La Espa?a monof¨®nica
Sin el contrapeso de Barcelona (con el equilibrio ecol¨®gico roto), Madrid parece no tener ya l¨ªmites, mientras Valencia intenta abrir el paraguas de la descentralizaci¨®n
Hasta hace unos pocos a?os Espa?a tambi¨¦n se pod¨ªa definir a partir de su bipolaridad. No era un trastorno (aunque no faltaban los episodios man¨ªacos) sino una consecuencia de su historia. Ten¨ªa dos polos, un solo cuerpo y un abismo en medio que salvaba (a modo de check point) el puente a¨¦reo. Y puede que hasta una misma sangre, pero si Madrid era la s¨ªstole; Barcelona, la di¨¢stole. O viceversa. El resto del territorio, con la excepci¨®n vasca (centrado en su front¨®n), mov¨ªa la cabeza en funci¨®n de si la pelota iba o volv¨ªa entre Madrid y Barcelona, m¨¢s o menos identificado con lo que representaba cada uno de los dos polos, quiz¨¢ como una excrecencia futbol¨ªstica o simplemente a remolque del espect¨¢culo. Madrid era una Roma mesetaria sin ra¨ªces ni m¨¢s ruinas que los escombros del franquismo y Barcelona era un Mil¨¢n mediterr¨¢neo con su dinamismo econ¨®mico, industrial y cultural. Es evidente que ese marco, salvo en el caso vasco (su frontis como caja de resonancia) ha sido pulverizado por la realidad. Madrid le ha doblado el brazo a Barcelona. En el proceso de este resultado, sin duda, han jugado un papel tan decisivo como el prop¨®sito pol¨ªtico (en el puente de mando del Estado), la renta de situaci¨®n de la capitalidad, la geograf¨ªa y el dise?o radial de Espa?a. Aunque tambi¨¦n ha habido contribuciones decisivas en las partes implicadas con errores que han supuesto aciertos para el adversario. Los forenses y sus pruebas de laboratorio dar¨¢n cuenta de ellas.
La desarmon¨ªa de esa tensi¨®n territorial que sosten¨ªa a aquella Espa?a finisecular se rompi¨® hace algunos a?os. Madrid es ya el centro de casi todas las actividades significativas y la marca Barcelona, con los recientes acontecimientos, ha sufrido una devaluaci¨®n en el mercado inmediato, cuando no se ha vuelto sospechosa para buena parte de quienes antes se sent¨ªan atra¨ªdos hacia ella. Sin el contrapeso de Barcelona (con el equilibrio ecol¨®gico roto), Madrid parece no tener ya l¨ªmites. Ni territoriales ni psicol¨®gicos. Ni siquiera se sostiene la vieja aspiraci¨®n de la Comunidad Valenciana de convertirse en la r¨®tula que articulara flujos entre esos dos polos. Con una Barcelona despedazada que ya no se siente concernida solo queda un polo. El Estado auton¨®mico espa?ol declina hacia el modelo jacobino franc¨¦s (con un Par¨ªs como n¨²cleo extensivo insaciable), en el que la periferia solo es un soporte (un puerto, un ¨¢rea productiva o log¨ªstica, un coto de caza, una zona l¨²dica¡) y un teatro de operaciones en el que redundar los estr¨¦pitos y coreograf¨ªas de la capital. Espa?a se encamina hacia una misma papilla sin grumos, particularidades ni cooficialidades de sabor ¨²nico e inalterable. Puede que la pandemia haya obligado a convocar m¨¢s conferencias sectoriales con las autonom¨ªas y esa visibilidad coyuntural cree sensaciones federalizantes, incluso que la infrafinanciaron haga extra?os compa?eros de cama, pero la inercia es aplastante, uniformemente acelerada.
Debajo de esa catarata, el presidente valenciano, Ximo Puig, trata de abrir el paraguas de la Espa?a polif¨®nica, un pa¨ªs con un reparto territorial equitativo y con las instituciones del Estado descentralizadas. Incluso el PSOE parece dispuesto a asumir esa narrativa en su congreso federal contra la amenaza de un neocentralismo al que, puede que como v¨ªctima de su propia estrategia de contenci¨®n, tambi¨¦n ha contribuido. Un modelo de Espa?a diversa que parec¨ªa consolidarse en la Transici¨®n y que, sin la recuperaci¨®n y concurrencia de Catalu?a en el coro auton¨®mico, tiene escasas posibilidades de viabilidad. Porque enfrente, adem¨¢s de la ley de la gravedad, hay una derecha que solo cree en la autonom¨ªa cuando en la Moncloa gobierna la izquierda, que confunde Madrid con Espa?a y que lo utiliza sin escr¨²pulos como plataforma de erosi¨®n contra el Gobierno central y la pluralidad de la naci¨®n. Y lo peor, que se afirma contra Catalu?a porque ya no le resulta ¨²til como estabilizante en el Gobierno y, adem¨¢s, moviliza electoralmente sus antipat¨ªas en las profundidades ib¨¦ricas. En el fracaso de esa Espa?a est¨¢ su victoria y su esperanza. Bajo ese par¨¢metro, a Catalu?a, la Comunidad Valenciana o Baleares solo le queda la opci¨®n de ser el arrondissement litoral de Madrid. Dicho sea con motivo de la Fiesta Nacional.
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