La paz eterna en una rotonda
El centenario camposanto madrile?o de Villanueva de la Ca?ada se inscribe desde hace 13 a?os en una glorieta ajardinada fruto de la expansi¨®n urban¨ªstica
La puerta met¨¢lica chirr¨ªa somnolienta. Parece desacostumbrada al traj¨ªn de idas y venidas que el camposanto soporta durante la fiesta de los Difuntos. Una octogenaria Mar¨ªa del Carmen Domingo hace sonar los goznes y rodea despu¨¦s dos l¨¢pidas hasta alcanzar la de sus padres. De all¨ª arranca la maleza que trepaba sombr¨ªa, colocando en su lugar un ramillete de lirios casi tan grandes como las campanas de la parroquia que fund¨® este cementerio del Cristo. Aquello ocurri¨® en los a?os treinta, medio siglo antes de que el Plan General de Villanueva de la Ca?ada (Madrid, 22.000 habitantes) perfilara de forma definitiva los contornos del recinto. Un exacerbado crecimiento urban¨ªstico llev¨® a inscribir dos centenares de tumbas en una inaudita rotonda de 1.950 metros cuadrados.
Este municipio con predominancia de chal¨¦s adosados y seto, arcadia del Partido Popular madrile?o, ha duplicado su poblaci¨®n en cosa de dos d¨¦cadas. Experiment¨® en los ochenta un primer gran desarrollo residencial, as¨ª como la construcci¨®n de la Universidad Alfonso X el Sabio y el campo de golf adyacente, conectados ambos al casco hist¨®rico a trav¨¦s de una avenida que linda por el Norte con el cementerio. El Plan General de 1998 traz¨® al Este otro vial que conduc¨ªa hasta los nuevos equipamientos: dos colegios privados, una residencia y una parroquia. Ante el previsible aumento de la circulaci¨®n, el Ayuntamiento encarg¨® un estudio de movilidad que suger¨ªa circunvalar el camposanto del Cristo antes que plagar de sem¨¢foros la zona. La rotonda ajardinada se finaliz¨® en 2008, aunque los nuevos enterramientos se hab¨ªan prohibido ya un lustro antes.
En el tanatorio municipal hay un espacio reservado para los restos m¨¢s antiguos del lugar. Corresponde a las familias decidir cu¨¢ndo realizan el traslado, pero el objetivo a largo plazo consiste en desmantelar las 119 tumbas ¡ªalgunas de ellas centenarias¡ª y 14 nichos que a¨²n cerca el tr¨¢fico rodado. Los huecos vac¨ªos se van rellenando con poda y unas vallas de obra previenen accidentes. En derredor de las m¨²ltiples cruces de piedra crecen y se desarrollan todo g¨¦nero de hierbas silvestres. No todo son m¨¢rmoles ni panteones, tambi¨¦n hay sepulturas solo cubiertas por una tierra con la que los muertos acaban por fundirse. Domingo entona dos avemar¨ªas antes de susurrar: ¡°Esta l¨¢pida se queda peque?a para las dimesiones del cementerio nuevo. Habr¨ªa que encargar una nueva, pero aqu¨ª nadie quiere sacar la cartera¡±.
Otras heridas
Con la amenaza de las exhumaciones emergen otras heridas. Carlos Serrano, de 72 a?os, pregunta ¡°qui¨¦n se har¨¢ cargo¡± de los seis j¨®venes fusilados ¡ªuno de ellos, su t¨ªo¡ª en el verano de 1937. Atrincherados en el Castillo de Aulencia, a las afueras de Villanueva de la Ca?ada, repelieron durante un d¨ªa la embestida del general Vicente Rojo, ant¨ªtesis de Franco, en su camino hacia Brunete, donde pretend¨ªa aislar a la retaguardia del ej¨¦rcito rebelde que sitiaba Madrid. ¡°Algunas familias se han desentendido, pero otras les rendimos un sentido homenaje cada a?o¡±, relata Serrano poco despu¨¦s de colocar unos formidables crisantemos sobre la l¨¢pida de sus abuelos. ¡°Todo lo que queda aqu¨ª son matrimonios mayores, cosas de viejos. Quien ten¨ªa a su esposa y quer¨ªa enterrarse con ella ha tenido que mover los restos al nuevo tanatorio¡±, prosigue.
En la glorieta del cementerio, como se conoce de a pie, confluyen varias de las principales arterias de la ciudad: la calle del Cristo, la avenida de la Universidad, la avenida de Madrid y la avenida de la Dehesa. El lugar ha quedado tan integrado en el paisaje villanovense que pocos vislumbran su futura desaparici¨®n. ¡°Tal vez lo conozcan mis bisnietos¡±, declara con cierta iron¨ªa Ana Bel¨¦n Torrero, de 45 a?os. Esta fue la primera rotonda que en Espa?a cont¨® con un paso de cebra, el mismo que da acceso al camposanto. Desde el coche apenas pueden atisbarse los sepulcros, rodeados como est¨¢n de una tapia y de afilados cipreses que se amoldan unos a otros hasta la espesura. Con el rosario todav¨ªa en la mano, Torrero remacha: ¡°Hay localidades que ha colocado aviones o esculturas horribles en sus plazas. No me parece tan raro que aqu¨ª hayamos optado por la memoria de los nuestros¡±.
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