban en fiestas y festivales, y estaban muy presentes en la vida social. Se sent¨ªan en su casa. Promocionaron mucho la aviaci¨®n. Los ni?os ve¨ªan los hidroaviones y so?aban con ser pilotos, y algunos lo lograron. La gente se solidarizaba cuando hab¨ªa accidentes y los funerales de los ca¨ªdos fueron siempre multitudinarios.
Queda muy poca memoria de todo aquello, deploran los dos historiadores del aire. ¡°Y es una pena porque fue una ¨¦poca muy interesante, una peque?a Belle Epoque, y el de la Aeron¨¢utica Naval un episodio muy importante, que adem¨¢s dej¨® im¨¢genes muy guapas, como las de los hidroaviones flotando en el agua frente al Real Club Mar¨ªtimo. Pero no es algo que Barcelona recuerde¡±. Los davids reflexionan que la tendencia actual antimilitarista hace que se vea mal una historia que tiene que ver con la Armada y la aviaci¨®n de combate. Recalcan que entonces no se ve¨ªa a los marinos pilotos con animadversi¨®n o como una amenaza, sino como parte integral de la sociedad. De hecho, mi abuela se cas¨® con uno. Se fueron a vivir a casa de la familia de ella, la antigua torre que se alzaba en Escuelas P¨ªas 29. Mi abuelo acostumbraba a sobrevolar la casa con su hidro y lanzarle flores a mi abuela. Tambi¨¦n lo hizo su escuadrilla durante la boda en la propia torre. La ceremonia, seg¨²n se public¨® en las Notas de sociedad del Diario de Barcelona del 3 de enero de 1926, fue un hito en ¡°la vida mundana barcelonesa¡±, con 300 invitados. Fueron testigos de boda el capit¨¢n general Emilio Barrera, el gobernador civil Joaqu¨ªn Milans del Bosch y el almirante Antonio de Eulate. La novia ¡°realzaba su gentil figura con elegante traje bordado de cristal y se adornaba con hermosos encajes antiguos de mucho valor¡±, mientras que el novio ¡°ostentaba el uniforme de gala de los oficiales de la Armada Real de Espa?a con las insignias de la aviaci¨®n y de diferentes condecoraciones¡± (entre otras la Cruz de Primera Clase del M¨¦rito Naval).
La Aeron¨¢utica Naval pag¨® un alto precio en la Guerra Civil. Pero esa es otra historia, con sus propios hidroaviones, que los davids relatar¨¢n m¨¢s adelante¡
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