Vuelven las tardes al fresco de las se?oras del banco: ¡°?Hab¨¦is estado alguna vez en una playa nudista?¡±
Con la llegada del verano, los bancos y las plazas de los barrios se llenan de los m¨¢s mayores del lugar en busca del calor de la gente. Unas tertulias que levantan el ¨¢nimo y la vitalidad de aquellos que m¨¢s solos se encuentran durante el invierno.
Pepa Mond¨¦jar ha bajado a la plaza, por as¨ª decirlo, en busca del calor de la gente. La plaza, dicen, no tiene nombre. Si se busca en internet no existe, y si se trata de encontrarla a conciencia, es probable que se acabe siempre en el lugar equivocado. Solo los que saben d¨®nde est¨¢ llegar¨¢n sin perderse. No hay nada deslumbrante que te conduzca a ella, salvo el eco de unas risas, el ladrido de un perro y algunos d¨ªas tambi¨¦n el delicioso aroma del romero reci¨¦n escogido al atardecer. Los d¨ªas que est¨¢ vac¨ªa puede ser el lugar menos acogedor del barrio, pero una vez llena, rezuma humanidad.
Cuando todav¨ªa sopla un aire caliente en la calle Polvoranca del centro de Legan¨¦s y empieza a bajar el sol, Mond¨¦jar, con las rodillas y los pies algo hinchados, da pasos peque?os junto a su hijo Juan Jos¨¦ Contreras por la avenida hasta que al fin se detiene. ¡°Es aqu¨ª¡±, asegura. Sabe que a sus 83 a?os quien a¨²n la espere y la busque llegar¨¢ hasta este preciso lugar m¨¢s pronto que tarde. Pepa, Kika, Loli, Rafi, Mar¨ªa y Bego?a, son las inquilinas de la plaza sin nombre. Un lugar que, de tanto habitarlo, les pertenece; as¨ª como el banco donde cada tarde desde el inicio del verano hasta la llegada del oto?o posan sus traseros y a cuyo respaldo se adaptan sus columnas maltrechas como si estuviera hecho a medida.
¡ª?C¨®mo est¨¢is?
¡ªAqu¨ª. Todas averiadas, dice Kika.
Apoyadas en los bastones, hablan con la memoria, sin nostalgia aparente por el pasado que han sido sus vidas, y con cierta preocupaci¨®n por el futuro, que estar¨¢ en las de sus hijos y sus nietos. El presente, en cambio, dejan que pase delante de ellas como pasan la juventud por la barber¨ªa de la plaza, unos detr¨¢s de otros, acical¨¢ndose antes de salir por la noche a comerse el mundo. Las farolas tardan en encenderse, y los vestidos de flores estampadas que lucen todas brillan como luci¨¦rnagas en la oscuridad. ¡°Son del mercadillo, no ver¨¢s dos iguales¡±, asegura Rafi Domingo, de 90 a?os.
Pepa, apodada La Caudillo por su hijo, lleva la voz cantante. ¡°?Hay que votar, eh! Aunque sea por correo¡±, implora. La mujer es un icono en el barrio despu¨¦s de pasarse m¨¢s de dos d¨¦cadas arreglando los descosidos en las prendas de los vecinos. A¨²n no est¨¢ retirada. ¡°Pero casi¡±, apunta. ¡°Me estoy cortando la coleta¡±, a?ade. ¡°Como la Pepa deje de coser, medio Legan¨¦s va a ir con los pantalones arrastras¡±, bromea Mar¨ªa Trujillo, de 80 a?os, la ¨²ltima en llegar cada tarde. ¡°A m¨ª la vida me ha gustado siempre¡±, cuenta Pepa. Juan, el hijo, de 50 a?os, frunce el ce?o e interrumpe. ¡±Preg¨²ntaselo a tus lumbares, mam¨¢¡±, le dice. Ella se revuelve en su asiento. ¡°Es normal que duelan los huesos, desde ni?a gan¨¦ el jornal cargando sacos de patatas y de trigo¡±, responde con orgullo. ¡°No es que nos conform¨¢ramos con aquello, es que no se conoc¨ªa otra cosa. La vida cambi¨® muy r¨¢pido y nosotras est¨¢bamos en medio. Nuestros hijos ya fueron al colegio y tuvieron unos cuidados que nuestra generaci¨®n no conoci¨®. Mi padre muri¨® con 36 a?os y toc¨® trabajar a rompe piel¡±, continua. ¡°?Ay, Pepa! Si es que nosotras hemos visto el mundo nada m¨¢s que por un agujero, y era de noche¡±, le responde Kika Garc¨ªa, de 76 a?os. ¡°?Pero no me lamento! Tuve la suerte de que mi madre me llev¨® un a?o con do?a Encarna, la maestra del pueblo, y all¨ª lo aprend¨ª todo. La lecci¨®n por la ma?ana y por la tarde sumar y restar. El resto de cuentas de mi vida las tuve que hacer sola con esta, que a¨²n me funciona bien¡±, finaliza Pepa se?al¨¢ndose con el dedo ¨ªndice la cabeza.
Seg¨²n un estudio de la Universidad Aut¨®noma, los vecinos de Legan¨¦s fueron en el a?o 2005 los m¨¢s longevos de Europa. En la actualidad, este municipio del sur de Madrid tiene, junto a Alcorc¨®n, el porcentaje m¨¢s alto de mayores de 65 a?os (22,43%) respecto a la poblaci¨®n total en todo el territorio de la Comunidad. Aproximadamente, en Legan¨¦s conviven 42.264 personas de la tercera edad. Muchos de ellos, como es el caso de Pepa, Kika o Rafi, son emigrantes de procedentes de zonas rurales de Extremadura o Castilla-La Mancha que se establecieron en localidades como Legan¨¦s durante los a?os 70, y que propiciaron con su llegada la ¡°g¨¦nesis del fen¨®meno metropolitano y la conexi¨®n de los espacios urbanos de las grandes ciudades como Barcelona o Madrid, con los municipios de su entorno¡±, seg¨²n explica Juan Manuel Romero Valiente, profesor de Geograf¨ªa en la Universidad de Huelva, en su tesis Migraciones.
Despu¨¦s de un invierno recluidas en sus hogares, toca pasar revista unas a otras. El tiempo avanza y los cuerpos merman. A cierta edad, un bast¨®n es sin¨®nimo de independencia; el andador, un indicio de que las cosas empiezan a torcerse y una silla de ruedas, la constataci¨®n de que una ya no es lo que fue. A?o tras a?o, las se?oras del banco son testigos extraordinarios de que no hay vuelta atr¨¢s y que el destino de todos es el mismo. ¡°Hasta los m¨¢s presumidos y estirados empiezan a torcer el lomo. Para nosotras no hay arreglo, tenemos m¨¢s goteras que los tejados¡±, comenta Pepa. Mar¨ªa, ¡°coqueta y curiosa¡±, cambia de tercio y pregunta a sus amigas: ¡°?Ha pasado algo por Legan¨¦s ¨²ltimamente?¡±. Las dem¨¢s callan, pero Rafi responde:
¡ª?Que si ha pasado algo? A vosotras no s¨¦, pero a m¨ª me han salido dos novios. Aunque ya es muy tarde para el amor¡
Pepa, que no recuerda con claridad lo que ha comido hoy, bucea en el ba¨²l de sus recuerdos para deleitar a sus amigas con la vez que le tir¨® una caja de tomates a la cabeza de un muchacho en Las Mesas, municipio de Cuenca, donde se crio y al que marchar¨¢ en pocos d¨ªas. ¡°Quer¨ªa que me arreglara con ¨¦l a toda costa y me esperaba en la puerta de casa. Ese d¨ªa se fue calentito a la suya¡ Yo lo que quer¨ªa era casarme con un forastero. Me llev¨¦ al m¨¢s guapo del pueblo de al lado¡±, cuenta la mujer aludiendo a su marido Juan, que falleci¨® muy joven a causa de un infarto.
El amor que los j¨®venes buscan ahora en las redes sociales y aplicaciones para ligar a trav¨¦s del m¨®vil, Rafi se lo encontraba en la calle, a plena luz del d¨ªa. Por la noche, en cambio, ¡°hab¨ªa que estar en casa¡±. ¡°?As¨ª se cortejaba en la ¨¦poca!¡±, exclama. Y, animada por la conversaci¨®n, recita para todas:
Tres estamos en la esquina,
todos, los tres, te queremos.
Saca la mano y escoge,
los dem¨¢s nos marcharemos.
Mar¨ªa Victoria Zunzunegui, de 70 a?os, es epidemi¨®loga y profesora honoraria de la Universidad de Montreal, y ha dedicado casi toda su carrera profesional al estudio de la tercera edad. ¡°Est¨¢ completamente demostrado que la participaci¨®n comunitaria mejora la esperanza y la calidad de vida, adem¨¢s de predecir la discapacidad. Cuanto mayor es tu participaci¨®n en la sociedad, menor riesgo de discapacidad se tiene¡±, explica. ¡°Particularmente en Espa?a, la participaci¨®n se lleva a cabo en las comunidades m¨¢s inmediatas que se generan en los barrios. Hay que cuidar estos entornos y favorecer los espacios donde los mayores participen. Las tertulias en el banco es una actividad espont¨¢nea y muy nuestra que seguro mejora la vitalidad en la tercera edad¡±, prosigue. ¡°Para ser conscientes del valor de estas personas, no debemos olvidar que es una generaci¨®n que creci¨® bajo la dictadura de Franco, que han tenido una enorme depresi¨®n pol¨ªtica y social a lo largo de sus vidas. Deber¨ªamos tratarles con especial cuidado y que pudieran relatar su memoria hist¨®rica, tal y como hacen en sus peque?as tertulias del banco¡±, sentencia.
El fresco empieza a subir por los tobillos al aire de las se?oras. Es la hora en la que los ni?os juegan en la calle y los adolescentes se esconden en los portales abrazando con torpeza a su primer amor. Unos balonazos en las paredes de la plaza ¡ªque finalmente Juan Jos¨¦ descubri¨® que se llamaba Centenario Atl¨¦tico de Madrid¡ªparecen campanadas que indican la hora de cenar. Loli Molis, de 74 a?os, llega cuando todas est¨¢n a punto de partir, al tiempo que un vecino se acerca para regalarles romero. ¡°?Todas a quemarlo y echarlo por la casa!¡±, dice Loli. ¡°Romerito, romero¡ Que se vaya lo malo y que entre lo bueno¡±, canta Pepa. Kika y Mar¨ªa hacen un adem¨¢n de levantarse, pero Rafi las detiene, y pregunta:
¡ª?Hab¨¦is estado alguna vez en una playa nudista?
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