Madrid ¡®antibaby¡¯
La ciudad es un ambiente mec¨¢nico y hostil, tambi¨¦n para los ni?os
Mi hija naci¨® hace dos semanas y se llama como el fuego. Vio la luz en el hospital Doce de Octubre, distrito de Usera, pero eso ella no lo sabe. No sabe lo que es un hospital, ni lo que es un distrito, ni lo que es Usera, ni lo que es Madrid. No sabe ni que existe, no sabe ir al v¨¢ter. Es incre¨ªble lo poco que saben los beb¨¦s: heredan nuestros genes, pero no nuestros conocimientos, de modo que ninguno nace con un m¨¢ster en Data Analytics ni experiencia demostrable en tareas de administraci¨®n. Mejor, de no ser as¨ª la especie humana ya se hubiera autodestruido (en eso estamos). Mi hija es madrile?a. Yo tampoco.
Tampoco sabe mi hija c¨®mo le va a tratar la ciudad. Es extra?o presenciar un acto tan biol¨®gico como la lactancia en un ambiente tan mec¨¢nico y hostil, hecho de humo, acero y hormig¨®n. Salimos a la calle y, antes de salir del edificio, ya me encuentro con tres escalones insalvables para el carricoche y una puerta por la que no cabe. No tengo carn¨¦ de conducir coches y acabo de empezar las pr¨¢cticas con el carro de la guajina, de modo que el trayecto callejero discurre algo err¨¢tico: hay algunas aceras tan estrechas que los bolardos no nos permiten el paso. Ya me lo hab¨ªan dicho: la ciudad no est¨¢ hecha para la crianza, para los cuidados, para los ni?os. Esto es solo una rutinaria comprobaci¨®n period¨ªstica.
Adem¨¢s, mi hija me parece tan pulcra y preciosa, hecha toda de algod¨®n, como el burro Platero, que la realidad urbana circundante me resulta sucia y decadente. Bueno, es que la ciudad lo es, pero eso antes, hace dos semanas, le confer¨ªa un punto de romanticismo. Mi hija tiene los dedos como quisquillas, la piel de piesco, un laberinto en la oreja: delante de casa, en cambio, se amontonan las basuras semiderretidas sobre los contenedores municipales. El otro d¨ªa un se?or defec¨® a la luz del d¨ªa entre dos coches, lo vio la madre. No deseo mudarme a una urbanizaci¨®n apacible y plat¨®nica: quiero mi hija conozca el mundo como es, con toda su asquerosa hermosura.
Ya me lo hab¨ªan dicho: la ciudad no est¨¢ hecha para la crianza, para los cuidados, para los ni?os. Esto es solo una rutinaria comprobaci¨®n period¨ªstica.
Como los padres primerizos estamos engorilados, alzo el pu?o al cielo y prometo ir hasta el Ayuntamiento y coger a nuestros gobernantes por la pechera, y zarandearles antidemocr¨¢ticamente hasta que arreglen las calles para mi ni?a. Luego subo a casa y le miro la cara y se me olvida. Eso s¨ª, le digo, te voy a dedicar la primera columna de la temporada, y se van a enterar en Mosc¨². Mi hija (a¨²n me extra?a decirlo) me mira de forma enigm¨¢tica y displicente, como si mirara una mosca, y genera sonidos incomprensibles, y parece que no se entera de nada. Lo que no sab¨ªa yo es que la iba a querer as¨ª.
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