Plantas envenenadas y un jard¨ªn de piedras puntiagudas: cuando la arquitectura ¡®antipobres¡¯ viene de los propios vecinos
La estrategia de los habitantes de la Plaza del Pueblo de Orcasur, en el distrito madrile?o de Usera, para evitar que consumidores de drogas y personas sin hogar ocupen el espacio no es nueva. Repasamos los dise?os m¨¢s (tristemente) c¨¦lebres de la arquitectura hostil
El ¨²ltimo, el m¨¢s escandaloso ejemplo de arquitectura hostil en que se han fijado los medios de comunicaci¨®n espa?oles es el jard¨ªn de pedruscos de la Plaza del Pueblo de Orcasur, en el distrito madrile?o de Usera. Hartos, seg¨²n contaron a la prensa hace apenas unas semanas, de que consumidores de drogas, juerguistas eventuales y personas sin hogar les envenenasen las plantas o utilizasen las puertas de sus viviendas como porter¨ªas de f¨²tbol, los miembros de una cooperativa de vecinos decidieron retirar los bancos, podar los ¨¢rboles y arrancar el c¨¦sped de esta zona ajardinada de apenas 20 metros cuadrados y convertirla en una plaza dura con parterres de arena sembrados de guijarros puntiagudos. Un espacio hostil, en definitiva.
Tambi¨¦n una abominaci¨®n est¨¦tica que ha servido para neutralizar una parcela que, si bien antes era utilizada de manera inapropiada y molesta para los residentes, hoy ya no tiene ninguna utilidad. ¡°Si no lo disfrutamos nosotros, que no lo disfrute nadie¡±, declaraba una vecina, en un intento de justificar este extra?o acto de regresi¨®n urban¨ªstica en un barrio en el que no abundan las zonas verdes ni los espacios de uso p¨²blico.
Para el antrop¨®logo Jos¨¦ Mansilla ¡°es parad¨®jico que fuesen los propios vecinos los que acelerasen el proceso de deterioro de un espacio p¨²blico por la impotencia que les generaba no ser capaces de controlar su uso¡±. Sin embargo, en opini¨®n de este experto en conflictividad urbana y control social, ¡°los ejemplos m¨¢s extremos de arquitectura hostil no suelen ser iniciativas privadas, sino m¨¢s bien proyectos de reforma urban¨ªstica dise?ados y ejecutados por administraciones p¨²blicas a las que habr¨ªa que exigir mucha m¨¢s perspectiva y amplitud de miras que a un grupo de vecinos indignados por una situaci¨®n concreta¡±.
Este tipo de jardines (cementorro con pedruscos) no los ver¨¢s en el barrio de Salamanca, pero s¨ª en Orcasur donde la esperanza de vida es menor que en el resto de Madrid. Necesitamos inversi¨®n en los barrios desfavorecidos. pic.twitter.com/JMqNfckv1d
— F¨¦lix L¨®pez-Rey ? (@FelixLopez_Rey) June 6, 2020
Mansilla, residente en Barcelona, pone el ejemplo de la reurbanizaci¨®n de la Rambla del Raval y su entorno, ¡°un proyecto de ingenier¨ªa social que yo llamar¨ªa urbanismo hostil de dise?o, porque lo que pretende es intervenir en un espacio urbano expulsando de ¨¦l a una parte de los ciudadanos, los m¨¢s vulnerables, los que peor encajan en una idea de espacio p¨²blico concebido como lugar de paso y de consumo¡±.
Llevamos casi 30 a?os denunciando los excesos de la arquitectura hostil (tambi¨¦n conocida como urbanismo defensivo o, de forma m¨¢s directa, arquitectura de la exclusi¨®n o arquitectura anti-pobres), pero no hemos conseguido erradicarla. El concepto empez¨® a utilizarse en los a?os noventa, aplicado sobre todo a ciudades que se hab¨ªan embarcado en procesos muy agresivos de regeneraci¨®n y relanzamiento urbano, como Londres y Nueva York. La nueva tendencia lleg¨® a su c¨¦nit y empez¨® a despertar una firme reacci¨®n ciudadana ya en nuestro siglo, asociada sobre todo a la gesti¨®n urban¨ªstica de alcaldes como el londinense Boris Johnson o el neoyorquino Michael Bloomberg.
El s¨ªmbolo de esta ingenier¨ªa social clasista y agresiva fueran los llamados ¡°bancos Camden¡±, instalados en 2014 en este vecindario del norte de Londres, c¨¦lebre por su escena musical, sus pubs y su mercado popular. Se trataba de bloques de granito rugosos y de superficie triangular en los que resultaba inc¨®modo sentarse y del todo imposible tumbarse. En un contexto en que la capital brit¨¢nica se estaba llenando tambi¨¦n de p¨²as met¨¢licas en las inmediaciones de los edificios residenciales, los nuevos bancos se convirtieron en s¨ªmbolo odioso de una planificaci¨®n urbana ego¨ªsta, elitista y mercantilista, que pretend¨ªa expulsar a los sin techo, bohemios y simples ociosos de un entorno en fase acelerada de gentrificaci¨®n.
El Londres pr¨®spero e impoluto de Johnson no toleraba la presencia de intrusos que le quitasen lustre a su espl¨¦ndida fachada. M¨¢s o menos por la misma ¨¦poca, una parte de la ciudadan¨ªa madrile?a se moviliz¨® contra los separadores en los bancos de las marquesinas de los autobuses, una medida (como el relieve irregular de los bancos de granito de lugares como la plaza Tirso de Molina) expl¨ªcitamente orientada a evitar que personas sin hogar se tumbasen en ellos.
Tambi¨¦n por entonces empezaron a proliferar (y a ser, en algunos casos, denunciadas en¨¦rgicamente) soluciones urban¨ªsticas similares, como los bancos tubulares de Tokio, las piedras que rodeaban los ¨¢rboles en Clinton Park (San Francisco), los bancos esf¨¦ricos de Par¨ªs, los conductos de ventilaci¨®n cubiertos de arandelas puntiagudas de Toronto, las p¨²as en las fachadas de algunos edificios de Nueva York¡
Los ejemplos son m¨²ltiples, y el hecho de que muchos de ellos sean iniciativas p¨²blicas y hayan sobrevivido a varios cambios de gobierno municipal parece confirmar la tesis del historiador de la arquitectura Jon Ritter, que considera que la arquitectura de la exclusi¨®n no entiende de colores pol¨ªticos, porque forma parte de la l¨®gica fundamental del sistema. No es una anomal¨ªa, sino un s¨ªntoma inequ¨ªvoco del modelo de ciudad que estamos construyendo entre todos y que las instituciones impulsan de manera cada vez m¨¢s firme, a pesar de la resistencia que encuentran en ocasiones.
Ni siquiera la pandemia ha conseguido frenar la proliferaci¨®n de esta praxis que muchos expertos consideran sistem¨¢tica y deliberada. Incluso en meses en que apenas se ha construido, las principales ciudades del mundo, en especial europeas y estadounidenses, han seguido aferradas a la l¨®gica de lo que Mansilla llama ¡°privatizaci¨®n gradual del espacio p¨²blico¡±. Para el acad¨¦mico, ¡°est¨¢ en el ADN del urbanismo contempor¨¢neo, que concibe la ciudad como un escaparate y un mercado y, en consecuencia, pone m¨²ltiples barreras y obst¨¢culos a esa poblaci¨®n flotante que no es ni consumidora ni turista y, por tanto, estorba y sobra¡±.
Los bancos individuales o con reposabrazos, de dise?o extravagante y deliberadamente inc¨®modo, como las plazas duras desprovistas de ¨¢rboles, los aspersores innecesarios que riegan al que pasa m¨¢s tiempo de la cuenta tumbado en el c¨¦sped, los bordillos y alf¨¦izares inclinados o las muy agresivas p¨²as met¨¢licas o de cemento, son elementos anecd¨®ticos de dise?o urbano que lo que esconden es ¡°una l¨®gica de exclusi¨®n sistem¨¢tica, a veces expl¨ªcita, otras m¨¢s sutil pero igual de perversa, y que trasladan un mensaje muy contundente: aqu¨ª no sois bienvenidos, esta ciudad no es para vosotros¡±.
Sonia Olea, abogada del grupo de apoyo jur¨ªdico de C¨¢ritas Espa?a, prefiere no llamarlo arquitectura hostil. A pesar de las connotaciones peyorativas que tiene la expresi¨®n, le parece una etiqueta demasiado amable para describir lo que ella entiende como ¡°un urbanismo contrario a los derechos humanos y que parte de la criminalizaci¨®n sistem¨¢tica de la pobreza¡±. Olea coincide con Mansilla en que, cada vez m¨¢s, se construye para excluir, y que se hace de manera cruel y deliberada.
¡°C¨¢ritas ha participado en programas de las Naciones Unidas, como H¨¢bitat III, que plantean utop¨ªas urbanas basadas en una ciudad inteligente y sostenible¡±, explica Olea, ¡°pero incluso estas iniciativas, sin duda bienintencionadas, incurren sin pretenderlo en dise?os de exclusi¨®n que no tienen en cuenta a las personas vulnerables, que las ignoran y expulsan¡±. Para Olea, ¡°si se dise?a para excluir, si se complica de manera deliberada la vida de personas sin techo, con adicciones o que se dedican a la prostituci¨®n, es porque no caben en un modelo de ciudad pensado para ser exhibido y para dar un r¨¦dito econ¨®mico inmediato¡±.
La Ley de Seguridad Ciudadana de 2015, ¡°adem¨¢s de criminalizar la protesta social¡±, incluye, seg¨²n explica Olea, ¡°un art¨ªculo que multa con hasta 600 euros el deslucimiento del mobiliario p¨²blico¡±. Es decir, que se aplica un criterio est¨¦tico para perseguir no ya una conducta concreta, sino incluso una forma de ser y de estar en el espacio p¨²blico. ¡°Deslucir o afear¡± las ciudades que las administraciones p¨²blicas se esfuerza por ¡°embellecer¡± es una falta que puede ser castigada con una sanci¨®n administrativa. Todo responde a una mentalidad en la que ¡°el ¨¢gora ha sido sustituida por el mercado¡±, prosigue la abogada.
¡°En el ¨¢gora cabe, en principio, cualquier ciudadano. En el mercado, las personas sin hogar se convierten sin pretenderlo, con su sola presencia, en peque?as pancartas que denuncian una injusticia estructural. Y ya se sabe que la reivindicaci¨®n social resulta inc¨®moda y es mala para los negocios, as¨ª que se busca la manera de esconderlas. Que la gente consuma tranquila sin que las pancartas les estorben¡±. Pedro Uceda, profesor de Sociolog¨ªa Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, distingue entre dos niveles de urbanismo hostil: el expl¨ªcito y el impl¨ªcito.
En el primero, estar¨ªan los ¡°pinchos, bolardos, bancos individuales y contrapuestos o separadores de los asientos en las marquesinas de los autobuses urbanos¡±. Los segundos ¡°pasan desapercibidos¡± o son presentados como intentos de proteger al ciudadano en la v¨ªa p¨²blica: ¡°Una plaza sin zonas verdes, gran¨ªtica, con equipamientos infantiles inadecuados, puede ser vendida por el gobierno municipal como rehabilitaci¨®n de un espacio, pero lo cierto es que no est¨¢ pensada para favorecer el uso social de vecinas y vecinos¡±.
Lo mismo ocurre con ¡°la instalaci¨®n de c¨¢maras de vigilancia en puntos concretos de la ciudad, que se presentan como intentos de disuadir actos delictivos, pero en realidad sirven sobre todo para restringir el uso de esos espacios por parte de la poblaci¨®n vulnerable, desplazando a apenas unas pocas manzanas de distancia los hechos delictivos que intentan prevenir¡±. Todo responde, en ¨²ltima instancia, ¡°a una visi¨®n mercantilista y a las necesidades econ¨®micas de una ciudad neoliberal que vive de su imagen, sobre todo en sus ¨¢reas centrales, y por tanto se esfuerza en blanquear esa imagen y renuncia a desarrollar verdaderas pol¨ªticas de inclusi¨®n, pertenencia y permanencia¡±.
La arquitecta, urbanista y activista Itziar Gonz¨¢lez comparte, en gran medida, la l¨ªnea de an¨¢lisis de te¨®ricos como Uceda y Mansilla: ¡°Si se trata de denunciar los excesos de un modelo de ciudad capitalista basado en la mercantilizaci¨®n y la exclusi¨®n, que cuenten conmigo, porque no podr¨ªa estar m¨¢s de acuerdo¡±. Sin embargo, su experiencia como concejala del distrito barcelon¨¦s de Ciutat Vella, entre 2007 y 2010, la impulsa a matizar que algunas de las pr¨¢cticas consideradas como arquitectura hostil son, en realidad, ¡°intentos de intervenci¨®n y mediaci¨®n sensatos y moderados que intentan resolver problemas pr¨¢cticos¡±.
Gonz¨¢lez, no cree que ¡°haya nada intr¨ªnsecamente inmoral ni contrario a los derechos humanos en inclinar un alf¨¦izar para evitar que orinen en ¨¦l, es una medida que responde a una l¨®gica muy concreta y creo que debe ser valorada por sus resultados sin prejuzgar sobre sus intenciones¡±. Del mismo modo, aunque entiende ¡°lo hostil que resulta poner reposabrazos compactos en los bancos para evitar que las personas sin techo puedan estirarse y dormir en ellos, algo que yo no har¨ªa¡±, considera que una pol¨ªtica municipal responsable ¡°no puede conformarse con retirar ese obst¨¢culo material y quedarse tranquila porque ha vuelto a hacer posible, o m¨¢s f¨¢cil, que esas personas duerman a la intemperie: debe buscar una soluci¨®n estructural y permanente para el problema de exclusi¨®n social, pobreza extrema o falta de asistencia psicol¨®gica que hace que esas personas est¨¦n en la calle¡±.
Gonz¨¢lez defiende soluciones flexibles que ¡°partan del di¨¢logo con los vecinos para ofrecer respuestas concretas a problemas concretos, no recetas de urbanismo te¨®rico que no resuelven nada, porque intentan transformar la realidad sin entenderla¡±. Ella misma, como gestora municipal sobrevenida, se encontr¨® con los problemas que plantea intentar desarrollar pol¨ªticas sociales inclusivas en un contexto de ¡°capitalismo hostil¡±: ¡°Llegu¨¦ al cargo de concejala casi de carambola y asum¨ª el reto de administrar un barrio como Ciutat Vella, con mucha masa vecinal, m¨¢s de 180.000 personas en un ¨¢rea muy densa.
Un barrio, adem¨¢s, que arrastraba un cierto estigma de peligrosidad y marginalidad y en el que conviven desde hace muchos a?os el ocio nocturno, la prostituci¨®n y una poblaci¨®n flotante internacional de vagabundos y personas sin techo, atra¨ªda en parte por el efecto llamada que supone una alta concentraci¨®n en el vecindario de comedores sociales e instituciones de caridad privada¡±. La urbanista intent¨® intervenir en ese entorno ¡°guiada por el sentido com¨²n y el di¨¢logo abierto con los vecinos¡±, seg¨²n reconoce.
¡°Es posible que incurriese en lo que algunos te¨®ricos considerar¨ªan urbanismo hostil, porque hice lo posible para evitar que mi barrio se especializase en asistencia social muy por encima de su capacidad real de acogida, y tambi¨¦n intent¨¦ combatir el deterioro del mobiliario urbano que suele ocasionar ese exceso de poblaci¨®n flotante¡±.
Para Gonz¨¢lez, ¡°hay que exigir a las administraciones estrategias flexibles que no criminalicen la pobreza, pero que tampoco fomenten o toleren el uso inapropiado y problem¨¢tico de espacios p¨²blicos¡±. Se trata de que ¡°nadie se sienta invisible, vulnerable ni excluido, que se respeten los derechos de todo el mundo, pero, a la vez, que nadie pase miedo, que las calles sean seguras y est¨¦n limpias, que podamos ofrecer a todos los ciudadanos un entorno relacional digno¡±. Algunos espacios necesitan, en su opini¨®n, ¡°rescates preventivos para evitar que degeneren y que su uso social se vuelve problem¨¢tico¡±.
Existen, eso s¨ª, barreras morales e ideol¨®gicas que no deber¨ªa cruzar ninguna actuaci¨®n concreta sobre el terreno: ¡°La arquitectura nunca debe atentar contra la integridad ni la dignidad de las personas. Una superficie sembrada de p¨²as met¨¢licas es violencia arquitect¨®nica. Me entristece que haya estudios profesionales que dise?en ese tipo de soluciones y, sobre todo, administraciones que se las encarguen. Cuando se llega a esos extremos, ya no se puede hablar de verdadero urbanismo, sino de una arquitectura degenerada y transformada en instrumento de represi¨®n y de agresi¨®n al ciudadano¡±.
Para Pedro Uceda, la arquitectura hostil est¨¢ tan presente en los paisajes urbanos contempor¨¢neos que m¨¢s bien habr¨ªa que hablar de una ¡°ciudad hostil¡± creada a partir de la planificaci¨®n sistem¨¢tica de ¡°espacios hostiles¡±: ¡°Al poner barreras de pinchos o bancos individuales en espacios p¨²blicos, como en la fuente de la plaza de Sol¡±, se est¨¢ intentando resolver problemas pr¨¢cticos de una manera tan poco adecuada y tan poco sutil ¡°que las soluciones acaban convirti¨¦ndose en nuevos problemas¡±. Los espacios intervenidos desde esta l¨®gica hostil acaban resultando in¨²tiles no solo para colectivos vulnerables, ¡°sino tambi¨¦n para los ciudadanos en general, ni?os, ancianos y adultos¡±.
En el intento de acercarnos a una visi¨®n ideal de ciudad as¨¦ptica, segura y rentable desde un punto de vista econ¨®mico, la arquitectura hostil estropea muy a menudo nuestros entornos de convivencia. El soci¨®logo considera que ¡°los espacios p¨²blicos deben ser inclusivos; favorecer que se permanezca en ellos y reconocer el derecho del individuo a apropiarse de ellos¡±. Ante los intentos de los urbanistas de sal¨®n de teledirigir nuestros ¨¢mbitos de convivencia, ¨¦l propone una l¨ªnea de resistencia c¨ªvica activa: salgamos a las calles, hag¨¢moslas nuestras ¡°y no dejemos que nos digan c¨®mo debemos utilizarlas¡±.
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