Espa?a, provincia imperial
A cualquiera le gusta ir a Nueva York a triunfar y luego contarlo exagerado a las amistades
Yo tambi¨¦n quise crecer en un suburbio residencial, regentar un puesto de limonada a 50 centavos, ir al instituto en bici, tener una taquilla llena de fotos de mis ¨ªdolos, invitar a la jefa de las cheerleaders al baile de fin de curso, luego vivir una juventud alocada en un piso compartido en Brooklyn. Gracias a las pel¨ªculas, a las series, a las canciones, a algunas novelas, crec¨ª pensando que Espa?a era un copia tristona y gris de la realidad real, que estaba en Estados Unidos, enga?ado como esos pobres prisioneros que viv¨ªan encadenados dentro de la caverna de Plat¨®n.
Aqu¨ª discutimos si somos espa?oles, o europeos, o catalanes, o vascos, o asturianos, pero es todo m¨¢s f¨¢cil: somos estadounidenses. El soft power cultural del imperio ha ido sedimentando a trav¨¦s de los a?os esa nacionalidad dentro de nuestras cabezas, aunque no tengamos derecho a pasaporte. Uno se da cuenta cuando viaja a Nueva York y todo le resulta extra?amente familiar, como si en vez de irse de viaje hubiera regresado a casa.
A Isabel D¨ªaz Ayuso, que es de mi quinta, le pasa lo mismo. A Nueva York se va a fardar, a contar que se va a hacer las Am¨¦ricas, aunque las Am¨¦ricas ya est¨¢n muy hechas: los actos a los que asisti¨® la presidenta madrile?a no eran para tanto, casi irrelevantes dentro del contexto estadounidense. ?Pero quedan genial en el informativo! Me recuerda a un ensayo de Antonio Mu?oz Molina (Todo lo que era s¨®lido, Seix Barral), donde relata c¨®mo tantos ayuntamientos o comunidades aut¨®nomas despilfarraban el dinero p¨²blico en fastuosos actos neoyorquinos que a nadie en Nueva York interesaban. Pero en Espa?a, como buena provincia imperial, todo eso se vende magnificado: hay que venir triunfado de fuera.
Anteriormente Ayuso hab¨ªa confesado su ambici¨®n de convertir Madrid en un nuevo Broadway, como tantos lo han querido convertir en un nuevo SoHo, o en un nuevo Silicon Valley, o en un nuevo lo que sea, en vez de un nuevo a mejor Madrid que es de lo que, digo yo, deber¨ªa tratar la pol¨ªtica madrile?aSergio C. Fanjul
As¨ª que Ayuso se pasea exultante por las calles neoyorquinas, con aires de protagonista de Sexo en Nueva York, de cosmopolita al¨¦rgica a esa cosa tan de pueblo que es el indigenismo. Solo se le ha olvidado el vaso de cart¨®n del Starbucks (Miguel ?ngel Rodr¨ªguez no ha estado fino ah¨ª). Anteriormente hab¨ªa confesado su ambici¨®n de convertir Madrid en un nuevo Broadway, como tantos lo han querido convertir en un nuevo SoHo, o en un nuevo Silicon Valley, o en un nuevo lo que sea, en vez de un nuevo a mejor Madrid que es de lo que, digo yo, deber¨ªa tratar la pol¨ªtica madrile?a.
Al final Ayuso y sus susurrantes dan en el clavo porque, a pesar de sus evidentes carencias para el cargo, representa las peque?as ambiciones de los cualquiera: tomar unas ca?itas, ver un musical, ir a El Corte Ingl¨¦s, viajar a Nueva York y contarlo exagerado a las amistades. Que Dios no apriete demasiado y que, virgencita, virgencita, me quede como estoy. Pero el futuro ya es China: ?querr¨¢n nuestros nietos vivir en un barrio cool de Pek¨ªn cuya existencia a¨²n desconocemos?
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