J Balvin: un soso la mar de divertido
En el primer concierto en Espa?a de su nueva gira, sac¨® lustre en Badalona a un repertorio infalible
Le escena se dio en el metro, donde viajaban la abuela, tocada con un gorro donde dec¨ªa Ma?ana ser¨¢ bonito ¨C¨¢lbum de Karol G- y con edad de ser aqu¨ª madre, su hija y su nieta, acompa?adas pos sus parejas. Tres generaciones. El vestuario de ellas no casaba en absoluto con la neutralidad de un anodino martes, un d¨ªa de la semana que no es ni chicha ni limon¨¢. No hac¨ªa falta ser muy perspicaz para adivinar su destino, el concierto de J Balvin. La imagen arrojaba otros significados, pues la ausencia de criaturas en el convoy parec¨ªa indicar que el colombiano ya es muy intergeneracional aunque parece haber perdido a los m¨¢s j¨®venes por el camino. Confirmaci¨®n al llegar al recinto, el Palau Ol¨ªmpic de Badalona, que no se llen¨® pese a que hac¨ªa seis a?os que no actuaba en la ciudad y donde la post adolescencia y juventud reinaban entre los 6.700 presentes. Balvin no parece hoy cosa de cr¨ªos, ya en otros caladeros. Por cierto, en Qu¨¦ pretendes, ya con el concierto en su sprint final, un plano mostr¨® a la abuela bailando en las primeras filas. Con se?oras as¨ª igual no hacen tanta falta las criaturas.
J Balvin una estrella mundial, uno de los referentes de la m¨²sica m¨¢s denostada del momento. Vulgar, repetitiva y poco refinada. Hay licencia para criticarla, denota estatus cultural hacerlo. En directo, donde su puede percibir su efecto entre el p¨²blico, es una fiesta del cuerpo, un territorio en el que colindan sensualidad y sexualidad. Y eso que Balvin no es ni una cosa ni otra. Cuando hizo que perreaba parec¨ªa estar metiendo monedas en una hucha, aunque no con la mano, y en escena parec¨ªa caminar, s¨®lo caminaba, ni saltaba, ni bailaba, como quien no tiene otra cosa que hacer para matar el rato que ir de aqu¨ª para all¨¢, ni corriendo ni despacio, dudando hasta del ritmo que ha de imponer a sus pasos. Para dejarse ver, vestuario siempre en tonos de papel aluminio, en plan papillote; o bien brillante como una confederaci¨®n de bisuter¨ªas en lucha. Escenario no particularmente imaginativo, con monstruitos, unas manos finales sarmentadas que emergieron como los hinchables de los Stones y un cubo truncado en dos partes, una idea ya usada por Muse en medida XXXL, como altar para dar alg¨²n otro paseo. Momento de abulia letal cuando Balvin subi¨® a escena a dos emocionadas seguidoras a las que trat¨® con rigor funcionarial, no despidi¨¦ndolas y dej¨¢ndolas all¨ª plantadas hasta que alguien les comunic¨® que su momento de gloria era historia.
Con estos mimbres parece imposible que un concierto funcione, pero J Balvin lo hizo funcionar con el motor que verdaderamente importa: sus canciones. Sin disco nuevo desde hace tres a?os, el repertorio recorri¨® una carrera triunfal asentada en m¨²ltiples colaboraciones, buena parte de cuyas voces sonaron enlatadas en el recital. Comenz¨® a todo trapo sin acabar de ense?ar la patita del reggaet¨®n, y temas como Mi Gente, Colmillo o Dientes magnificaron el papel del bombo, una saturaci¨®n de graves que reiterada sin pausa invita a imaginar un club en pleno ¨¦xtasis bailable. Es una de las patas del reggaet¨®n, la que neg¨® en el pabell¨®n el sentido de las sillas. Todo el mundo bailaba, s¨ª, ellos tambi¨¦n, no eran meros consortes. Las letras se segu¨ªan en los labios del p¨²blico, que en 6 AM con un acorde que evoca el reggae, su vocaci¨®n mel¨®dica y su ritmo reposado permit¨ªan cantar ?Pero qu¨¦ clase de rumba/la que cog¨ª yo anoche/no recuerdo lo que sucedi¨®. Eran apenas las 21:30h, pero todo el mundo ya estaba de rumba, como los personajes de Andr¨¦s Caicedo en ?Que viva la m¨²sica!
Ya hab¨ªa sonado Con altura, pero el sudor, pese a lo escueto de los vestuarios, bendecidos por una favorable subida de temperatura en relaci¨®n al lunes, comenz¨® a brotar en la parte central del concierto, completamente imbatible con Safari, Contra la pared o Ginza. El reposo se impuso en forma de balada y en Ahora dice los m¨®viles encendieron sus linternas, luci¨¦rnagas de blanco ¨¢rtico. Especial menci¨®n a La canci¨®n, el canto que con Bad Bunny, J Balvin consagra al poder evocador de la m¨²sica, en este caso ancla emocional de una relaci¨®n extinta. Y si en su d¨ªa Kanye West sac¨® a escena a un coro femenino, Balvin mostr¨® sus estudios mediante un tr¨ªo de cuerda que acompa?¨® la interpretaci¨®n de Rojo. A partir de aqu¨ª popurr¨ª estelar y fin de fiesta con Ritmo, Qu¨¦ calor e In Da Getto. El pabell¨®n dislocado tras un concierto divertid¨ªsimo para recordar que la m¨²sica es, entre otras cosas, tambi¨¦n evasi¨®n, si alguna vez lo dej¨® de ser. Que se lo cuenten a la abuela con el gorro de Karol G.
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