El coronavirus se llev¨® a Flora Rojas, la bisabuela madrile?a que dej¨® una carta y una esquela en el peri¨®dico a los 99 a?os
De Rojas no existe nada en Internet. Su familia public¨® una peque?a esquela en EL PA?S el pasado lunes. Esta es su historia.
Flora Rojas baj¨® las pesta?as para siempre. El bicho abstracto, cada d¨ªa m¨¢s zigzagueante, se la llev¨® en menos de 48 horas. Fue fulminante. A Juan, su ¨²nico hijo, le viene a la memoria una de las ¨²ltimas an¨¦cdotas que le cont¨® su madre. Sucedi¨® all¨¢ por los a?os noventa. Rojas, morena, caminaba coqueta por una Puerta del Sol radiante. De repente, sobre la plaza, observ¨® con sus ojos azules hollywoodienses a una muchacha gitana que ten¨ªa un puestecito de cartas astrales. Se dirigi¨® hasta all¨ª de inmediato. Quer¨ªa saber cuanto antes qu¨¦ demonios le ten¨ªa preparado el futuro. La gitana agarr¨® su mano con delicadeza. Comenz¨® a leerle el m¨¢s all¨¢ surcando las grietas de los dedos. Hay cosquillas que llegan hasta Dios. Flora, sin decir ni p¨ªo, escuch¨® a la l¨ªnea del tiempo entrar por sus o¨ªdos. ¡°?Vivir¨¢s 100 a?os!¡±, le dijo la joven. Rojas se levant¨® de all¨ª content¨ªsima. Se vio en el olimpo de las mujeres centenarias. Muri¨® el pasado lunes. Ten¨ªa 99 a?os y 9 meses.
¨DLe falt¨® poco.
¨D No contaba con el coronavirus ese¡ª cuenta su hijo.
De Rojas no existe nada en Internet. Google, reacio al anonimato, no conserva ni una m¨ªsera huella. Pero a¨²n quedan pisadas antiguas que dejan algo de rastro. El pasado lunes, en las p¨¢ginas de la secci¨®n de Local de EL PA?S Madrid, una peque?a esquinita de la p¨¢gina cuatro llevaba estampado su nombre. Era su esquela. ¡°Flora Rojas de las Heras. Muchacha gu¨ªa de los scouts de Espa?a desde 1930. Secretaria de la revista Escuela Espa?ola. Tu hijo, tu nuera, tu nieta y tu bisnieto hablar¨¢n de ti a las nuevas generaciones. Descansa en paz¡±.
Rojas naci¨® el 13 de diciembre de 1920 en la Calle de la Cruz, una c¨¦ntrica v¨ªa del viejo Madrid de los Austrias donde muri¨® el poeta rom¨¢ntico Espronceda. Fue la segunda de cuatro hermanos. Perteneci¨® a una familia humilde de artesanos del tiempo. Relojeros, pulidores, joyeros; mec¨¢nicos del tic-tac. Eran madrile?os de verdad, de pura cepa, castizos, pero sin vestirse de chulapos. Vivieron una ¨¦poca en la que el centro de la capital a¨²n era un pueblo.
De joven fue una mujer muy adelantada a su tiempo. Llevaba el feminismo por bandera. Hay fotos suyas con monos vaqueros que, si las llega a ver Franco, le dar¨ªa un patat¨²s. De ni?a hizo caso al empe?o de su abuelo. En 1930 se meti¨® en el mundillo de los scouts junto a sus hermanos. Le encantaban los campamentos en la sierra. Al tiempo, all¨¢ por 1956, aprob¨® el carn¨¦ de moto con 36 a?os. Con el aprobado en la mano invirti¨® sus peque?os ahorros en un sidecar. Cruzaba las arterias de Madrid como se trazan los puntos cardinales sobre la tierra. No la multaron nunca. Cuatro a?os despu¨¦s, fue a por el carn¨¦ del coche. Amaba las bicis. Predicaba el ecologismo. Era una aut¨¦ntica aventurera.
Una tarde sali¨® a pasear hacia la fuente de Cibeles. Sobre el C¨ªrculo de Bellas Artes vio a un hombre muy apuesto. Cruzaron miradas. ¡°Aquello era el lig¨®dromo de la ¨¦poca¡±, cuenta su hijo. Acababa de conocer a Juan Gonz¨¢lez, el hombre de su vida. Gonz¨¢lez fue uno de los inspectores de renta de la capital. Un madrile?o que quiso seguir los pasos de su madre, Matilde Gonz¨¢lez Est¨²a, la primera mujer que ocup¨® un puesto de administrativa en el Ayuntamiento de Madrid.
La oscuridad franquista puso fin a las modernidades en 1936. Flora abandon¨® los scouts. Encontr¨® un trabajo vitalicio como secretaria en la revista educativa Escuela Espa?ola, un cuaderno que fund¨® la familia del exministro socialista Javier Solana. ¡°Fue una revista de mis abuelos¡±, cuenta el pol¨ªtico por tel¨¦fono. ¡°Por all¨ª hab¨ªa mucha mujer emprendedora¡±.
En 1950 naci¨® Juan, su ¨²nico hijo. 18 a?os despu¨¦s, su padre muri¨® de c¨¢ncer de pulm¨®n. ¡°Fumaba como un carretero¡±. Flora se qued¨® viuda con 49 a?os. No tuvo otro hombre. Tampoco amantes. A ella le encantaba pasear por el centro de su Madrid en soledad. ¡°Era tan juguetona. Cuando era ni?a le encantaba perseguirme por el pasillo con una chancla¡±, cuenta su ¨²nica nieta, Sara, de 38 a?os. Ella dice que su abuela disfrutaba siempre con una ca?a y con una tapa. Su hijo precisa que hab¨ªa d¨ªas que se exced¨ªa. Sufri¨® algunos c¨®licos. No soportaba ver una salsa sin untar. Cocinaba de maravilla. Hac¨ªa unos asados buen¨ªsimos. Hubo una ¨¦poca, incluso, que le dio por hacer unos postres deliciosos. Vivi¨® sola hasta los 90 a?os.
En 2010 entr¨® en una residencia de mayores del centro de Madrid. Al 2020 entr¨® algo pachucha, pero con la memoria intacta. El pasado viernes, por sorpresa, son¨® el m¨®vil de su hijo Juan:
¡ª Tu madre est¨¢ mal. Dos empleados han dado positivo y ella se ha contagiado.
Juan se encontraba con su mujer en Alicante. Agarr¨® el coche de inmediato. Se present¨® de noche en el Hospital de la Princesa. All¨ª, juntos, en la habitaci¨®n, pasaron las ¨²ltimas horas. ¡°Antes de perder la consciencia hablamos un largo rato. Le habl¨¦ de nuestra vida. Me dej¨® una sensaci¨®n de paz y a ella, creo, le dej¨® tambi¨¦n esa misma sensaci¨®n¡±. Su madre no habl¨®. Mov¨ªa sus vidriosos ojos azules como respuesta. Horas despu¨¦s, el augurio de aquella joven gitana de la Puerta del Sol se esfum¨® por solo tres meses.
Juan regres¨® a casa, comenz¨® a preparar el funeral, abri¨® cajas, cajones, documentos. Nadie ense?a la burocracia de la muerte. El destino guard¨® un ¨²ltimo giro. Al registrar un mueble se encontr¨® con una carta manuscrita de su madre. All¨ª estamp¨® un ¨²ltimo deseo. Quer¨ªa que la incineraran junto a su marido y su familia en La Almudena. As¨ª fue.
El pasado domingo, en el funeral, el cura dio el ¨²ltimo responso ante su hijo, su nuera, su nieta, el marido de su nieta y su bisnieto, Leo, un rubio muy travieso de cuatro a?os que no paraba quieto. Durante la misa, el sacerdote se acerc¨® al micr¨®fono y dijo: ¡°Flora era una se?ora que camin¨® mucho por su vida¡±. El bisnieto, al escucharlo, se levant¨® y contest¨® ante la mirada at¨®nita de todos:
¡ª No, no, que ya no andaba.
Y desat¨® las risas de la familia.
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