Jardiner¨ªa emocional: cuando las flores y plantas hacen brotar recuerdos
Quienes cuidaban de sus plantas a veces se marchan dejando su legado bot¨¢nico. Desde ese momento algunas especies, aunque no las podamos oler, con su simple presencia hacen que el coraz¨®n se acelere
Las plantas tienen memoria, y sus hojas y flores evocan a quienes las cuidan en sus recuerdos. Por el aire, entre las ramas de un limonero, flota el nombre de quien lo plant¨®. Por all¨¢, alrededor de una flor de una cala, se enreda la voz de la mujer que la regaba cada ma?ana, a pesar de que hace ya a?os que no ha vuelto a verla. Ese ciruelo no es solo otro m¨¢s de los que est¨¢n cubiertos de sus mejores y coloridas galas estos d¨ªa...
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Las plantas tienen memoria, y sus hojas y flores evocan a quienes las cuidan en sus recuerdos. Por el aire, entre las ramas de un limonero, flota el nombre de quien lo plant¨®. Por all¨¢, alrededor de una flor de una cala, se enreda la voz de la mujer que la regaba cada ma?ana, a pesar de que hace ya a?os que no ha vuelto a verla. Ese ciruelo no es solo otro m¨¢s de los que est¨¢n cubiertos de sus mejores y coloridas galas estos d¨ªas. Es el ciruelo de Antonio, que lo sembr¨® hace al menos 14 a?os y crece feliz en una maceta de terracota en una terraza madrile?a. Es la primera vez que ha florecido, porque a veces los frutales son as¨ª cuando se siembran: se lo piensan un buen rato, incluso a?os, antes de florecer. Puede que Antonio pruebe por fin sus ciruelas, porque sigue aqu¨ª, cuid¨¢ndolo.
Pero, otras veces, quienes cuidaban de sus plantas se marchan, dejando su legado bot¨¢nico. A Marta Ib¨¢?ez, que estudia Historia del Arte en Murcia, son los cactus los que la llevan a un ser querido: ¡°A mi t¨ªa Mar¨ªa Teresa¡±, asegura. ¡°Ten¨ªa un peque?o rinc¨®n en el porche de su casa, donde pon¨ªa toda clase de macetas con plantas de todo tipo. Pero, sobre todo, lo que m¨¢s me llamaba la atenci¨®n siendo peque?a eran los cactus que ten¨ªa. Dedicaba mucho tiempo y esfuerzo para que crecieran fuertes. Si se torc¨ªan o quebraban, siempre le pon¨ªa soluci¨®n con alg¨²n tipo de arreglo. Sol¨ªa enderezarlos con trozos de ca?a, y si crec¨ªan demasiado, los cambiaba de recipiente. Ella era una mujer fuerte, como los propios cactus que ten¨ªa, y me llamaban tanto la atenci¨®n de peque?a, que, a pesar de no ser de las plantas m¨¢s vistosas que ten¨ªa, me fascinaba c¨®mo crec¨ªan, cambiaban y se manten¨ªan, floreciendo todos los a?os cuando ven¨ªa un mejor tiempo. Aunque mi t¨ªa ya no est¨¦ aqu¨ª, siempre la recordar¨¦ por cosas como esta¡±, concluye Ib¨¢?ez, emocionada.
Las abuelas, grand¨ªsimas jardineras llenas de cari?o y de paciencia para sus plantas, son un dechado de clorofila que heredan sus seres queridos. As¨ª lo asevera Pili Hern¨¢ndez, que regenta desde hace d¨¦cadas la librer¨ªa Caprichos, en La Rioja. Su madre le transmiti¨® el don de la jardiner¨ªa: ¡°El c¨®leo me recuerda a mi madre. Mi afici¨®n principal son las flores y plantas, tambi¨¦n los gatos. A mi madre tambi¨¦n se le daban bien las plantas. Y no se limitaba a su casa, tambi¨¦n se encargaba de decorar el portal de sus vecinos, y repoblaba todo con esquejes de c¨®leo que plantaba a troche y moche y que siempre agarraban. Mis hijos tambi¨¦n est¨¢n cada vez m¨¢s interesados en las plantas y todos tenemos estas especies en nuestras respectivas casas, porque nos recuerdan a ella y nos encantan¡±, cuenta.
Las plantas silvestres tambi¨¦n son transmisoras de la rueda del cuidado y del mimo, como hac¨ªa Manolo, el abuelo materno del madrile?o Jes¨²s Greciet: ¡°?l era de una bra?a vaqueira en el occidente asturiano. All¨ª hay mucha celidonia, que ellos llaman cirig¨¹e?a. Esta planta tiene una savia anaranjada que brota a poco que la cortes. Cuando nos hac¨ªamos una herida de ni?os, mi abuelo siempre dec¨ªa que ech¨¢ramos aquella savia como si fuera mercromina, y ciertamente que funcionaba y cicatrizaba r¨¢pido. Y la frase que contaba era que ¡®la cirig¨¹e?a, de todos los males, es due?a¡±. Este nieto lleva consigo dentro una ense?anza que trasciende a lo f¨ªsico y tambi¨¦n a lo temporal.
Parece que los abuelos est¨¢n aqu¨ª para trascender, a fin de cuentas. Vicenta lo consigui¨® con sus hortensias, como relata su nieta Paula Borja, relaciones p¨²blicas y cuidadora detallista de sus propias plantas: ¡°Mi abuela falleci¨® hace casi ocho a?os. Al contrario que yo, ten¨ªa unas manos maravillosas para la cocina y para la jardiner¨ªa. En un peque?o pueblo de la comarca de la Ribera Alta, en Valencia, estaba el jard¨ªn de mi abuela, en una azotea, que gozaba de zonas de sol, de sombra y de semisombra, as¨ª que todas las plantas encontraban su lugar: los geranios, el jazm¨ªn, la planta del dinero¡ De entre todas las especies que cuidaba, la hortensia era su preferida. Y de qu¨¦ manera las cuidaba y c¨®mo le respond¨ªan¡ Parec¨ªa que aquellas hortensias estuviesen en mitad de un prado gallego en vez de en una azotea mediterr¨¢nea. Cada a?o, por el D¨ªa de la Madre, le compr¨¢bamos una, que ella cuidaba como si fuese su primera hortensia¡±. ¡°Lo cierto es que yo, en mi terraza mediterr¨¢nea de Barcelona, sin sombra, no me he atrevido a tener una de estas flores, porque no me veo capaz de cuidar a la planta preferida de mi abuela. Aunque seguro que ella s¨ª podr¨ªa, a pesar del sol¡±, prosigue Paula Borja sabiendo que las abuelas pueden obrar todos los milagros, o casi.
La rosa es una de las flores que m¨¢s pueden hacer presente a los seres queridos, como certifica la psicopedagoga Priscila Pastor: ¡°Mi abuela Marta siempre ha sido un poco m¨¢s madre que abuela, y amante del cuidado de sus rosales en Buenos Aires. Recuerdo sus delicadas manos al tratar con ellos, pese a las espinas que pareciera que ignorara su existencia; y hablarles como si supiera que la escuchaban. Al partir hemos llevado su ¨²ltimo rosal a la casa de mis padres. Nunca ha dejado de dar flores y, en ocasiones, en fechas especiales para nuestra familia, a pesar de anticiparse a la ¨¦poca de floraci¨®n. Hace tres a?os que vivo en Madrid y me es inevitable, al encontrarme con un rosal, no pensar en ella, no sentirla presente, ni sentirme acompa?ada. Como dec¨ªa ella: una vida sin sue?os es como un jard¨ªn sin rosas¡±.
Hoy son estos peque?os testimonios los que hablan en estas l¨ªneas. A poco que se indague, es posible que casi todas las personas guarden alg¨²n nexo entre una planta y sus seres queridos. Esa es la jardiner¨ªa emocional, la que se practica con el alma; la que deja atr¨¢s los datos para que sean los relatos los que hagan brotar los recuerdos. Unas flores que, en muchas ocasiones, tampoco podemos oler, pero que con su simple presencia hacen que el coraz¨®n se acelere y refresque para escuchar de nuevo aquella voz.