El ¡®milagro¡¯ de la abuela Nina: supera el coronavirus en solo siete d¨ªas y a los 99 a?os
La extreme?a Florentina Mart¨ªn no sabe lo que es la pandemia. Se contagi¨® durante un paseo en el municipio madrile?o de Pinto junto a su cuidadora hace 10 d¨ªas
Florentina Mart¨ªn tiene un aire a Chavela Vargas. Pelo blanco corto, liso, con una mueca de sonrisa eterna, unas arrugas por todo el cuerpo ¨Dya muy entumecidas¨D y una voz agrietada por el paso del tiempo. Florentina, conocida en la familia como la abuela Nina, es actualmente campeona mundial del parch¨ªs y de domin¨® en su casa. Poca broma. Pero no sabe lo que es el coronavirus. Por si acaso, acaba de pasarlo en siete d¨ªas y a los 99 a?os. ?Un tiempo r¨¦cord! Su nieta Noelia, de 46, est¨¢ content¨ªsima. Dice que tiene una dama de hierro en la familia. Hace tres semanas que no se ven. Hablan todos los d¨ªas por tel¨¦fono a las nueve de la noche. Est¨¦ donde est¨¦ y est¨¦ con quien est¨¦. Nina espera impaciente sentada en el sof¨¢ la puesta al d¨ªa de su nieta favorita. Ella dice que el bicho apareci¨® por el cuerpo de su abuela hace algo m¨¢s de una semana, cuando recibi¨® una llamada de Olga, la cuidadora nicarag¨¹ense que vive con ella desde hace siete a?os en el municipio madrile?o de Pinto:
¡ª Noelia, no tiene fuerzas. No puede coger ni la cuchara.
Ataron cabos. ?Qu¨¦ hab¨ªa pasado? Llevaba dos d¨ªas con dolores en el cuerpo. No se ten¨ªa en pie. La familia se prepar¨® para lo peor. El term¨®metro, mientras tanto, no se disparaba. Pero algo ten¨ªa. La abuela Nina no era la abuela Nina. No hablaba mucho. Hay silencios camuflados entre la vejez que son realmente gritos. Sin fiebre, se presentaron en el centro de salud. All¨ª le hicieron la prueba del bicho abstracto y, mientras llegaban los resultados, le dijeron que se tomara diariamente tres pastillas machacadas de paracetamol por si acaso. Los nietos atisbaban a lo lejos la ¨²ltima despedida. Superar el coronavirus con 99 a?os era poco menos que un milagro. Pero aqu¨ª sigue, intacta. No hay doblez para una extreme?a tit¨¢nica que est¨¢ llamando a la puerta de las mujeres centenarias.
La enfermedad no ha sido m¨¢s que otra peque?a grieta. Su vida es como una roca de m¨¢rmol. Naci¨® en Garrovillas de Alcon¨¦tar, un diminuto pueblo de C¨¢ceres que tiene una de las doce plazas m¨¢s grandes de Espa?a. Sufri¨® una infancia dificil¨ªsima en mitad de una guerra de vecinos contra vecinos. ¡°Los soldados rapaban la cabeza a las mujeres¡±, escuch¨® su nieta una vez de su boca. La memoria b¨¦lica es imborrable. Su nieta tambi¨¦n cuenta que su abuela es la mayor de cuatro hermanas. Que dos de ellas eran mellizas. Que una muri¨® a los siete a?os. ¡°Me dijo que ten¨ªa el coraz¨®n m¨¢s grande que la caja¡±. Que ahora solo vive Gregoria, que tiene 97 y reside en Barcelona. Que las dos hablan por tel¨¦fono todos los s¨¢bados al mediod¨ªa. Que Nina es consciente de que ya no pueden verse. Que hay d¨ªas que llora, que se pone muy triste, que se lamenta de vivir tan lejos y a la vez tan cerca. Que la ¨²ltima vez que se vieron las dos fue hace m¨¢s siete a?os cuando se mont¨® en el AVE con ella y estaba m¨¢s contenta que unas casta?uelas.
Cuando Nina se sub¨ªa en los trenes no hab¨ªa viajero que no se enterara de que de joven ella no pagaba ni una peseta. Era la se?ora de los ferrocarriles. Una noche de los a?os cuarenta se present¨® una orquesta en el pueblo. Conoci¨® entonces al joven Florencio durante un baile que, dicho sea, apenas mov¨ªa las piernas. Era un mec¨¢nico de Renfe. Siempre ten¨ªan descuento para cruzar Espa?a de punta a punta.
En Garrovillas vivieron hasta los a?os cincuenta. Despu¨¦s, la vida les plant¨® en Pinto, como a miles de extreme?os que huyeron de la tierra ante el acecho imparable de la hambruna. Tuvieron dos hijos. Pedro y Fernando. Fernando muri¨® a los cuatro a?os mientras jugaba con su hermano mayor en las v¨ªas del tren a las afueras de Pinto. Fue una ma?ana de 1958. Cay¨® de espaldas. Se dio un golpe fort¨ªsimo en la cabeza. Su herman¨® llam¨® a su padre a voces y este fue corriendo sin aliento con el ni?o en brazos hasta el centro de salud m¨¢s cercano. No ten¨ªan coche. No lleg¨® a tiempo. La familia cree que muri¨® en el acto. La abuela Nina cuenta que se le fue la regla para siempre de aquel tremendo disgusto. Ella ten¨ªa 37 a?os. Solo existe una foto de ¨¦l. A¨²n la conserva como oro en pa?o.
A?os despu¨¦s, su otro hijo le llev¨® la alegr¨ªa al sal¨®n casa. Entre los a?os setenta y ochenta nacieron sus tres nietos. Noelia, Jonathan y Rub¨¦n. Cuando naci¨® Jonathan se enfad¨® much¨ªsimo porque no le pusieron Pedro, como el hijo que perdi¨®. Ella, para fastidiar a su hijo, le llamaba de todas las maneras posibles. La abuela Nina tiene car¨¢cter. Tambi¨¦n, dicen sus nietos, no es muy buena entre sartenes. No le sal¨ªan bien ni las patatas fritas. Con el ganchillo y haciendo punto, eso s¨ª, era mejor que una m¨¢quina. Hac¨ªa jers¨¦is, camisas, pantalones y sudaderas hasta que la vista se le nubl¨® hace bien poco. Ten¨ªan un Zara en casa y no se hab¨ªan dado cuenta.
En la primavera de 1981, estuvo a punto de perder la vida. Se puso mal¨ªsima. Fue una de las 25.000 afectadas en Espa?a por el aceite t¨®xico de colza. Su nieta recuerda que le daba miedo entrar en la habitaci¨®n por si hab¨ªa muerto. Con la indemnizaci¨®n que le dio el Estado, les compr¨® una casa en la playa a su hijo y sus nietos. Diez a?os despu¨¦s, en 1991, su marido muri¨® de c¨¢ncer. Dur¨® tres meses. En 2002, falleci¨® su otro hijo, tambi¨¦n de c¨¢ncer. A Nina no le dijeron de qu¨¦. ¡°Pero una madre que pierde a sus hijos en vida lo sabe todo¡±, dice su nieta.
Ahora su ¨²nica alegr¨ªa son sus tres nietos y sus bisnietos; en especial, Pedrito, de cuatro a?os. Mata el tiempo redondeando cientos de sopas de letras en su casa de Pinto, junto a su cuidadora Olga y su perrita Luna, un caniche que vive entre sus brazos porque apenas camina tras superar la barrera de los 15 a?os. El coronavirus le ha durado siete d¨ªas. Olga dice que ha sido un milagro. Que perdi¨® el gusto y ni lo dijo. En el confinamiento de marzo, abril y mayo sospech¨® que sus nietos la hab¨ªan abandonado. Su cabeza ya tiene achaques. La memoria reciente le falla. Y se lo explicaron. Olga cree que la abuela Nina se contagi¨® en alguno de sus paseos vespertinos. ¡°Florentina sabe que ha estado mala, pero no sabe por qu¨¦¡±, cuenta al otro lado del tel¨¦fono. Un minuto despu¨¦s, activa el altavoz:
¡ª ?C¨®mo se encuentra, Nina?
¡ª ?Yooo? Pues muy bien, la verdad.
Y tanto.
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