Cocineros de dictadores: una historia de comida y terror
Un libro del periodista Witold Szablowski describe la relaci¨®n de cinco dictadores del siglo XX con sus cocineros, que trabajaron para satisfacer los caprichos de los tiranos bajo la amenaza de perder la vida.
Uganda. Idi Amin corre por palacio con la yugular palpitando y el pu?o en alto: ¡°???Si le pasa algo, os mato a todos!!!¡±. Es uno de los dictadores africanos m¨¢s feroces de la historia y est¨¢ amenazando directamente a sus cocineros. El hijo del tirano, glot¨®n sin remedio, se ha pasado con el pilaf, un postre dulce cuya ingesta masiva le est¨¢ causando un fuerte dolor de est¨®mago. La paranoia del envenenamiento de su hijo hace que Amin enloquezca.
En un intento desesperado por salvar el pellejo, Otonde Odera, el chef de confianza del dictador, coge al ni?o y se lo lleva corriendo al m¨¦dico. Se la juega; sabe que ya no tiene nada que perder. El doctor presiona el abdomen inflamado del joven paciente. Silencio. Sudor fr¨ªo. De repente, el hijo de Amin suelta un pedo atronador que le alivia las molestias y, de paso, salva las vidas de todo el equipo de cocina. S¨ª, salvados por un cuesco.
Es una de las muchas historias que cuenta el libro C¨®mo alimentar a un dictador de Witold Szablowski, un periodista polaco que ha recorrido el globo terr¨¢queo para entrevistar a los cocineros de algunos de los dictadores m¨¢s brutales del siglo XX, ni m¨¢s ni menos que Sadam Husein, Pol Pot, Idi Amin, Enver Hoxha y Fidel Castro. Un All Star Game de opresores, filtrado por el v¨ªtreo de sus chefs personales, los que vieron, alimentaron y sufrieron a los monstruos en su m¨¢s estricta intimidad.
Algunos se resistieron. Por ejemplo, cost¨® tres a?os contar con Abu Ali, el cocinero de Sadam Husein. ¡°Lo m¨¢s complicado fue encontrar a estos chefs y convencerles para que hablaran. Todos hab¨ªan sobrevivido cocinando para tiranos porque supieron tener la boca cerrada durante a?os y d¨¦cadas. Superado ese escollo, fue todo m¨¢s f¨¢cil, y, sorprendentemente, se revelaron como magn¨ªficos contadores de historias¡±, afirma Szablowski. Quiz¨¢s por eso, el periodista cede el grueso del protagonismo a dichos cocineros -algunos m¨¢s l¨²cidos que otros, por razones obvias de edad- y solo aporta su voz cuando hay que situar al lector o describir el contexto hist¨®rico y social en el que operaron los opresores.
Fogones en el filo
All¨¢ va una conclusi¨®n a posteriori: preferir¨ªa trabajar a escasos metros del reactor de Chern¨®bil que ser el cocinero personal de un dictador. Los chefs de este libro son unos supervivientes, y aunque disfrutaron de muchos privilegios, vivieron muchos a?os sometidos a una presi¨®n inimaginable, en permanente equilibrio sobre un filo imposible: por una parte, fueron las personas de mayor confianza de los dictadores, manipularon su comida, la salud de los jefes de Estado depend¨ªa en gran parte de ellos. Por la otra, vivieron bajo la constante amenaza de ser ejecutados: un ingrediente equivocado, una indigesti¨®n o una sospecha infundada les pod¨ªa granjear una muerte segura (y con toda probabilidad horrible). Curiosamente, algunos de ellos, como el cocinero de Sadam Husein, todav¨ªa profesan una lealtad ciega al dictador.
¡°Era una situaci¨®n extra?a. Estos chefs no pasaban hambre ni penurias mientras su pueblo se mor¨ªa de hambre, pero al mismo tiempo pod¨ªan ser ejecutados por pasarse con la sal¡±, asegura Szablowski. El nivel de sacrificio, lealtad y entrega era tambi¨¦n extremo: no ten¨ªan horarios, estaban siempre sometidos a las decisiones de sus superiores y, si era necesario, se desplazaban con los dictadores a escondites e incluso zonas de conflicto.¡±Estos chefs han pagado un alto precio. La cocinera de Pol Pot muri¨® el a?o pasado de c¨¢ncer de est¨®mago, lo cual no deja de ser simb¨®lico, dado el esfuerzo que hizo por esconder la verdad sobre lo que hizo Pol Pot y por autoenga?arse. Por otra parte, hay cocineros que sufren cuadros de estr¨¦s postraum¨¢tico, como los soldados que est¨¢n en el frente¡±, comenta Zsablowski.
M¨¢s all¨¢ de an¨¦cdotas y recetas, que las hay, el intercambio entre cocineros y dictadores nutre los momentos m¨¢s interesantes del libro. Se teje una relaci¨®n de dependencia-confianza-desconfianza-terror-admiraci¨®n que produce v¨¦rtigo. ¡°Es una relaci¨®n extra?a. El chef es como la madre del dictador, quien le alimenta, el que est¨¢ ah¨ª siempre. Y cuando hablamos de relaciones largas, como la del cocinero Erasmo Hern¨¢ndez y Fidel Castro, que estuvieron juntos 50 a?os, el chef desarrolla una admiraci¨®n y amistad, aunque nunca es ¨ªntima, un dictador nunca lo permitir¨ªa. Incluso algunos se enamoran del dictador, como la joven Moeun de Pol Pot. En realidad, los dictadores son buenos psic¨®logos y entienden que deben tratar bien a sus cocineros si quieren comer bien¡±, asegura Szablowski.
La dieta del tirano
Otra conclusi¨®n poslectura: los dictadores com¨ªan como emperadores mientras su pueblo cazaba ratas u otras alima?as para alimentarse. Nada nuevo en el horizonte. ?Pero qu¨¦ com¨ªan? Sadam Husein amaba la sopa de pescado de Tikrit -pescado graso y vegetales- y no le hac¨ªa ascos a la kofta, a grandes rasgos: carne picada de cordero y ternera en una brocheta. La ensalada de papaya de Pol Pot ten¨ªa que ser al estilo tailand¨¦s o no la tocaba. Fidel Castro era un loco de la pasta, de hecho, seg¨²n cuenta el libro, los espaguetis solo pod¨ªa cocinarlos ¨¦l. Le pirraba la sopa de vegetales y, de vez en cuando, se dejaba tentar por alg¨²n cordero con miel o leche de coco. Otra de las pasiones del dictador cubano eran los l¨¢cteos y, sobre todo, los helados: pod¨ªa engullir cubos enteros. De hecho, fue ¨¦l quien orden¨® la construcci¨®n de la conocida helader¨ªa Coppelia, en La Habana.
Una de las dietas m¨¢s inquietantes era la del tirano alban¨¦s Enver Hoxha. Hoxha hab¨ªa sufrido un grave infarto, padec¨ªa diabetes y ten¨ªa que seguir una dieta rigurosa que no pod¨ªa sobrepasar las 1.200 calor¨ªas diarias. Con tan escaso margen y la presi¨®n constante de los m¨¦dicos, su cocinero, cuya identidad no se revela, ten¨ªa que hacer malabarismos para alimentar a aquel tipo hiperactivo de metro ochenta sin que pasara hambre. Si a Hoxha le fallaba su salud de cristal y la espichaba, el chef sab¨ªa que ser¨ªa el siguiente en ir al hoyo.
El caso de Enver Hoxha es tambi¨¦n un fascinante relato sobre c¨®mo la comida puede influir en el estado de ¨¢nimo de las personas, dictadores incluidos, por muy animales que sean. El dictador fue un psic¨®pata con un siniestro recuento de cad¨¢veres en el armario, entre ellos sus compa?eros de colegio y su cu?ado. El cocinero de Hoxha sab¨ªa templar al tirano en sus momentos de c¨®lera con unos deliciosos postres que elaboraba con az¨²car para diab¨¦ticos. Muchas vidas inocentes se salvaron gracias este h¨¦roe an¨®nimo que mitig¨® los instintos asesinos del genocida con su destreza pastelera.
¡°La suya seguro que la salvaron. Hoxha lleg¨® al poder matando a todos sus amigos, incluso hab¨ªa matado al anterior chef, al que hab¨ªan acusado de atentar contra su vida. El cocinero al que entrevisto en el libro sab¨ªa que si no hac¨ªa algo no tardar¨ªa en seguir el mismo camino. As¨ª que tuvo que aprender a cocinar la comida favorita de Hoxha, de la forma que m¨¢s le gustaba al dictador. Se convirti¨® en un cocinero irremplazable para salvar no solo la vida de muchos inocentes, sino la suya propia. Es una historia incre¨ªble¡±, dice Szablowski.
Con las manos en las masas
Leyendo C¨®mo alimentar a un dictador uno se asombra ante los extremos delirantes que viv¨ªa el servicio de un opresor. Si a Sadam Husein no le gustaba la cena, obligaba a los cocineros a pagar de su bolsillo los ingredientes utilizados, eso s¨ª, cada a?o les regalaba a todos un coche nuevo de alta gama. El cocinero de Idi Amin recibi¨® un sustancioso aumento de sueldo el d¨ªa que unos ingleses le aseguraron al dictador, angl¨®filo reconocido, que su chef cocinaba como un blanco. El cocinero de Hoxha comparti¨® mesa con el genocida y su familia en una exclusiva fiesta de A?o Nuevo gracias a las bondades de su sheqerpare, una galleta tradicional albanesa que enamor¨® al dictador.
A trav¨¦s de estas historias, recetas, an¨¦cdotas, Witold?Szablowski no solo se pregunta qu¨¦ come un dictador, sino c¨®mo diablos se alimenta a un dictador sin morir en el intento. C¨®mo se las apa?aron esos cocineros para colmar los caprichos o estrictas necesidades culinarias de los tiranos en situaciones de enorme presi¨®n. C¨®mo llegaron hasta all¨ª. C¨®mo se convirtieron en confidentes de los hombres m¨¢s temidos de su generaci¨®n a trav¨¦s de la comida: el duro trabajo de alimentar al terror y vivir para contarlo.
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