Nadie quiere hablar del tiempo
El calor madrile?o es un pu?etazo seco contra el pecho, una manta de brazos largos que se enredan por el cuerpo ajeno, una canci¨®n repetida en una fiesta
En Madrid nadie quiere hablar del tiempo, y no s¨¦ si tengo potestad para hacerlo yo, que huyo del calor como de la peste y que espero con temor cuando se asoma junio al calendario. En Madrid nadie quiere hablar del tiempo, pero no se puede nombrar otra cosa cuando llegamos a los sitios destinados empapados en sudor, con la frente perlada, el escote hecho cascada, los muslos resbaladizos, el aire que ya faltaba mucho antes de las mascarillas.
El calor madrile?o es un pu?etazo seco contra el pecho, una manta de brazos largos que se enredan por el cuerpo ajeno, una canci¨®n repetida en una fiesta. La tensi¨®n baja, el coche arde, la brisa no existe. El infierno se encuentra bajo el asfalto, desde donde rezuma la combusti¨®n del alquitr¨¢n que se pega a los pies y sube por la piel, como estas palabras que no terminan. Porque el calor madrile?o no tiene fin. Simplemente desaparece cuando ya nos hemos acostumbrado a ¨¦l.
Salgo a la calle y veo a los polic¨ªas en uniforme en las estaciones sin ventilaci¨®n, como la de Atocha; a los trabajadores de servicios p¨²blicos de calle con el mismo traje que visten en invierno; a los alba?iles recibiendo los rayos del sol desde las alturas de las obras retomadas; a la gente sin hogar rechazar el fuego que les protege en invierno; a los ancianos que se cubren sin mucha intenci¨®n; a los turistas, que no parece importarles los cuarenta grados; a los conductores profesionales en traje que no pierden la sonrisa y no se dejan llevar por el agobio; a los perros inm¨®viles en las aceras, jadeando sed, est¨¢ticos, a punto de la hibernaci¨®n veraniega. Veo sus cuerpos deshaci¨¦ndose bajo el bochorno que lleva a los m¨¢s afortunados a vaciar la capital en verano. Veo la boina de poluci¨®n que ha vuelto ¨Co quiz¨¢ nunca se fue¨C al cielo de Madrid, esa nube mortal que nos va envenenando poco a poco.
Y de repente te veo a ti. Caminas un par de cent¨ªmetros por encima de las baldosas y s¨¦ que sonr¨ªes aunque la mascarilla no me deja verlo porque t¨² siempre sonr¨ªes con todo el cuerpo: tus pies se inclinan, las piernas se curvan, puedo jurar que el hueso de tu cadera marca un ritmo distinto, tus brazos se alargan ¨Ccasi llegan al suelo¨C y lo que cae de tu frente no es sudor, tiene el color de los manantiales. Porque toda t¨² eres una fuente, no hay nada en ti que no sacie. Las canciones vuelven a sonar, el cuerpo se libera, vuelve la brisa que me lleva hacia ti, hacia tu boca abierta llena de agua, ese peque?o milagro del verano que solo sucede en Madrid.
De repente te veo a ti. Y no quiero hablar de otra cosa.
Madrid me mata.
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