¡°No s¨¦ c¨®mo he llegado hasta aqu¨ª¡±: as¨ª fue la espiral de autodestrucci¨®n de Capote tras traicionar a la ¡®jet set¡¯
A punto de cumplirse 40 a?os de su prematura muerte, la serie ¡®Feud: Capote vs. The Swans¡¯ recuerda la pendiente de drogas y alcohol en la que cay¨® el escritor despu¨¦s de hacer lo ¨²nico que jam¨¢s le perdonar¨ªa la alta sociedad neoyorquina: revelar sus miserias
El d¨ªa del funeral de Truman Capote (Nueva Orleans, 1924-Los ?ngeles, 1984) se escenificaba en el ic¨®nico restaurante Mortimer¡¯s de Nueva York la polarizaci¨®n de los dos mundos del autor de obras esenciales como A sangre fr¨ªa o Desayuno en Tiffany¡¯s: a un extremo del local, sus editores y los pocos amigos que le quedaban de la alta sociedad, con la que vivi¨® sus d¨ªas de gloria y de la que hab¨ªa sido expulsado; al otro, la fauna nocturna de Studio 54 y la Factory de Warhol, junto a la que se entreg¨® a una espiral autodestructiva desde su decadencia social hasta su muerte el 25 de agosto de 1984, a un mes de cumplir los 60 a?os.
Ahora que est¨¢ a punto de conmemorarse el 40 aniversario de su tr¨¢gica p¨¦rdida, el productor Ryan Murphy (fantasioso retratista de los espantos de la vida moderna en American Horror Story o American Crime Story) y Gus Van Sant (que dirige seis de los ocho episodios) comandan Feud: Capote v. The Swans, que llega hoy a HBO Max. La miniserie retrata la traici¨®n del escritor (caracterizado por el actor Tom Hollander) a las que ¨¦l llamaba sus cisnes, las damas de la alta sociedad neoyorquina que lo adoptaron como compa?¨ªa, encarnadas en un casting de impacto que incluye a Naomi Watts, Diane Lane, Chlo? Sevigny, Calista Flockhart y Demi Moore.
El pistoletazo del suicidio social de Capote fue la publicaci¨®n en 1975 en la revista Esquire del adelanto de la largamente anunciada novela Plegarias atendidas: un extracto titulado La C?te Basque 1965. El relato, que tomaba el nombre de uno de los restaurantes de cocina francesa m¨¢s exquisitos de la Quinta Avenida donde se reun¨ªa la jet set, ahondaba sin disimulos en las miserias que hab¨ªa compartido con ¨¦l su c¨ªrculo de ¨ªntimas Babe Paley, Slim Keith, Gloria Vanderbilt, Lee Radziwill, Marella Agnelli y C. Z. Guest. Sus ¨¢cidas revelaciones sobre abuso de sustancias, agresiones, comentarios hirientes, infidelidades, un asesinato y hasta un encuentro sexual te?ido por ¡°una mancha de regla del tama?o de Brasil¡± distaban mucho de los elegantes eventos por los que habitualmente ocupaban las p¨¢ginas de ecos de sociedad.
El episodio de la ¡°descomunal regla¡±, por ejemplo, ten¨ªa como protagonistas a una amante y a William S. Paley, presidente del grupo medi¨¢tico CBS y esposo de la socialite Babe Paley (en la serie, Naomi Watts), que toleraba elegantemente que su marido fuera un mujeriego. Paley hab¨ªa sido editora de moda en Vogue antes de aparcar su carrera y entregarse por completo al t¨ªtulo oficioso de reina de Nueva York: una impecable pulcritud solo amenazada por La C?te basque 1965, y raz¨®n por la cual dej¨® de hablar a Capote para siempre. Muri¨® tres a?os despu¨¦s, por un c¨¢ncer de pulm¨®n, sin haberle perdonado. Capote no pudo olvidarlo: Paley era su cisne favorito y jam¨¢s se perdon¨® no haberse reconciliado con ella. M¨¢s tarde, el escritor interpret¨® la dureza de Paley con amarga lucidez en una entrevista concedida a la revista Playboy: ¡°Al final los ricos permanecen juntos, pase lo que pase¡±.
Hubo otras historias tr¨¢gicas. Ann Woodward (en la serie, Demi Moore) no lleg¨® a ver el relato porque se suicid¨® tres d¨ªas antes de su publicaci¨®n. Hay quien se?ala que le hab¨ªan enviado una copia por adelantado y que Woodward, una chica del espect¨¢culo que hizo fortuna al casarse con un viejo millonario, se quit¨® la vida al saber que Capote hab¨ªa desenterrado en su relato la muerte accidental de aquel primer marido: ella lo confundi¨® con un intruso y lo mat¨® de un escopetazo en su propia casa. Algo por lo que en su momento hab¨ªa sido declarada inocente.
Y hay mucho m¨¢s. Gloria Vanderbilt queda como una tonta vanidosa que ni reconoce a su primer marido cuando se le acerca en un almuerzo a saludarla. Solo Lee Radziwill (en la serie, Calista Flockhart), la hermana peque?a de Jackie Kennedy y una de las retratadas susurrando en esos salones, sigui¨® habl¨¢ndole, siempre guardando las distancias. La sosias de Slim Keith (en la serie, Diane Lane) se presenta como ¡°una pija vulgar de vida alegre¡± del oeste americano casada con un arist¨®crata ingl¨¦s que suelta chismes sobre las dem¨¢s amigas en lujosos restaurantes al alter ego de Capote, un estafador literario y prostituto bisexual. En los mentideros se cuenta que fue ella quien lider¨® el veto social al escritor. Su amigo y bi¨®grafo oficial Gerald Clarke le previno: ¡°No les va a hacer ninguna gracia¡±. ¡°Nah, son demasiado tontas, no van a saber ni qui¨¦n es qui¨¦n¡±, respondi¨® el art¨ªfice del relato.
Pero no solo las protagonistas se reconocieron en la s¨¢tira. El resto del mundo, tambi¨¦n. La salida a quioscos pill¨® al autor en California, rodando su debut como actor en la comedia negra Un cad¨¢ver a los postres (1976). Su final en la pel¨ªcula, donde es asesinado con un cuchillo por la espalda, serv¨ªa de gr¨¢fico vaticinio de lo que le esperaba a su vuelta en Nueva York. De la noche a la ma?ana se hab¨ªa convertido en un paria. El mecanismo que mueve los engranajes de la alta sociedad actu¨® como un reloj suizo: dejaron de llegarle invitaciones, no atend¨ªan sus llamadas, se cambiaban de mesa si coincid¨ªan en restaurantes.
¡°?Qu¨¦ esperaban?¡±
Capote llevaba concibiendo la que estaba llamada a ser su obra magna m¨¢s de 15 a?os, ya anunci¨® Plegarias atendidas tras el ¨¦xito de A sangre fr¨ªa (1966). Para su novela en clave, acumulaba cuadernos y cuadernos con sus notas a ra¨ªz de todos esos encuentros de gente fabulosa en lugares fabulosos. Mientras entreten¨ªa a ese acaudalado mundo con su mordacidad, extra¨ªa toda la informaci¨®n necesaria. ¡°No s¨¦ qu¨¦ esperaban. Soy escritor. Ellos son mi material¡±, dir¨ªa en su defensa. Proclama que vino a sumarse a otra m¨¢s c¨¦lebre que ha guiado los pasos de tantos cronistas desde entonces: ¡°Nunca dejes que la verdad estropee una buena historia¡±.
Con los cisnes ejerc¨ªa de asesor y confidente. En una sociedad donde la homosexualidad a¨²n segu¨ªa criminalizada (en Nueva York, por ejemplo, no se despenaliz¨® hasta 1980), Capote desafiaba la homofobia interiorizada de los maridos trascendiendo el cl¨¢sico rol de paseador (walker, en ingl¨¦s, es uno de los t¨¦rminos despectivos con los que se conoc¨ªa a los amigos mariquitas que entreten¨ªan a las se?oras). Como declar¨® a Vanity Fair la periodista Louise Grunwald, esposa del director de Time Henry Grunwald: ¡°Nadie pisaba sus casas sin la aprobaci¨®n de los maridos. Con su empat¨ªa y capacidad de escucha, Truman seduc¨ªa a hombres y a mujeres¡±.
?l les dec¨ªa a sus esposas c¨®mo arreglarse, qu¨¦ ver, qu¨¦ leer, a qu¨¦ prestar atenci¨®n, a qui¨¦n ignorar. Trazaba un rumbo en sus agendas, otorgaba un sentido a sus aburridos d¨ªas rodeadas de otra gente rica. Capote las acompa?aba en sus almuerzos, en sus jets, en sus vacaciones en yate por Europa. Y acumulaba un capital a¨²n m¨¢s valioso que el que pose¨ªan todas ellas: sus intimidades. Una fortuna que le llev¨® a la ruina de un d¨ªa para otro, cuando se sintieron traicionadas por sus revelaciones y aterradas, tambi¨¦n, pensando en qu¨¦ m¨¢s destapar¨ªa el resto de la novela. En su defensa, el literato quiso justificarse ante Liz Smith, la gran dama del chisme, en la revista New York: ¡°Quer¨ªa probar que se puede hacer literatura del cotilleo¡±.
Bajito, redicho y con una voz estridente que le acompa?¨® toda la vida, el sofisticado personaje que construy¨® de adulto jam¨¢s pudo con el ni?o que creci¨® sinti¨¦ndose aislado y diferente en un pueblo perdido de Alabama. Le persegu¨ªa el complejo de chico pobre salido de los barrios blancos miserables del sur de EE UU. De su infancia dec¨ªa recordar solo una amistad, con la que tambi¨¦n se convertir¨ªa en escritora Harper Lee, que lo homenaje¨® basando en Capote la figura de uno de los ni?os de la novela Matar a un ruise?or. Su padre biol¨®gico, Arch Persons, un negociante que viv¨ªa de peque?as estafas, desapareci¨® pronto del mapa. Criado por sus amorosas t¨ªas, nunca super¨® el abandono temporal en su ni?ez de su madre. Lillie Mae Faulk se march¨® a probar suerte en Nueva York y lo recogi¨® tras casarse de nuevo (Capote tomar¨ªa el apellido de su padrastro) para acabar suicid¨¢ndose a los 49 a?os tras pasar distintas crisis por su alcoholismo. En la teleserie, su espectro lo interpreta la actriz fetiche de Ryan Murphy, Jessica Lange. Su progenitora le servir¨ªa a Capote de inspiraci¨®n directa para la prostituta buscavidas de Desayuno en Tiffany¡¯s (1958), un personaje a millas del glamour que se vendi¨® en la pel¨ªcula con Audrey Hepburn.
Acostumbrado a navegar entre los salones de lujo y los peores antros, encontr¨® en Studio 54 el perfecto refugio para su exilio de la alta sociedad. En plena euforia, declar¨® una noche: ¡°Aqu¨ª vale todo. Chicos con chicos, chicas con chicas, chicas con chicos, blancos y negros, capitalistas y marxistas, chinos y todo lo dem¨¢s¡±. En 1977, confes¨® su alcoholismo en una conferencia universitaria. Evidenci¨® la gravedad de su situaci¨®n en el programa de Stanley Siegel en 1978: ¡°?D¨®nde has estado anoche?¡±, preguntaba el presentador en directo. ¡°Bueno, hace 48 horas que no piso la cama. No s¨¦ ni c¨®mo he llegado hoy aqu¨ª¡±, respond¨ªa claramente perjudicado poniendo los ojos en blanco bajo su caracter¨ªstico sombrero. Aunque a los 17 minutos de entrevista lo sacaron del plat¨®, tuvo tiempo de declarar que ¡°en cualquier momento me acabar¨¦ matando sin querer¡±. El show de Truman hab¨ªa ca¨ªdo del aplaudido ingenio a una preocupante caricatura.
Un hombre de familia
Lo contaba su ahijada, Kate Harrington, hija de John O¡¯Shea, uno de los novios que peor vida dio a Capote. Con 14 a?os, Capote llev¨® a Kate al estudio de Richard Avedon para que le hiciese sus primeras fotos como modelo. Despu¨¦s, ella le servir¨ªa de carabina en sus aterrizajes en Studio 54, aunque siempre la mandaba a casa antes de que la noche se desmadrara: ¡°?l me acogi¨® y me cuid¨® como la ni?a que era, pero lleg¨® un momento en el que eso dio la vuelta y ¨¦l era el ni?o y yo quien andaba siempre cuid¨¢ndolo¡±, declaraba en el documental The Capote Tapes (disponible en Espa?a en Filmin). El autor ten¨ªa particular tendencia a mantener largos affaires con hombres casados y ganarse al mismo tiempo el cari?o del resto de la familia, esposas traicionadas incluidas. O¡¯Shea era gerente de un banco, llevaba 20 a?os de matrimonio y ten¨ªa cuatro hijos. En palabras de su amigo Joe Petrocik, ¡°el tipo perfecto de Truman: un hombre de familia, irland¨¦s y cat¨®lico¡±.
Aspirante a escritor, tras su primer encuentro en una sauna en 1973 qued¨® deslumbrado por la vida alternativa que le ofrec¨ªa el peque?o genio. Sus diferencias pronto dieron lugar a una relaci¨®n t¨®xica en todos los sentidos, regada de todo tipo de sustancias y agresiones verbales y f¨ªsicas. Lleg¨® a romperle la nariz a Capote, a partirle alg¨²n diente y fracturarle una costilla. Lo dejaban y volv¨ªan todo el rato. Por el camino, el autor le demand¨® por robarle el manuscrito de un cap¨ªtulo de Plegarias atendidas y hasta contrat¨® a un mat¨®n para que lo intimidara que acab¨® incendi¨¢ndole a O¡¯Shea el coche.
Su tendencia al autoboicot f¨ªsico conviv¨ªa con sus entradas y salidas en hospitales y cl¨ªnicas. Fing¨ªa que se tragaba las pastillas que le recetaban, escond¨ªa su propio minibar, incluso alquilaba lujosas limusinas para huir a lo grande a los pocos d¨ªas de ingresar en los centros de rehabilitaci¨®n. Como apuntar¨ªa su abogado, Alan Schwartz, Capote acumulaba todo tipo de dolencias: p¨®lipos en la garganta, problemas de pr¨®stata, dolorosos tics, epilepsia, enfisema, enfermedades hep¨¢ticas¡ Todo, agravado por sus excesos con el vodka, la coca¨ªna y los barbit¨²ricos. Su muerte lleg¨® cuando menos beb¨ªa, cuando los turbulentos compa?eros de juergas se hab¨ªan ido y luchaba contra la flebitis, la enfermedad que lo asustaba como nada f¨ªsico antes.
Con el cad¨¢ver a¨²n caliente, su archienemigo Gore Vidal se despach¨® a gusto: llam¨® a su ¨²ltimo suspiro ¡°un inteligente giro en su carrera¡±. El escritor hab¨ªa ganado un pleito a Capote por difamarle en Playboy contando la noche en que, supuestamente, hab¨ªan echado a Vidal de una cena en la Casa Blanca por ¡°emborracharse e insultar a la madre de Jackie Kennedy¡±. Le exigi¨® una disculpa p¨²blica y un mill¨®n de d¨®lares por da?os y perjuicios.
Precisamente esa cantidad, un mill¨®n de d¨®lares, es lo que Truman Capote habr¨ªa cobrado de la editorial Random House por la publicaci¨®n de Plegarias atendidas. La novela completa nunca vio la luz (s¨ª existe una recopilaci¨®n de los tres episodios, a modo de novela inacabada, que sali¨® en oto?o de 1987). El paradero de aquel testamento literario que cavar¨ªa su tumba permanece hoy como un misterio. Si alguna vez existi¨® un manuscrito real (Capote todo lo escrib¨ªa a mano) de esa ¡°respuesta contempor¨¢nea a En busca del tiempo perdido, de Proust¡± que su autor ven¨ªa prometiendo, se las apa?¨® para mantenerlo oculto incluso para su bi¨®grafo Gerald Clarke, su editor Joe Fox y su abogado y albacea Alan Schwartz. Los tres pusieron patas arriba el apartamento de Capote en el piso 22 del lujoso United Nations Plaza, preguntaron a todos sus posibles c¨®mplices, incluso obligaron a su exnovio m¨¢s fiel, el tambi¨¦n escritor Joe Dunphy, a abrirles el maletero del Buick que en sus ¨²ltimos d¨ªas no pod¨ªa ni conducir. Todo sin ¨¦xito. Sin embargo, muchos amigos aseguran haberle escuchado recitar pasajes y pasajes a lo largo de los a?os, aunque dada su excelente memoria y capacidad de improvisaci¨®n muchas de estas historias no fueran m¨¢s que sus habituales cotilleos.
La leyenda dice que, ya enfermo, llam¨® una madrugada a la t¨ªa que lo hab¨ªa criado para confesarle que lo hab¨ªa destruido. El d¨ªa antes de su muerte, Capote tendi¨® una llave a su m¨¢s fiel amiga, Joanne Carson (segunda esposa del presentador Johnny Carson, en la teleserie encarnada por Molly Ringwald), en cuya casa de Bel Air (Los ?ngeles) se hab¨ªa instalado ya muy d¨¦bil. Le dijo que era de una caja de seguridad de California donde estaba el manuscrito. Sin m¨¢s detalles, ni banco, ni n¨²mero. ¡°La novela se encontrar¨¢ cuando quiera ser encontrada¡±, esboz¨® misterioso. Puede que sus p¨¢ginas descansen en esa fr¨ªa oscuridad para siempre. Un bromazo final a la altura de su incomparable ingenio.
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