La trampa de Blockbuster: la cadena que hoy simboliza la nostalgia por el videoclub fue tambi¨¦n la que lo destruy¨®
El estreno en Netflix de una comedia ambientada en el ¨²ltimo franquiciado de la compa?¨ªa alimenta la renovada fascinaci¨®n ¡®retro¡¯ por los locales de alquiler de pel¨ªculas como lugar de encuentro entre apasionados del cine
La cruel iron¨ªa se manifiesta solo con formularla: Netflix est¨¢ rentabilizando la nostalgia por los videoclubs Blockbuster. La plataforma de streaming, considerada por algunas teor¨ªas la asesina del modelo de n...
La cruel iron¨ªa se manifiesta solo con formularla: Netflix est¨¢ rentabilizando la nostalgia por los videoclubs Blockbuster. La plataforma de streaming, considerada por algunas teor¨ªas la asesina del modelo de negocio de alquiler de pel¨ªculas, acaba de estrenar una sitcom ambientada en el ¨²ltimo local de Blockbuster que resiste en el mundo. Con el simple t¨ªtulo de Blockbuster, la serie se inspira en el caso real del local en Bend (Oreg¨®n) que, en 2019, se convirti¨® en el ¨²ltimo franquiciado operativo de la compa?¨ªa sobre el planeta. Su historia inspir¨® el documental El ¨²ltimo Blockbuster (2020), que, de hecho, fue el cuarto programa m¨¢s visto de Netflix durante la primavera del pasado a?o en Estados Unidos.
Protagonizada por Randall Park y Melissa Fumero, en el primer cap¨ªtulo, Blockbuster ya comienza explorando con humor su propia naturaleza contradictoria, con un cliente que acude al videoclub para quejarse del algoritmo de Netflix por recomendarle los programas que le gustaban a su exnovia, que lo acaba de dejar y con quien compart¨ªa la cuenta. Acto seguido, gerente y empleados se ponen manos a la obra a buscar y recomendarle las pel¨ªculas m¨¢s adecuadas para superar una ruptura, como ?Olv¨ªdate de m¨ª! o Midsommar.
M¨¢s all¨¢ de puntuales gui?os, sin embargo, las tramas de la serie no son, ni por asomo, incisivas con respecto a las nuevas formas de consumo ni tienen pr¨¢cticamente nada que ver con el cine. Aunque, en ese sentido, Blockbuster es fiel a las conclusiones que extrae el documental, en boca de uno de los vicepresidentes de la compa?¨ªa: que la nostalgia por la franquicia se corresponde con la experiencia que rodeaba el ritual de acudir all¨ª o el fetiche que conservan los que entonces eran ni?os con la marca, los establecimientos y los colores, tan representativos como los de McDonald¡¯s o Burger King.
Con bastante m¨¢s malicia, el documental, de hecho, cuestiona el papel jugado por la compa?¨ªa en la cultura cinematogr¨¢fica de su tiempo y sobre el propio sector del que, actualmente, es recordada como s¨ªmbolo. Blockbuster lleg¨® a tener m¨¢s de 9.000 locales (5.000 de ellos solo en Estados Unidos) y, en su punto ¨¢lgido, a inaugurar uno cada 17 horas. La compa?¨ªa desarroll¨® pr¨¢cticas monopol¨ªsticas frente a videoclubs que, por volumen de almac¨¦n, dif¨ªcilmente pod¨ªan considerarse a s¨ª mismos competencia, y a cuyos due?os invitaba a convertirse en franquiciados de Blockbuster o a afrontar las consecuencias de que abrieran un local en la acera de enfrente.
¡°Blockbuster fue el enemigo, arras¨® con los videoclubs de barrio¡±, recuerda a ICON Jos¨¦ Fern¨¢ndez Riveiro, autor de Rebobinando: El libro de la generaci¨®n del videoclub, editado este a?o por Applehead. ¡°Soy de Gij¨®n y aqu¨ª tard¨® en llegar, pero s¨ª que hizo da?o. Aparte, ah¨ª no encontrabas nada, solo los grandes estrenos. Eso era lo mejor que ten¨ªan, que hab¨ªa much¨ªsimas copias de las pel¨ªculas grandes y no se les acababan. Por lo dem¨¢s, su cat¨¢logo estaba muy descuidado¡±.
En su libro, Fern¨¢ndez Riveiro explora todo lo que rode¨® al fen¨®meno de los videoclubs en los a?os ochenta y noventa, los ambientes que gener¨® y su impacto sobre la industria cinematogr¨¢fica; por ejemplo, con la proliferaci¨®n de las falsas secuelas o imitaciones (como las italianas Alien 2: Sobre la Tierra, de 1980, o Star Crash, choque de galaxias, de 1978), as¨ª como, en nuestro pa¨ªs, el auge de las llamadas espa?oladas. ¡°Tambi¨¦n directores como Sam Raimi, con la trilog¨ªa de Posesi¨®n infernal, o Peter Jackson, con Mal gusto y Braindead, tuvieron una carrera gracias a esa cultura, porque, debido a los videoclubs, el recorrido de sus pel¨ªculas en formato dom¨¦stico fue mucho m¨¢s largo¡±, opina el autor.
Una cultura que chocaba de lleno con las pol¨ªticas de un gigante como Blockbuster: su decisi¨®n de no alojar t¨ªtulos para mayores de 17 a?os tuvo una enorme influencia en los estudios, m¨¢s cautos a la hora de producir pel¨ªculas que pudieran no estar en la principal superficie de alquiler del mundo. En El ¨²ltimo Blockbuster, Lloyd Kaufman, cofundador de Troma Entertainment (empresa insignia del terror de serie Z) y director de El vengador t¨®xico (1984), producto 100% carne de videoclub, asegura que solicit¨® una reuni¨®n con los ejecutivos de Blockbuster para que alojasen sus pel¨ªculas, pero solo recibi¨® burlas: ¡°Fueron muy maleducados conmigo, irrespetuosos, escoria. El logo de Blockbuster es el m¨¢s grande s¨ªmbolo del monopolio en Estados Unidos¡±.
El dependiente recomienda
El videoclub naci¨® en 1975 cuando un tipo alem¨¢n (Eckhard Baum, en la ciudad de Kassel), empez¨® a prestar a sus vecinos las pel¨ªculas en formato Super 8 que coleccionaba. Aquellos que ten¨ªan un reproductor para ver sus grabaciones familiares pod¨ªan, ahora, ver tambi¨¦n pel¨ªculas de Hollywood en su propio sal¨®n. Tras comprobar el inter¨¦s que suscitaba la idea, decidi¨® hacer un negocio de ello y empezar a alquilarlas. Nac¨ªa del videoclub como tal, que no llegar¨ªa hasta Estados Unidos en 1977 (abri¨® en Los ?ngeles) y a Espa?a hasta 1980 (abri¨® en Barcelona) y se har¨ªa enormemente popular en los ochenta gracias a la facilidad del formato Betamax, primero, y despu¨¦s al VHS, que se impondr¨ªa durante lustros hasta la llegada del DVD.
Pero una parte del legado de educaci¨®n sentimental y cinematogr¨¢fica que los videoclubs dejaron a su paso se concentran, aparte de en las propias pel¨ªculas, en la figura del encargado. Directores como Kevin Smith, con Clerks, o Quentin Tarantino, que ha hablado en muchas ocasiones de c¨®mo su trabajo en un videoclub y las conversaciones con los clientes a lo largo del tiempo fueron fundamentales en su desarrollo como cineasta, han alimentado la idea m¨ªtica de ese personaje locuaz y apasionado del s¨¦ptimo arte que, tras el mostrador, ejerc¨ªa una combativa labor de prescriptor, casi de curador de una incongruente y abultada muestra de pel¨ªculas.
El arquetipo acabar¨ªa trascendiendo del todo al imaginario colectivo con Randy Meeks, el personaje de Scream (1996) despedido y recontratado varias veces del videoclub local, cuyo conocimiento profundo de los clich¨¦s del terror sirve a ¨¦l y sus amigos para tratar de anticiparse a los movimientos del asesino que les acecha. El actor que lo interpret¨®, Jamie Kennedy, fue trabajador de Blockbuster.
¡°Esa figura existi¨®, por supuesto¡±, dice Fern¨¢ndez Riveiro. ¡°Los videocluberos eran personajes peculiares y, en torno a ellos y al cine, se formaban muchos grupos de amigos. ?Tambi¨¦n muchas discusiones acaloradas! Y funcionaban mejor que los algoritmos seg¨²n iban conociendo tus gustos, porque eran m¨¢s personales y no tend¨ªan a que vieras siempre el mismo tipo de pel¨ªcula, como hacen las plataformas¡±. En Talavera de la Reina, antiguos clientes del desaparecido Videoclub Magic afirman que descubrieron el cine de John Carpenter ¡ªdirector de cl¨¢sicos como La noche de Halloween, 1997: Rescate en Nueva York o La cosa (el enigma de otro mundo)¡ª gracias a su gerente, Tom¨¢s Luchoro. ¡°Siempre digo que, si el cine es mi religi¨®n, entonces John Carpenter es mi Dios¡±, confirma a ICON Luchoro, de 48 a?os.
¡°Era un videoclub donde destacaba la parte de club, porque era muy social. El cliente habitual no era un cliente pasivo, que se limitase a alquilar la pel¨ªcula, llev¨¢rsela y devolverla, sino alguien con quien conversabas. Nos escuch¨¢bamos, habl¨¢bamos de lo que nos emocionaba. Y yo siempre animaba a la gente a descubrir, claro, porque a m¨ª siempre me ha gustado mucho descubrir¡±, rememora. Luchoro no vivi¨® la edad de oro del videoclub desde detr¨¢s del mostrador, puesto que Magic existi¨® entre 2005 y 2010, y se enfocaba m¨¢s en cl¨¢sicos que en novedades. Se trat¨® de un proyecto rom¨¢ntico que, seg¨²n cuenta, emprendi¨® como cin¨¦filo y para ¡°romper con el mundo de la hosteler¨ªa¡±, donde se sent¨ªa ¡°infeliz¡±. Aunque ahora ha vuelto a ese mundo, Luchoro es un prol¨ªfico director de cine local, que sube los cortos que graba a su canal de YouTube (con m¨¢s de un centenar de v¨ªdeos), y que incluso ha rodado un largometraje de terror, TaLaLand, la respuesta talaverana a La La Land.
En la serie Blockbuster, un giro narrativo casi de ciencia ficci¨®n hace que se ponga el foco en un elemento de consumo en retroceso e ¨ªntimamente ligado a los videoclubs: el formato f¨ªsico de las pel¨ªculas. Unas pel¨ªculas cuya disponibilidad en la red genera una falsa sensaci¨®n de perdurabilidad. Un ejemplo claro que lo pone en cuesti¨®n es el de las producciones originales realizadas espec¨ªficamente para la plataforma HBO que, por razones de fiscalidad, su propietaria, Warner, decidi¨® borrar este verano: entre otras, Las brujas, Encurtido en el tiempo o la aplaudida serie de animaci¨®n El tren infinito.
Otra pel¨ªcula representativa del mundo del videoclub, la comedia Rebobine, por favor (2008), planteaba algo m¨¢s trascendental respecto a estos establecimientos: que ni siquiera lo que conten¨ªan esas pel¨ªculas en formato f¨ªsico era lo importante (en su argumento, un accidente en una planta de electricidad hace que todos los VHS de un videoclub se borren y que sus encargados tengan que regrabar ellos mismos las pel¨ªculas para salvar el negocio), sino la experiencia vecinal de reuni¨®n y participaci¨®n en torno al cine.
Es una idea similar a la que apunta el periodista Matt Goldberg en el art¨ªculo ¡®El mal necesario y la nostalgia innecesaria por Blockbuster¡¯, publicado en Collider: ¡°A?oramos el aspecto comunal que hab¨ªa en ir con los amigos a la tienda y charlar sobre lo que quer¨ªamos ver. Estar¨ªa bien que hubiera un resurgimiento del videoclub independiente porque lo que buscamos no es Blockbuster, sino un lugar donde reunirse y compartir el amor por las pel¨ªculas, rodeados de cine, no de contenido¡±. Germ¨¢n, de 40 a?os, usuario intensivo de videoclubs en su adolescencia, comparte unas vivencias similares: ¡°El ambiente en el videoclub ten¨ªa algo de ceremonioso, con su propio olor muy caracter¨ªstico, los parroquianos apostados en el mostrador como si fuese un bar comentando pel¨ªculas y un mont¨®n de gente en silencio dando vueltas a las estanter¨ªas, haciendo el equivalente a lo que hoy ser¨ªa el scrolling infinito en la pantalla de inicio de Filmin¡±.
¡°En mi pubertad, el viernes y el s¨¢bado eran d¨ªas de alquilar pel¨ªculas¡±, explica. ¡°Si iba a verla con mi madre, eleg¨ªa algo intenso y solemne para todos los p¨²blicos. Con mi abuela, una de Cantinflas o Tomates verdes fritos. Si eran para m¨ª porque pod¨ªa tomar el sal¨®n en soledad, una de terror o alg¨²n thriller er¨®tico¡±. Criado en Pontevedra, Germ¨¢n, otro ¡°hijo de John Carpenter¡± alumbrado en el videoclub, recuerda incluso que, para poder ver todas las entregas de la saga Halloween, tuvo que emprender expediciones a locales de Vigo y Santiago de Compostela. ¡°Tener curiosidad por pel¨ªculas concretas en los noventa era agotador, pero la b¨²squeda tambi¨¦n lo hac¨ªa entretenido y apasionante. Hoy se puede ver casi cualquier pel¨ªcula en casi cualquier momento y eso es mejor por miles de motivos, pero siempre echar¨¦ de menos aquel triunfal momento en que, en otra provincia y sabiendo que te costar¨ªa el importe del recargo por no poder ir a devolverla al d¨ªa siguiente, pensabas: ?la he conseguido!¡±.
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