Descenso al infierno de los restaurantes er¨®ticos
Un redactor de El Comidista se juega la libido visitando dos restaurantes con espect¨¢culo picante. En el men¨²: nido de espermas, tetas mojadas o dura y grande. Pura ambros¨ªa, vaya.
Pertenezco a esa generaci¨®n que descubri¨® su sexualidad con las pel¨ªculas de Mariano Ozores, que vio a Jes¨²s Gil dar un mitin en un jacuzzi rodeado de mujeres en bikini o a Bert¨ªn Osborne tratar de emparejar a medio pa¨ªs -y a s¨ª mismo- en el Mujeres y hombres y viceversa de la ¨¦poca, solo que sin filtro. Quiero decir con esto que acumulo toneladas de caspa a mis espaldas: incluso podr¨ªa tararearles de memoria la canci¨®n de las Mam¨¢ Chicho; esto ¨²ltimo no sin cierto reparo. Aquella Espa?a de los noventa era todav¨ªa m¨¢s cutre y machista que la actual: de aquellos polvos, estos lodos. Pero, incluso con todo ese bagaje, tengo que confesarles una cosa: nunca antes hab¨ªa sentido la misma verg¨¹enza ajena, repel¨²s y ardor de est¨®mago que cuando visit¨¦ dos restaurantes pretendidamente er¨®ticos.
Que qui¨¦n me manda a m¨ª, maldita sea, si el a?o pasado jur¨¦ que no volver¨ªa a protagonizar ninguna de estas pesadillas culinarias. Pero aqu¨ª me tienen, aunque quiz¨¢s haya cosas inevitables como que la gente se case y el novio o la novia quieran celebrar su despedida en uno de estos sitios con espect¨¢culo picante. Que ya solo el concepto pone los pelos como escarpias: espect¨¢culo picante, con lo bien que suenan estas dos palabras por separado. Y a juzgar por las estad¨ªsticas es m¨¢s que probable que alguno de ustedes se vea en las mismas: en 2016, hubo 175.343 bodas; con sus respectivas despedidas, me imagino. ?Que por qu¨¦ lo s¨¦? Porque cen¨¦ en dos de estos sitios, pero trat¨¦ de reservar antes en otros del mismo estilo y no hubo manera: estaban llenos.
La sombra de Pajares y Esteso ha llegado hasta nuestros d¨ªas, aunque con una diferencia: cuesta creer que Los bingueros se hiciera con intenci¨®n de excitar a alguien, salvo a los chavales de la ¨¦poca. Mientras que en todos estos locales hay una intenci¨®n manifiesta: desmadrarse. Soltar una risotada como si estuvieras de p¨²blico en el programa de Juan y Medio. Tocar carne y, entre medias, probar platos con nombres sacados de la cartelera de un cine X de los setenta. Lo m¨¢s chusco del destape, unido a una cocina que suma al Kamasutra una nueva postura: la de abrazarse al retrete. Si no se excitan con esto, yo ya no s¨¦.
Nido de espermas para abrir boca
Precisamente, el primer restaurante que pruebo se llama as¨ª: Kamasutra. Un nombre tan manoseado, intuyo, como el concepto que venden. El local quiere aparentar un cierto exotismo, como si uno hubiera viajado al lejano Oriente, pero esto es un Benidorm con ¨ªnfulas. Cuando llego, hay varias despedidas en marcha: de hombres y mujeres, que comparten varias jarras de sangr¨ªa y cerveza. Hay barra libre -esto sobrio no se soporta-, y el men¨² que ofrecen es tan atroz como su espect¨¢culo: una sucesi¨®n de chistes de casados y Vaginesil a cargo de una drag queen; un vodevil con los desgraciados a los que sacan y a los que les hacen comer postres de tipo f¨¢lico para disfrute de acompa?antes que inmortalizan el momento para completar, acaso, el ¨¢lbum de bodas y tener algo que ense?ar a las visitas. Todo esto con fallos de sonido, sincronizaci¨®n y dos striptease integrales: el de ella, mucho m¨¢s trabajado; el de ¨¦l, con minutos de retraso, m¨¢s sobrevenido y con mucho "guarrilla" y "un poco de organizaci¨®n, que os tengo que restregar a todas".
De la Generaci¨®n del 27 ya les digo yo que no era. Aunque los camareros son m¨¢s cuidadosos, adem¨¢s de veloces como un eyaculador precoz. El s¨ªmil, lo s¨¦, es tan asqueroso como el nombre de uno de los platos que me sirven de primero: nido de espermas. Lo que sigue es, directamente, de chiste de Jaimito: el camarero toma nota y al volver -risotada- pregunta que para qui¨¦n es el esperma. Como en la mesa de al lado, donde se escucha: "?Org¨ªa, chicas?".
Se refiere, este ¨²ltimo, a otro de los platos estrella: una ensalada C¨¦sar con pollo y queso Parmesano, que se llama, as¨ª, org¨ªa, pero que vista su coherencia interna podr¨ªa haberse llamado, qu¨¦ s¨¦ yo, Tu t¨ªa Paca en bicicleta. Lo m¨ªo es otra ensalada, pero de pasta farfalle con tacos de jam¨®n york sospechosamente iguales, tomates cherry, ma¨ªz, queso y salsa pesto -esperma de semental italiano, intuyo-. Pero tan sosa como una cita con un registrador de la propiedad jubilado. Pido tambi¨¦n un surtido de jam¨®n, lomo, chorizo y salchich¨®n con picatostes que, este s¨ª, hace honor a su nombre: dura y grande, como la factura que me va a cobrar el dentista despu¨¦s de dejarme las muelas.
El espect¨¢culo contin¨²a y yo temo acabar con disfunci¨®n er¨¦ctil. En una de las mesas, un comensal trata de reba?ar la nata que queda en una de las nalgas de la stripper mientras me sirven el segundo plato: unas tetas mojadas. Otra de las recetas gourmet de la casa, que consiste en una pechuga de pollo -securria- camuflada con una salsa de ciruelas y acompa?ada de arroz Basmati. Yo no le veo la forma por ning¨²n lado: puede que est¨¦ ante un cuadro de bifrontismo o puede que el que le puso ese nombre -y todos los dem¨¢s- tuviera m¨¢s cosas que hacer ese d¨ªa. El pan, es de agradecer, tiene forma de pene y tambi¨¦n de teta. Que empezaba ya uno a pensar que se hab¨ªa metido en otro tipo de restaurante.
Tambi¨¦n te invitan a un mojito; aguado, s¨ª, pero mojito. Y con el postre, te dan cava. Vamos, que est¨¢s como quieres. Pero lo m¨¢s er¨®tico, sin duda, es la clavada del final: 35 euros por todo este desenfreno. Y a tocateja, que no admiten tarjetas. Por si les interesa: tambi¨¦n organizan cenas rom¨¢nticas, que lo mismo quieren darle un toque picante a su rutina parejil.
?Pero esto qu¨¦ es?
Mi primera incursi¨®n en el erotismo hostelero me hab¨ªa dejado con la libido de un pomelo. Y aun me quedaba por visitar un restaurante m¨¢s, maldita sea. ?Acabar¨ªa asexual perdido? ?Me entregar¨ªa a los placeres de la carne cruda? ?Vomitar¨ªa? Todo volv¨ªan a ser preguntas y congoja ante mi nueva aventura. As¨ª que me encomiendo a Benny Hill y que sea lo que Dios quiera. A ver si ustedes me ayudan en este caso. Porque, en realidad, no s¨¦ si visit¨¦ un restaurante er¨®tico o asist¨ª a una cena de empresa que se fue de madre.
Lo primero que uno ve cuando llega al Popurri, el siguiente local que visito, es a un se?or con su mandil defendiendo una barra de cruasanes y botellas de Ponche Caballero, Martini o Veterano. La t¨ªpica tasca de toda la vida, donde a esa hora se mezclan parroquianos y varias despedidas mixtas que hacen cola para traspasar una cortinilla negra que da acceso al sal¨®n del restaurante donde, se supone, tiene lugar el espect¨¢culo. Tambi¨¦n es donde a la hora de comer sirven el men¨² del d¨ªa, me confirman: eso es aprovechar bien el espacio y lo dem¨¢s, tonter¨ªas.
Dentro las camareras van vestidas con trajes ce?idos de polic¨ªa y los camareros, lo mismo pero con la camisa por fuera y mucho m¨¢s holgados. En las mesas hay tel¨¦fonos para poder llamar a otros comensales, pero el ruido del local hace imposible, siquiera, presentarse como es debido. Hace un calor insoportable y temo que me d¨¦ una lipotimia de un momento a otro. Aqu¨ª el espect¨¢culo corre a cargo del respetable: hay un tipo vestido de arlequ¨ªn que va y viene palpando traseros, pero ni m¨²sica de fondo ni un m¨ªsero chiste verde. De modo que la gente se lo monta por su cuenta: alguno se baja los pantalones y se bambolea; otros bailan y silban a las camareras pidi¨¦ndoles que ense?en cacho. Y yo lamento, una vez m¨¢s, no haber acabado Derecho.
Lo peor no es que este tipo de gente se reproduzca, que tambi¨¦n, sino la comida que sirven y el ardor de est¨®mago que me espera a la salida. "Aqu¨ª cuidamos el g¨¦nero y el producto", me hab¨ªa dicho el organizador horas antes. Pero mucho me temo que por g¨¦nero y por producto se refer¨ªa a las camareras, en su argot, porque lo que sigue es un men¨² cerrado que tarda un lustro en llegar a las mesas e incluye cosas tan dispares como un popurr¨ª de totopos con un pegote de guacamole en el centro, tan apetecibles como un sobaco sudado; un bukake de fritanga con aros de cebolla, fingers de pollo, jalape?os o palitos de mozzarella que llevaban fritos desde la ¨¦poca de VIP Noche, con la servilleta para la grasaza pegada. Y tambi¨¦n pude degustar una ensalada de queso de cabra y cebolla caramelizada, tan pastosa como una poluci¨®n nocturna. Esa, esa misma cara es la que se me qued¨® a m¨ª.
Eso, como entrantes. De segundo un emperador a la plancha con la textura de la goma de un cond¨®n y unas costillas crudas, pero ba?adas -c¨®mo no- en salsa barbacoa. Para entonces, casi las doce y media de la noche, hab¨ªa decidido no volver a aparearme en la vida. Todo esto, adem¨¢s, con barra libre de sangr¨ªa y cerveza, si no de qu¨¦. Aunque a la vista est¨¢ que el sexo vende: tanto este local como el anterior estaban hasta los topes. O los topless, porque tambi¨¦n hubo desnudo, con parroquianos curioseando, incluso, cubata en mano ya que la cortinilla que separaba ambas estancias no estaba echada del todo. Algo me dice que nunca lo est¨¢.?
Si cogen los sanfermines y les quitan los toros y a Hemingway les queda la misma marabunta rodeando a la stripper. Miren, suficiente por ese d¨ªa. Aunque al irme coincid¨ª con el boy del espect¨¢culo siguiente. Al verle sosteniendo una metralleta arreglada con papel celof¨¢n, le pregunt¨¦ por sus honorarios: "Entre 150 y 180 euros". La diferencia, me explican desde una agencia de espect¨¢culos, est¨¢ en si se queda en tanga o no. "Es lo mismo para la stripper". El equivalente a tres cenas en este local: 49 euros que me cost¨® el?coitus interruptus con postre incluido. El sitio, por cierto, est¨¢ muy cerca del tanatorio de la M-30. ?Casualidad? No lo creo: aqu¨ª viene a morir cualquier tipo de deseo.
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