La piscina alegre: hasta Bette Davis sonre¨ªa al borde de una piscina
Esta piscina no es terap¨¦utica, diva, ni demasiado consciente y ni falta que le hace. Ella sola justifica el verano
Todo el mundo sonr¨ªe al borde de una piscina. Muchas personas, incluso, r¨ªen. Nada de eso se puede decir frente al mar, tan ingobernable, tan violento. Un paseo por su orilla invita a la reflexi¨®n: ¡°?C¨®mo ser¨¢ este invierno?¡± o ¡°Me arrepiento de mi divorcio¡±. En cambio, junto a una piscina no hay ni pasado ni futuro: todo es presente. Solo hay que agudizar el o¨ªdo cuando pasamos en verano cerca de una de esas que salpican el Mediterr¨¢neo: se oyen risas, jolgorio. Junto al mar solo se oye al mar.
La piscina est¨¢ siendo fetichizada como nunca antes y debe ser porque es jubilosa y f¨¢cil y los tiempos no lo son. Una piscina es una construcci¨®n concebida para generar bienestar. Es un invento de las sociedades desarrolladas que lanza un mensaje f¨¢cil de comprender: ¡°Estoy aqu¨ª para hacerte feliz¡±; eso es as¨ª en Oaxaca y en Benidorm. Esta seguridad en s¨ª misma la hace fuerte y ha permitido que se consolide como arquitectura de felicidad. Alain de Bottom se pregunta en el libro al que robamos la expresi¨®n si los edificios pueden hacer a las personas felices o desgraciadas. Cualquiera que haya visto The White Lotus, la serie de HBO, conoce la respuesta. La piscina del resort est¨¢ en las ant¨ªpodas de una piscina alegre. En torno a ella hay silencio, tensi¨®n y pensamientos turbios. Esta serie de piscinas la cerramos con piscinas que no son como las de The White Lotus.
Este es un homenaje a las piscinas alegres, esas que concentran saltos a lo bomba (cada vez m¨¢s prohibidos), ni?os dando brazadas ante sus abuelos, risas tontas, aunque la risa nunca lo es, y mucha ligereza. La piscina es un territorio de ingravidez, en el que todo pesa menos; es como viajar al espacio con la ventaja de que no hay necesidad de ser Jeff Bezos ni Elon Musk. Esta es tambi¨¦n una defensa de la piscina multitudinaria, esa que re¨²ne a muchas personas queriendo pasar un buen rato, a muchos cuerpos ara?ando rayos de sol, persiguiendo el descanso y el olvido. Robert Capa fotografi¨®, y en color, una situaci¨®n as¨ª en Budapest. Aquel d¨ªa de posguerra de 1948, en la piscina del Hotel Gell¨¦rt hab¨ªa mucha gente queriendo sacudirse la guerra; ¨¦l sac¨® la c¨¢mara y nos dej¨® una serie de fotos que nos confirman que las personas hemos cambiado poco. La energ¨ªa que se concentra en torno a una piscina p¨²blica o municipal es potente: ah¨ª hay seducci¨®n, calor, m¨²sculos, ocio, cotilleo. Solo hay que pasarse cualquier fin de semana por la Piscina de la Complutense de Madrid, esa piscina p¨²blica-no p¨²blica a la que no pueden entrar ni?os.
Pobres ni?os. Muchos hoteles con piscina los desprecian, olvidando que son grandes proveedores de felicidad. Toda piscina con ni?os es una piscina alegre. Qu¨¦ importa que salten o jueguen a Marco Polo; quiz¨¢s molestan porque nos recuerdan que nosotros no lo hacemos. Los hoteles veraniegos con su piscina como altar central son lugares de jarana intergeneracional. En Craveiral, en el Alentejo, los ni?os y sus padres pasan rozando el bordillo montados en bicicleta, parece que se van a caer al agua y da la sensaci¨®n de que se reir¨ªan si lo hicieran. As¨ª es la energ¨ªa que irradia esa piscina. Otra que convoca una alegr¨ªa genuina es la de Ca?averal de Le¨®n. Este pueblo de Huelva tiene una plaza que en verano se convierte en una piscina alimentada por los manantiales cercanos. Hay pocos ejemplos as¨ª, en los que la piscina invade la ciudad. Qu¨¦ l¨¢stima. La piscina familiar, la del pueblo, la del hotel de tres estrellas y los parques acu¨¢ticos, son una m¨¢quina de generar buenos recuerdos y qu¨¦ son sino eso las vacaciones. Qu¨¦ es si no la vida.
La piscina alegre es finita. Hablemos del infinito. La piscina feliz tiene l¨ªmites, no quiere competir con la naturaleza. De Bottom escribe: ¡°Damos la bienvenida a los entornos creados por el hombre que nos garantizan una sensaci¨®n de orden y previsibilidad en el cual podemos confiar para descansar nuestras mentes¡±. No sabemos d¨®nde empieza y termina una piscina infinita y eso altera y hace trabajar a la cabeza y la alegr¨ªa es descansada. Se data su nacimiento en 1957, en Silvertop, la casa que John Lautner construy¨® en 1957 en Los ?ngeles, y desde entonces se recurre a ellas cuando se quiere transmitir sensaci¨®n de drama. Tienen dentro una tensi¨®n (son dif¨ªciles de construir) y una autoconciencia en la que no caben carcajadas. Las piscinas de Hanging Gardens of Bali o la de Isabel Goldsmith en su resort de Las Alamandas son inolvidables, pero no joviales. Una piscina infinita quiz¨¢s sea m¨¢s fotog¨¦nica que una rectangular, pero la felicidad no siempre lo es porque es arrebatada y despeinada como la imagen de Audrey Hepburn agarrada a un bordillo con el pelo revuelto sacando la lengua. No apetece sacar la lengua en una piscina infinita.
A veces la felicidad es una puesta en escena. Una piscina se asocia a la frescura y al bienestar; de ah¨ª que toda gran estrella del siglo XX tenga su foto promocional en una piscina igual que en Navidad la tienen delante del ¨¢rbol. Marilyn Monroe fue fotografiada numerosas veces en una piscina. La ¨²ltima sesi¨®n de fotos de su vida fue en una de ellas. Por aquella ¨¦poca, en 1962, Marilyn pensaba que merec¨ªa m¨¢s prestigio y cach¨¦ de los que recib¨ªa, as¨ª que se le ocurri¨® una idea para captar la atenci¨®n de la Fox. Ella propuso a Lawrence Schiller una sesi¨®n en una piscina en la que entrar¨ªa en el agua en traje de ba?o y saldr¨ªa sin ¨¦l. Sabemos que poco tiempo despu¨¦s la actriz muri¨®, as¨ª que su sonrisa en la foto es de una alegr¨ªa forzada, una casi alegr¨ªa. Los publicistas saben tambi¨¦n que una piscina se presta a la broma: los Beatles terminaron en el agua en una sesi¨®n m¨ªtica que les hizo John Loengard en Miami Beach. Tambi¨¦n al juego y al gui?o infantil: a Rita Hayworth la hac¨ªan posar con un flotador, a veces en forma de caballito o a veces con su nombre escrito. Las parejas de Hollywood eran m¨¢s parejas si compart¨ªan tumbona y risas, como lo hicieron Steve McQueen y Neila Adams. Hasta Bette Davis lo hac¨ªa sentada en un trampol¨ªn. Hasta Bette Davis. Orquestadas o no las sonrisas estaban ah¨ª, no importa si eran falsas, los norteamericanos son quienes llevan a gala el ¡°Fake it until you get it¡±.
La piscina alegre no es terap¨¦utica, diva, ni demasiado consciente y ni falta que le hace. Ella sola justifica el verano.
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