Postales de la M-30: viaje por carretera al coraz¨®n de Madrid
La primera autov¨ªa de circunvalaci¨®n de Espa?a cumple medio siglo como el trazado que define los contornos de la almendra central de la capital. Esta es una colecci¨®n de estampas que suceden en sus m¨¢rgenes
11 de noviembre de 1974, media tarde. El ¨²ltimo presidente del Gobierno del franquismo, Carlos Arias Navarro, corta una cinta rojigualda junto al puente de Segovia de Madrid. Inauguraba as¨ª los tramos este y oeste de la M-30, la primera autov¨ªa de circunvalaci¨®n de Espa?a, que no se terminar¨ªa hasta dos d¨¦cadas despu¨¦s. ¡°Es la gran obra de nuestra generaci¨®n¡±, afirm¨® euf¨®rico Arias Navarro aquel d¨ªa, contemplando el proyecto con el que hab¨ªa so?ado el que fuera alcalde de la capital entre 1965 y 1973. Medio siglo despu¨¦s, la M-30 se erige como una infraestructura estrat¨¦gica que transitan 33 millones de veh¨ªculos al mes, casi el equivalente al parque m¨®vil de todo el pa¨ªs. Una v¨ªa con m¨¢s de 30 kil¨®metros, clave en la movilidad, que secciona la ciudad con precisi¨®n quir¨²rgica.
La paradoja de la M-30 es que conecta el centro con la periferia m¨¢s inmediata a una velocidad de v¨¦rtigo y a la vez desgarra el tejido urbano. Su per¨ªmetro define la almendra central de la capital, y genera un efecto frontera en los indicadores econ¨®micos y de calidad de vida que pueden observarse en las series estad¨ªsticas a partir de los a?os ochenta. Desde el precio del suelo y la antig¨¹edad de las edificaciones hasta la renta media y la esperanza de vida, todo depende del c¨®digo postal. Al tiempo, este trazado encierra una formidable met¨¢fora del poder pol¨ªtico y financiero que late en la capital. El coraz¨®n de Madrid tiene en la M-30 sus arterias coronarias, conductos esenciales para la vida que la irrigan y envuelven de extremo a extremo.
Para descifrar este paisaje, el escritor Antonio G¨®mez Rufo trae a la memoria la denominaci¨®n popular de los Madriles. En su opini¨®n, esta demuestra que la villa y corte ¡°nunca fue una ¨²nica ciudad, sino una suma de barrios y pueblos¡± atravesados despu¨¦s por indisimulados costurones. El despliegue de grandes autopistas urbanas termin¨® de proyectarse en los setenta entre protestas por los enormes viaductos de hormig¨®n que irrump¨ªan en ciudades de todo el mundo. Unas fronteras f¨ªsicas ¡ªy psicol¨®gicas¡ª que se han ido soterrando por tramos en Boston, Tokio y Madrid con desiguales resultados. Aunque queda mucho por hacer, la M-30 cuenta ahora con una red de t¨²neles de 10 kil¨®metros, la m¨¢s extensa de Europa. Este es un viaje por las arterias coronarias de Madrid con cinco paradas. Una colecci¨®n de postales que buscan capturar fragmentos de vida en los arcenes.
Esther Garc¨ªa Llovet: ¡°Cierra los ojos y escucha, parece que est¨¢s en el mar¡±
La escritora Esther Garc¨ªa Llovet (M¨¢laga, 60 a?os) ha inventado una ciudad a su medida. Un Madrid lim¨ªtrofe, habitado por perdedores en busca de la ¨²ltima oportunidad. La poes¨ªa que atraviesa su narrativa no se explica sin la M-30, que retrata con una luz bella y extra?a, como esa que ahora la deslumbra. ¡°He querido que en mis libros la circunvalaci¨®n sea un personaje m¨¢s¡±, explica arrugando los ojos sobre uno de los puentes del tramo norte. Por decisi¨®n propia, siempre ha vivido cerca de este trazado que circuye la ciudad, lo que denomina ¡°el foso de Madrid¡±, quiz¨¢ porque el rugir del tr¨¢fico tiene en ella efectos relajantes. ¡°Cierra los ojos y escucha, parece que est¨¢s en el mar¡±, propone.
La autora de S¨¢nchez (2019) y Gordo de feria (2021), ambas editadas por Anagrama, no conduce, sus piernas est¨¢n acostumbradas a largos paseos por Madrid. Se entrega al caminar sin rumbo fijo como una pr¨¢ctica de resistencia est¨¦tica. ¡°He bordeado la M-30 varias veces a pie, es un experimento fascinante. Sorprende que uno encuentra condones, latas y papel higi¨¦nico en los alrededores. Restos de vida, pero nunca vida en s¨ª. Parece que quienes la frecuentan se marchan instantes antes de que llegue yo. Lo que pasa en la M-30 se quedan en la M-30¡å, ironiza Garc¨ªa Llovet, que cautiv¨® al jurado del Premio Herralde con C¨®mo dejar de escribir (2017). Aquella iba a ser su ¨²ltima novela, pero finalmente termin¨® abri¨¦ndole las puertas de Anagrama.
Esta ma?ana oto?al, la novelista sugiere un paseo hist¨®rico siguiendo el curso del Canal Bajo de Madrid. El fot¨®grafo gal¨¦s Charles Clifford, pionero del colodi¨®n h¨²medo, captur¨® en el siglo XIX la fastuosa construcci¨®n de este conducto que desciende desde la sierra norte y penetra como una puntada bajo la M-30 a su paso por la avenida de la Ilustraci¨®n. A ambos lados de la v¨ªa pueden encontrarse mojones que marcan el recorrido del agua. ¡°En los m¨¢rgenes de la circunvalaci¨®n emerge de repente la historia de Madrid¡±, asegura Garc¨ªa Llovet, se?alando estas piedras. ¡°Vine mucho a pasear por esta zona en el confinamiento y, despu¨¦s, durante el temporal Filomena. Ver la M-30 sin coches fue un trauma gord¨ªsimo, como si hubiera llegado el fin del mundo¡±, rememora.
La avenida de la Ilustraci¨®n es el ¨²ltimo eslab¨®n de la M-30. Se trata de un tramo con velocidad reducida por su cercan¨ªa a las viviendas y el ¨²nico jalonado por sem¨¢foros. Las obras se consumaron con la monumental Puerta de la Ilustraci¨®n (1990) del escultor Andreu Alfaro, un arco del triunfo posmoderno que sirvi¨® tambi¨¦n para glorificar al entonces alcalde de Madrid Agust¨ªn Rodr¨ªguez Sahag¨²n. Recientemente, el Ayuntamiento ha plantado nuevos ¨¢rboles y ensanchado las aceras de esta gran avenida. Unas mejoras tan solo superficiales para quienes demandan soterrar la autov¨ªa por completo. ¡°Al centro de la ciudad le pesa el culo de la historia¡±, sentencia Garc¨ªa Llovet al contemplar el paisaje. ¡°Este es el Madrid que se reinventa cada d¨ªa y nosotros con ¨¦l. Eso me gusta y me atrae de la M-30, la libertad de sentir que estamos solo de paso, que podemos ser otros¡±.
Formada en Psicolog¨ªa Cl¨ªnica y Direcci¨®n de Cine, la autora cambi¨® de rumbo cuando empez¨® a escribir frisando los 40 a?os. Desde entonces se ha consagrado como una potente narradora de novela negra en espa?ol. Sus frases breves y precisas son la munici¨®n de una prosa acompasada. ¡°Mira, los mojones del canal siguen por ah¨ª¡±, avisa se?alando al otro lado de la avenida, donde los edificios de viviendas son m¨¢s altos, nuevos y refulgen al sol. ¡°La literatura de extrarradio siempre ha existido, pero la cultura va al t¨®pico y por eso normalmente no ha reparado en entornos como este. Yo lo comparo con el suburbia estadounidense. ?Qu¨¦ otro sitio de Madrid tiene esta amplitud? Tendr¨ªas que irte fuera, a Pozuelo o Las Rozas¡±, asevera la escritora con un punto provocador.
Garc¨ªa Llovet ha visto nacer la M-30. Lleg¨® procedente de su M¨¢laga natal cuando las primeras gr¨²as comenzaban a excavar el lecho de la circunvalaci¨®n y Madrid era el germen del desarrollismo nacional. La ciudad dejaba de ser solo un centro administrativo para orientarse a los servicios y acumular un capital que ya no solo se concentraba en los barrios de Neguri (Guetxo, Bizkaia) o Sarri¨¤ (Barcelona). ¡°No tengo nada en contra del centro, pero me resulta mucho m¨¢s estimulante lo que sucede en los m¨¢rgenes¡±, cuenta sobre sus paseos, durante los cuales nunca utiliza auriculares. ¡°El paisaje sonoro de Madrid merece atenci¨®n. Las conversaciones de bar, en el autob¨²s, el ruido de los coches...¡±, enumera. Los mojones del Canal Bajo, que fluye hasta el barrio de Chamber¨ª, desaparecen en un cierto punto y la escritora da por finalizado el paseo. Una deriva urbana a la que han llegado los ecos de su mar imaginado.
El colch¨®n que Mariano hered¨® bajo el puente
Conoci¨® a Pablo huyendo de la lluvia y esa noche cenaron juntos. Le dio unas rebanadas de pan con mortadela, un batido de vainilla, una chocolatina, y le dej¨® dormir a unos metros de ¨¦l, debajo del puente, ni muy cerca ni muy lejos. Mariano Lonescu (40 a?os) no sabe bien d¨®nde est¨¢. Hace se?ales, se expresa con calma en un impreciso espa?ol con el que explica orgulloso de d¨®nde viene. Para Lonescu solo hay dos lugares en el mundo: el que tiene delante y el que tiene detr¨¢s. Delante, a los pies de su casa, de su colch¨®n, de su mesita de noche llena de envoltorios vac¨ªos de comida, est¨¢ la carretera: la M-30 a su paso por el distrito de Hortaleza. Detr¨¢s, como ¨¦l dice, est¨¢ la vida en la calle.
Aquel amigo al que llama Pablo era el due?o de este enclave, franqueado por la circunvalaci¨®n y una urbanizaci¨®n de chalets con piscina y pista de tenis cuyo precio supera el mill¨®n de euros. Pablo se march¨® hace unos meses cuando encontr¨® un piso asequible en San Lorenzo del Escorial. Lonescu, que hasta ese d¨ªa hab¨ªa dormido sobre cartones, hered¨® el colch¨®n de su colega y tom¨® prestada esta propiedad. ¡°Aqu¨ª uno viene a descansar. Vivir no se puede¡±, declara. Nacido en Bucarest (Rumania) en 1984, lleg¨® a Espa?a siendo un adolescente para encontrarse con un familiar que viv¨ªa en Granada. Estudi¨® educaci¨®n secundaria y, a partir de ese momento, su biograf¨ªa es un misterio. Hace menci¨®n a un viejo amor, Loren, una americana que cursaba Derecho con la que comparti¨® piso en el barrio del Albaic¨ªn (Granada).
¡°Era perfecta¡±, recuerda mientras enreda sus dedos en el cable de unos auriculares. Aquello termin¨®, ¨¦l se mud¨® a Madrid en busca de un trabajo en la construcci¨®n y, tras ocho a?os en el sector, perdi¨® el empleo y se qued¨® en la calle. Lonescu es un hombre profundamente preocupado por el qu¨¦ dir¨¢n. Sobrevive vendiendo algo de chatarra, a veces tambi¨¦n papel y cart¨®n; pero, sobre todo, se financia con las limosnas y ayudas de personas que conoce. Un felpudo que encontr¨® en un contenedor da la bienvenida a su morada bajo el puente. Lo coloca en un lado del techado, por donde de vez en cuando aparece alg¨²n viandante despistado. ¡°Yo por m¨ª mismo no traigo a nadie. Esto no es una fiesta¡±, lamenta. Por la ma?ana barre su parcela, que se llena del polvo, arena y holl¨ªn que escupe la autov¨ªa. Por las tardes se esfuerza en dejar limpio tambi¨¦n el arc¨¦n de la carretera, que frecuentan los operarios del Ayuntamiento.
¡°No quiero que nadie hable mal de m¨ª. Que nadie piense que puedo estar perjudicando¡±, sostiene refiri¨¦ndose a sus vecinos, otras personas sinhogar que se instalan entre los matorrales de su alrededor y con quienes de vez en cuando tiene conflictos. La mejor estaci¨®n del a?o para vivir junto a la carretera, seg¨²n Lonescu, es el verano. La ciudad est¨¢ vac¨ªa por esas fechas, y disminuye la densidad de los atascos, lo que facilita su vida a la intemperie. Durante el resto del a?o, el tr¨¢fico le desvela a partir de las cinco de la ma?ana, y no cesa de molestarle hasta las 11. ?l, que no tiene carnet de conducir, da vueltas en el colch¨®n mientras observa la circulaci¨®n, escuchando en la radio Los40 Dance.
¡°Puedo adivinar cu¨¢nto le queda a algunos conductores para aparecer por aqu¨ª. Se detienen siempre en el mismo sitio y a la misma hora¡ Tampoco a ellos se les ve muy felices¡±, se burla. As¨ª pasan los d¨ªas para Mariano Lonescu, encogido sobre su silla de escritorio una ma?ana de domingo. A veces, lo previsible de la rutina se interrumpe por una pelota de tenis que cae cerca. Mariano lo interpreta como una especie de paloma mensajera desde el mundo que le da la espalda. ?l sale corriendo a por ella y la devuelve por encima de la valla. Entonces, una voz desconocida le da las gracias, y Mariano regresa callado a su universo solitario.
Ciudad segregada: en la frontera de Vallecas
Los ingenieros de la M-30 asestaron en los setenta un tajo al entramado urbano que se advierte con especial crudeza en la calle de Valderribas. Mencionada por P¨ªo Baroja en su novela La Busca (1904), esta v¨ªa que conectaba la capital con el pueblo de Rivas se encuentra desde entonces partida en dos. De un lado, adquiere la denominaci¨®n de calle y pertenece al distrito de Retiro. Del otro, toma el nombre de camino y forma parte de Puente de Vallecas. Esta frontera tiene una dimensi¨®n social que se evidencia en el censo: la parte de Retiro duplica en renta a la de Vallecas, unos votan a la derecha y otros lo hacen a la izquierda. El catastro arroja adem¨¢s otro dato: en el primer tramo, las viviendas se construyeron medio siglo m¨¢s tarde.
Vallecas ha sido hist¨®ricamente un territorio liminar. ¡°Por aqu¨ª antes pasaba un r¨ªo. Y como en todo r¨ªo, siempre ha habido dos orillas¡±, recuerda Vicente D¨ªez, de 49 a?os, en referencia al arroyo Abro?igal, que hubo de ser canalizado y enterrado bajo el trazado de la M-30. ¡°Debe estar por ah¨ª, debajo de ese monstruo¡±, asegura, sela?ando la autopista desde su azotea. Ingeniero agr¨®nomo y administrador de fincas, D¨ªaz celebr¨® en 2009 que por fin un puente cosiera los dos tramos de Valderribas, mientras que en frente, arreciaron las cr¨ªticas. Incluso aparecieron pintadas contra la reunificaci¨®n. ¡°Los entiendo. Digamos que la autov¨ªa es una frontera entre nosotros. Tal vez no aparezca en los mapas, pero existe. All¨ª hay tranquilidad y silencio, es otro mundo. Los problemas y la agitaci¨®n parecen concentrarse en este lado. Y claro, una pasarela pod¨ªa trasladar todo lo malo. En el fondo, no ha sido as¨ª¡±, relata el vecino.
Si cruzar el arroyo Abro?igal era ya disuasorio, la M-30 parti¨® la ciudad con la contundencia de un hachazo. Los arquitectos y urbanistas planean unir en lugar de disgregar, entrelazar n¨²cleos y evitar el vac¨ªo. Por el contrario, en Vallecas los jirones se han ido visibilizando a¨²n m¨¢s con el paso de las d¨¦cadas. La sensaci¨®n de aislamiento es com¨²n entre los vecinos del camino de Valderribas; mientras, en el lado opuesto, la autov¨ªa se percibe en clave defensiva. ¡°Esto ha dificultado el intercambio de poblaci¨®n cotidiano entre personas de barrios a un lado y otro de la M-30, disminuyendo la mezcla social¡±, explica el soci¨®logo Jos¨¦ Ariza de la Cruz, investigador de la Universidad Complutense. All¨ª donde median infraestructuras viarias parece suspenderse la primera ley de la geograf¨ªa, esa que dicta que las cosas pr¨®ximas en el espacio tienen una relaci¨®n mayor que las distantes.
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Este viernes por la tarde, tres consultoras cruzan la pasarela de Valderribas al salir de la oficina en direcci¨®n a Vallecas. All¨ª suelen aparcar el coche, pues el estacionamiento es gratuito, mientras que en la otra orilla hace a?os que instalaron parqu¨ªmetros. ¡°Pasamos de puntillas, la direrencia es palpable¡±, reconoce una de ellas, que frisa la treintena. Detr¨¢s camina Eder Peinado, de 37 a?os, que carga la mochila de Piol¨ªn de su hijo de seis. Pese a que la familia vive en Vallecas, Peinado ha matriculado a su chaval en el colegio Nuestra Se?ora de la Paz, un centro adscrito al distrito de Retiro. ¡°Los conflictos eran casi diarios en el de nuestro barrio, se les estaba yendo de las manos. Quiz¨¢ es reflejo de lo que sucede en las calles¡±, desliza el padre. Y zanja con una retah¨ªla de comparaciones: ¡°Aqu¨ª est¨¢ limpio, ah¨ª est¨¢ sucio. Aqu¨ª se respetan las normas, ah¨ª no. Aqu¨ª puedes hablar con cualquiera, ah¨ª cuesta mucho relacionarse. Aqu¨ª se juega en el parque, ah¨ª se hacen botellones¡±. A juzgar por sus palabras, la reconciliaci¨®n en Valderribas parece m¨¢s que improbable.
El Gran Hermano de las profundidades
El centro de control de la M-30 es un b¨²nker con acceso directo a los t¨²neles de la circunvalaci¨®n. Una sala desde la que 24 operadores velan por la seguridad y el buen funcionamiento de esta v¨ªa madrile?a. Pendientes de 1.800 c¨¢maras, ejercen como un Gran Hermano que todo lo ve. ¡°Visionamos en tiempo real el interior de los cuatro tramos bajo tierra para actuar en menos de cinco minutos y medio si fuese necesario¡±, explica Dulce Rodr¨ªguez, ingeniera industrial y jefa de atenci¨®n a incidencias, un ¨¢ngel de la guardia enfundado en el uniforme azul Klein corporativo. Frente a su escritorio, 18 pantallas de alta definici¨®n muestran la vida subterr¨¢nea del trazado y alertan de cualquier incidencia.
Si estos monitores constituyen los ojos del puesto de mando, el o¨ªdo est¨¢ en las estaciones con fibra ¨®ptica; cables gruesos y de colores grapados sobre las paredes. Una red de 110.000 metros que registra y transmite informaci¨®n sobre la densidad del tr¨¢fico, la velocidad media o las condiciones ambientales del subterr¨¢neo. El torrente de datos se procesa despu¨¦s en el cerebro, una aplicaci¨®n inform¨¢tica basada en algoritmos de inteligencia artificial que automatiza buena parte de las intervenciones. Resolver las incidencias m¨¢s habituales¡ªveh¨ªculos detenidos y colisiones leves¡ª puede parecer sencillo, pero requiere de una observaci¨®n permanente. Tras el aviso del centro de control, los servicios de emergencia se trasladan hasta el lugar del incidente, que delimitan con conos antes de actuar.
Nunca se debe bajar la guardia, ¡°las cosas m¨¢s tontas pueden desatar el caos¡±, advierte otra responsable, la ingeniera de sistemas Raquel Bartolom¨¦. ¡°Los animales vivos que se cuelan en alg¨²n t¨²nel son un buen ejemplo. Contamos con un protocolo espec¨ªfico para ellos, que consiste en acompa?arlos con mallas de protecci¨®n hasta la salida de emergencia m¨¢s pr¨®xima¡±, prosigue, mientras uno de sus compa?eros atiende por tel¨¦fono a un conductor. Detr¨¢s de este despliegue est¨¢ la empresa Madrid Calle 30, que se remunicipalizar¨¢ a partir del 1 de enero de 2026. El Ayuntamiento de la capital comprar¨¢ a Emesa ¡ªformada por Grupo ACS y Ferrovial¡ª su participaci¨®n del 20% en la sociedad, todav¨ªa se desconoce por qu¨¦ importe. Tras la operaci¨®n, los 300 trabajadores de la firma ser¨¢n subrogados, manteniendo sus condiciones laborales.
La conservaci¨®n de la autov¨ªa supone un cargo anual para las arcas municipales de 160 millones, es decir, unos 450.000 euros al d¨ªa. A esto hay que sumar los pagos a Emesa por la prestaci¨®n del servicio, que ascienden a 50 millones al a?o. Este ¨²ltimo montante es lo que el Consistorio se ahorrar¨¢ a partir de la compra. De vuelta en el centro de control, Rodr¨ªguez desciende 60 metros bajo la superficie por unas escaleras que conducen hasta los arcanos de la M-30: las galer¨ªas de seguridad que discurren en paralelo a los t¨²neles. Proporcionan v¨ªas de evacuaci¨®n en caso de accidente y son transitables por los veh¨ªculos del servicio de emergencias si una actuaci¨®n lo requiriera. ¡°Ese extremo no se ha dado nunca, por suerte¡±, celebra la ingeniera al traspasar una de las compuertas autom¨¢ticas de las galer¨ªas, dise?adas como cortafuegos.
A solo unos pasos, grandes turbinas recogen el aire contaminado y lo filtran antes de devolverlo limpio a la atm¨®sfera. Son los pulmones de la circunvalaci¨®n madrile?a, ¨®rganos vitales de un soterramiento que endeud¨® al Ayuntamiento de Alberto Ruiz-Gallard¨®n en m¨¢s de 4.000 millones. Las nuevas leyes de control a las entidades locales impedir¨ªan semejante agujero en la actualidad. La autov¨ªa estuvo casi tres a?os invadida por gr¨²as, m¨¢quinas y un verdadero ej¨¦rcito nutrido por miles de obreros. Las dos tuneladoras utilizadas, Tizona y Dulcinea, dieron la vuelta al mundo como un flamante s¨ªmbolo de la prosperidad. El tiempo ha revelado que resulta m¨¢s efectivo reducir la emisi¨®n de gases contaminantes con restricciones al tr¨¢fico rodado.
La M-30 perdi¨® el a?o pasado casi un 4% de veh¨ªculos con respecto a 2022 tras la prohibici¨®n de circular sin etiqueta medioambiental. La medida fue ideada por el Ayuntamiento de Manuela Carmena y se aplic¨® en el primer mandato de Jos¨¦ Luis Mart¨ªnez-Almeida como alcalde. El teletrabajo y un incremento del uso del transporte p¨²blico tambi¨¦n han contribuido a reducir el tr¨¢fico en la circunvalaci¨®n. Por primera vez, Madrid cumpli¨® en 2023 con los l¨ªmites europeos al di¨®xido de nitr¨®geno, aunque los valores alcanzados superan con creces las recomendaciones de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS) y otros contaminantes como el ozono troposf¨¦rico se han disparado. Sea como fuere, mientras exista la M-30, el Gran Hermano de sus profundidades permanecer¨¢ vigilante.
Misa de 11 bajo el viaducto y centenares de coches
A la casa del Se?or se puede acceder por delante o por detr¨¢s. El compromiso de los fieles est¨¢, eso s¨ª, en que una vez dentro, la puerta ¡ªla que sea que se haya utilizado¡ª quede bien cerrada. ¡°Hace falta silencio para hablar con Dios¡±, argumenta Matilde Ruiz, de 91 a?os, una devota que asiste de lunes a domingo a la capilla de Santo Domingo de la Calzada. Por encima de su cabeza, a algo m¨¢s de tres metros, discurre la M-30 a su paso por el barrio de Puerta de Hierro. El zumbido de los coches se cuela en la capilla, como el runr¨²n de las moscas en una tarde de verano. ¡°Si vienes tres d¨ªas seguidos los dejas de escuchar. Es como si hubieran desaparecido, como si ya no estuvieras debajo de un puente¡±, asegura Ruiz antes de arrodillarse con sorprendente flexibilidad ante el altar.
La capilla fue inaugurada en 1977 por el cardenal Vicente Enrique y Taranc¨®n. El p¨¢rroco, Ignacio Luis de Ordu?a, de 61 a?os, narra la historia de c¨®mo acabaron aqu¨ª, incrustados en uno de los tres ojos del viaducto. ¡°Madrid hab¨ªa crecido mucho por el lado de Puerta de Hierro, y era necesario construir una nueva parroquia. Mientras se levantaba la del Bautismo del Se?or, ten¨ªamos que ir creando comunidad. ?D¨®nde hab¨ªa hueco? Pues debajo del puente. Lo importante era empezar por alg¨²n lado¡±, rememora. ¡°Es un barrio muy creyente. Gente de orden¡±, relata. El templo se encuentra rodeado por bloques altos, chalets y mansiones casi amuralladas con videovigilancia y un servicio de seguridad privada 24 horas al d¨ªa. Hasta all¨ª llega adem¨¢s el anillo verde ciclista. ¡°Debe de ser la ¨²nica iglesia a la que la gente viene sudada de montar en bici¡±, bromea el religioso.
De lunes a viernes, los parroquianos llegan, sobre todo, ayudados por un bast¨®n o andador. La edad no baja de los 80 a?os. Entran con sigilo, y se marchan sin armar ruido. Aunque se ven a diario ¡ªson siempre los mismos¡ª nunca hablan entre ellos en el templo. Durante el oficio, ni siquiera puede escucharse un mero bisbiseo de los presentes, solo la voz clara y contundente del sacerdote. Este explica que estudi¨® cine, que es un amante del s¨¦ptimo arte, y que por eso sabe cu¨¢ndo y c¨®mo provocar una pausa dram¨¢tica en medio de sus sermones. ¡°Yo lo que busco es la meditaci¨®n, que piensen, que reflexionen un poquito. Falta nos hace¡±, comenta De Ordu?a, que tras la misa se revela como un hombre hablador, que atiende continuamente llamadas por tel¨¦fono de sus feligreses.
En la capilla Santo Domingo de la Calzada la actividad se reduce a los cultos ¡ªde lunes a domingo a las 11.00¡ª y confesiones. El p¨¢rroco cree que Puerta de Hierro ¡°es un pueblo a la vieja usanza. De formaci¨®n religiosa de toda la vida¡±. Como ejemplo, Amparo y Juli¨¢n, de 88 y 90 a?os, que prefieren no dar sus apellidos. La pareja entra con la misa empezada, viene a diario. ¡°Entre recado y recado un rezo no viene mal¡±, dicen. Se sientan en los bancos traseros mientras el sacerdote lee la carta del ap¨®stol san Pablo a los efesios y pide el fin de la guerra en Israel, L¨ªbano, Ucrania¡ La pareja se marcha tras el culto, Juli¨¢n tiene que comprar unos ¡°cachivaches¡±. Y De Ordu?a regresa al despacho, donde espera un rato por si alguien necesita de sus consejos.