El poder enloquecedor del olor a galletitas calientes
Cuando los canes detectan alg¨²n olor especialmente interesante, sienten la necesidad imperiosa de complementar el est¨ªmulo nasal con el gustativo
Me tiene fascinada la obsesi¨®n de mi perra por lamer las baldosas de la terraza cuando llueve.
La semana pasada vi la ocasi¨®n de interpelar a un bi¨®logo y naturalista al respecto. ?l, de nombre Andr¨¦s, despu¨¦s de torcer el gesto por lo intempestivo de mi pregunta en el contexto de tomar unas cervezas y unas olivas entre amigos en la terraza de un bar, me respondi¨®, muy educadamente, que la acci¨®n de mi perra se debe, probablemente, a su sensibilidad olfativa.
Cuando los canes detectan alg¨²n olor especialmente interesante, sienten la necesidad imperiosa de complementar el est¨ªmulo nasal con el gustativo, como para dar m¨¢s dimensiones a la experiencia, y arremeten a lamer lo que sea que encuentren a mano. Precis¨® que es posible que la perra se sienta atra¨ªda, adem¨¢s, por la geosmina, un producto metab¨®lico resultado del trabajo de una serie de actinobacterias que interact¨²an con el agua de lluvia generando el petricor.
Petricor es el nombre que recibe el olor que causa la lluvia al caer sobre los suelos de piedra que hace tiempo que sufren de sequ¨ªa. La palabra nace de la uni¨®n de dos vocablos griegos: ¦Ð?¦Ó¦Ñ¦Ï?, petros, que significa ¡°piedra¡±, y ?¦Ö?¦Ñ, ikh?r, el l¨ªquido que fluye por las venas de los dioses en la mitolog¨ªa griega.
¡°?Galletas calientes!¡±, espet¨¦, ¡°?eso es lo que fluye por las venas de los dioses!¡± y dej¨¦ de prestarle atenci¨®n al instante. Andr¨¦s termin¨® de quedar convencido de que me falta una patatita para el kilo.
Lo que le pasa a Roma, mi perra, con la fragancia de la lluvia contra las baldosas de gres, lo vivimos mis compa?eros de clase en quinto de EGB y yo, en una de esas excursiones en autocar de visita educativa al molino aceitero, el planetario, el parque de bomberos o las ruinas romanas de turno.
Cada a?o, siguiendo una tradici¨®n que se remontaba a m¨¢s de dos d¨¦cadas, los alumnos de quinto de EGB de mi colegio peregrinaban al pol¨ªgono industrial para descubrir los secretos de la f¨¢brica de galletas donde LU produc¨ªa las Pr¨ªncipe de Beukelaer y las Dinosaurios. Ese a?o nos tocaba a nosotros. Ninguno fue capaz de dormir las noches previas. Lleg¨® el d¨ªa y nos montamos al autocar excitad¨ªsimos, dispuestos a recorrer el camino de baldosas amarillas para conocer al Mago de Oz.
La visita fue algo memorable, sin duda. De hecho, a ra¨ªz del paso de nuestra promoci¨®n por las instalaciones, el colegio qued¨® vetado para siempre en todas las f¨¢bricas que la empresa tuviese en territorio nacional.
?ramos buenos chavales, pero como la perra con el petricor, enloquecimos. Apenas atravesamos la puerta met¨¢lica que daba al hangar de producci¨®n, perdimos el mundo de vista. El olor, Dios m¨ªo. Ese olor dulce y caliente de galleta horne¨¢ndose. No un solo bufido aislado, ese que escapa al abrir la puerta del horno de casa para ver si las galletas est¨¢n listas, no. Un oleaje incesante, hondo, ubicuo, algo obsceno e irresistible.
Se nos nubl¨® la mente, salimos en estampida, enfurecidos, cegados por el aroma, sordos a los gritos de los profesores, y nos abalanzamos contra las m¨¢quinas en marcha. Asaltamos cintas transportadoras, metimos las zarpas en recovecos, desmontamos palets, abrimos cajas, arramblamos galletas calentitas a brazos llenos, atiborramos las mochilas como bestias salvajes, muertos de hambre o un atajo de simples. Salimos de all¨ª con anoraks y bombers henchidos como bolas de billar, triunfales.
A los operarios de la LU, ese d¨ªa les trastornamos la cadena de producci¨®n entera. La bronca en el autocar fue de proporciones ¨¦picas. El claustro de profesores estuvo valorando nuestro caso durante semanas, a puerta cerrada, y al final la direcci¨®n del centro decidi¨®, con el benepl¨¢cito de padres y tutores, castigarnos ese a?o sin colonias.
No ir de colonias no fue ning¨²n drama. Los alumnos del otro quinto, la clase de ¡°los buenos¡±, s¨ª fueron, y parece ser que no nos perdimos gran cosa. Los llevaron a pasar dos d¨ªas de jornadas educativas ¡ªcampo de aprendizaje, lo llaman, a ese timo de colonias¡ª, a Coma-ruga, un trozo de playa de la zona de El Vendrell, en Tarragona, que no es famoso por ser especialmente bonito. Se ve que los monitores les prepararon un juego de pistas nocturno tan bien dise?ado que los chavales no fueron capaces de encontrar las bolsas industriales de palomitas que los profesores hab¨ªan enterrado en la arena como premio. Ya me dir¨¢s t¨², palomitas revenidas y remojadas por la brisa marina, qu¨¦ maravilla de no-recompensa.
La visita a la LU fue la mejor salida escolar de todas las que recuerdo.
Entiendo perfectamente que la perra se obsesione de ese modo al oler la lluvia contra la piedra de la terraza. El petricor tiene que oler a tsunami de galletas calientes.
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