Lo que queda de Franco
La arquitectura neoherreriana del primer franquismo ya nos pasa desapercibida, como tantas otras cosas
Una vez so?¨¦ que el tama?o de las personas era proporcional a su poder e influencia, de modo que los mandatarios eran m¨¢s grandes que los mandados, que los ricos eran m¨¢s grandes que los pobres, que los jefes eran m¨¢s grandes que los empleados. Una persona sin hogar era del tama?o de un pitufo (la altura de un pitufo, seg¨²n los expertos, es de tres manzanas verdes). Franco, en los a?os de la dictadura, era un se?or enorme que se sentaba sobre Madrid cubriendo la urbe con sus posaderas, muy ufano, en el centro de la pen¨ªnsula, como un gran peluche que se podr¨ªa ver desde el espacio. Esta forma de visualizar el poder pon¨ªa en evidencia lo extra?o de su acaparamiento por parte de un individuo.
La dictadura franquista y el golpe de estado previo est¨¢n siempre de moda, aunque los consensos sobre aquellos tiempos se est¨¢n disolviendo con el regreso de una derecha ultramontana y revisionista. Me crie en un pa¨ªs donde cuestiones como la necesidad del cuidado del medioambiente, la nobleza de perseguir la igualdad entre las personas o lo indeseable de la dictadura franquista eran tomadas por verdades indiscutibles. Ya no est¨¢ tan claro.
Los edificios del primer franquismo, de aires neoherrerianos, son una alegor¨ªa del fascismo: abunda el ladrillo marr¨®n, tan frecuente en la ladrillez de la ciudad, inscrito en el blanco granito de la sierra
Franco no est¨¢ ya sentado sobre Madrid como el gran peluche c¨®smico de mi sue?o raro, pero en la propia ciudad sigue su huella indeleble, cuando el dictador la imaginaba como una gran capital imperial, no se sabe de qu¨¦ imperio. Los edificios del primer franquismo, de aires neoherrerianos, son una alegor¨ªa del fascismo: abunda el ladrillo marr¨®n, tan frecuente en la ladrillez de la ciudad, inscrito en el blanco granito de la sierra. Era la met¨¢fora del pueblo maleable y pobret¨®n (el vulgar ladrillo) que es redimido y sostenido por el apol¨ªneo granito imperial. Todo ello castellanizado con torres escurialenses y tejados de pizarra, y engrandecido con s¨ªmbolos como el ¨¢guila imperial. V¨¦ase el mazacote del Ministerio del Aire, que recibe y abruma al visitante, en toda su pesadez anacr¨®nica y belicosa, cuando se accede a la capital por las boscosas tierras de Moncloa. Se cuentan cosas de estas en el libro Construyendo imperio (La Librer¨ªa), de David Pallol.
Atr¨¢s quedaba el estilo moderno y racionalista de la Rep¨²blica, y tantas otras cosas. Nos subimos al Edificio Espa?a, recientemente reformado, como si nada, para tomar un gin tonic sin reparar en que nos subimos en uno de los s¨ªmbolos de los que trat¨® de presumir el nov¨ªsimo caudillo en momentos de aislamiento internacional. Quedan restos del franquismo posados como polvo viejo en muchos lugares a los que nuestra vista se ha acostumbrado, que solo observamos cuando se levanta algo de viento, igual que quedan restos en las tramas econ¨®micas y pol¨ªticas, en los esca?os del parlamento o en los plenos del Ayuntamiento. O en las cunetas llenas de gente chiquitita, seg¨²n mi sue?o, que algunos pretenden olvidar.
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