Una bomba sexual llamada Mae West: el mito er¨®tico que jam¨¢s ense?¨® carne ni dio un beso en pantalla
Cuando se cumplen 40 a?os de la muerte de la actriz, su figura sigue m¨¢s viva que nunca entre mujeres que se r¨ªen de s¨ª mismas, buscan disfrutar del momento y se niegan a hacer lo que la sociedad espera de ellas. M¨¢s que una vida, lo suyo fue una f¨¢bula
¡°Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala soy mucho mejor¡±. ¡°Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes¡±. ¡°Cuando tengo que elegir entre dos pecados siempre elijo el que no he probado¡±. ¡°?Llevas una pistola o es que te alegras de verme?¡±. Puede que nunca haya visto una pel¨ªcula de Mae West (Brooklyn, 1893 - California, 1980), que no pueda distinguirla de otras rubias platino que colonizaron el Hollywood dorado durante tres d¨¦cadas o que ni siquiera le suene su nombre, pero seguro que ha escuchado alguna vez una de sus frases. Si West hubiese percibido derechos de autor cada vez que se estamparon en una camiseta o se usaron para ligar torpemente, se habr¨ªa cubierto de oro. En todo caso, no lo hubiese necesitado: muri¨® rica, riqu¨ªsima, porque adem¨¢s de actriz exitosa y humorista brillante era una mujer de negocios que produjo sus propios espect¨¢culos y supo invertir su dinero en ladrillo, terrenos y diamantes.
No fue lo ¨²nico que la diferenci¨® de otras estrellas. West es una excepci¨®n en Hollywood porque es probablemente la ¨²nica gran estrella verdaderamente hecha a s¨ª misma. Ajena a cualquier tipo de imposiciones, defini¨® su propia imagen, eligi¨® su repertorio y escribi¨® sus l¨ªneas. ¡°Fui la primera mujer liberada. Ning¨²n hombre iba a sacar lo mejor de m¨ª. Por eso escrib¨ª todos mis guiones¡±, cont¨® en su autobiograf¨ªa Goodness had nothing to do with it. Su fortaleza era un ingenio r¨¢pido y su debilidad era un f¨ªsico que no la acompa?aba en la carrera. Era bajita ¨Capenas metro cincuenta¨C, m¨¢s carnosa que voluptuosa y ten¨ªa un rostro poco arm¨®nico. Pero lo compens¨® con el maquillaje adecuado, pelucas imposibles, tacones de 15 cent¨ªmetros y vestidos largos que se enredaban en sus tacones y provocaban que apenas pudiese caminar.
Daba igual. Lo que la hac¨ªa sexi era su ingenio, que, acompa?ado de un acento cerrado de Brooklyn y un vaiv¨¦n que se convirti¨® en su se?a personal, hizo de ella un mito er¨®tico. ¡°Mae no podr¨ªa cantar una nana sin convertirla en sexo puro¡±, dijo de ella Kenneth Anger en el cl¨¢sico libro de chismes Hollywood-Babylonia. ¡°No es lo que hago, sino c¨®mo lo hago. No es lo que digo, sino c¨®mo lo digo y c¨®mo me veo cuando lo hago y digo¡±, dijo Mae de s¨ª misma.
Del escenario a la c¨¢rcel
West era hija de un boxeador y una modelo de corseter¨ªa que no la educaron para casarse con un buen hombre ni tampoco se obsesionaron con convertirla en una ni?a prodigio, a pesar de que no tard¨® en subirse a un escenario y mostrar sus dotes para el entretenimiento. Simplemente la dejaron seguir su camino hacia un destino obvio. A los siete a?os cantaba, bailaba y actuaba y a los 14 empez¨® a hacerse un nombre en el vodevil con n¨²meros con un toque p¨ªcaro que le abrieron la puerta de Broadway.
Su primer gran ¨¦xito fue Sex, escrita, producida y protagonizada por ella. Casi 70 a?os antes que Madonna, supo que bautizar as¨ª un show le garantizar¨ªa publicidad. Ning¨²n peri¨®dico quiso anunciarla, en realidad, pero ella sab¨ªa que ese ser¨ªa el mejor reclamo. Y as¨ª fue. La historia de una prostituta que se enamora de un chico de la alta sociedad que ignora su pasado se estren¨® en abril de 1926 con malas cr¨ªticas: ¡°Una obra tosca e inepta, de producci¨®n barata y mal interpretada¡±, dijo de ella The New York Times, pero con el ¨¦xito garantizado por las expectativas que su t¨ªtulo promet¨ªa: acab¨® convirti¨¦ndose en ¡°la mayor sensaci¨®n desde el armisticio¡±.
Unos meses despu¨¦s, la misma polic¨ªa que hab¨ªa disfrutado del espect¨¢culo desde la primera fila junto a sus familias irrumpi¨® en el escenario y se llev¨® a todo el elenco en sus furgones. No fueron los ¨²nicos que acabaron en comisar¨ªa. All¨ª estaba tambi¨¦n Helen Menken, por entonces mujer de Humprey Bogart, que interpretaba a una lesbiana en otro teatro de la misma calle. Aquella noche la polic¨ªa centr¨® su trabajo en los enemigos n¨²mero uno del pueblo estadounidense: los actores de Broadway.
El juicio se convirti¨® en el espect¨¢culo que West, como maestra del marketing, ansiaba. La condenaron a diez d¨ªas de c¨¢rcel y una multa de 500 d¨®lares. Podr¨ªa haberse librado de entrar en prisi¨®n, pero eso no habr¨ªa sido divertido. Lleg¨® a la c¨¢rcel en una limusina llena de rosas blancas y al salir vendi¨® la exclusiva por mil d¨®lares. En ella revel¨® que bajo el traje de presidiaria llevaba ropa interior de seda, que el alcaide y su mujer cenaron con ella y, adelant¨¢ndose unas cuantas d¨¦cadas a cualquier ola del feminismo, que aquello solo hab¨ªa sido un caso de 12 hombres contra una mujer.
La hero¨ªna del calabozo
El paso por prisi¨®n reforz¨® su aura de rebelde y la puso en boca de todos. Era la chica mala de Broadway. De los diez d¨ªas de condena, solo cumpli¨® ocho. Dos se le conmutaron por buena conducta, aunque nada m¨¢s salir empez¨® a buscarse problemas con su nueva obra, The drag, una historia centrada en la homosexualidad masculina. Ning¨²n actor quiso verse relacionado con ella, lo que llev¨® a la actriz a recorrer Greenwich Village buscando a hombres homosexuales que quisieran subirse al escenario para interpretarse a s¨ª mismos. Pero la obra nunca lleg¨® a los teatros de Broadway: la Sociedad de Nueva York para la Supresi¨®n del Vicio, que hab¨ªa instigado la operaci¨®n policial contra Sex, se encarg¨® de ello.
La mujer que se acabar¨ªa convirtiendo en uno de los personajes m¨¢s homenajeados por las drag queens y en uno de los grandes iconos gay escribi¨® en su libro Mae West on sex, health, and ESP: ¡°Creo que el mundo les debe a los homosexuales masculinos y femeninos m¨¢s comprensi¨®n de la que les hemos dado. Vivir y dejar vivir es mi filosof¨ªa sobre el tema. Creo que todos tienen derecho a hacer sus cosas, ?siempre que lo hagan en privado!¡±.
West era la mayor celebridad de Broadway y la productora Paramount, por entonces en riesgo de bancarrota, la fich¨® para reflotarse. En contra de lo habitual en los a?os veinte del siglo XX (y tambi¨¦n en los del XXI), lleg¨® al cine cuando ten¨ªa m¨¢s de 40 a?os. ¡°No soy ninguna tonta de pueblo que busca prosperar en la gran ciudad¡±, sentenci¨® entonces. ¡°Soy una mujer de una gran ciudad que va a despuntar en un pueblecito¡±. West llev¨® a la pantalla a un tipo de mujer que se sent¨ªa a gusto con su sexualidad y no buscaba el amor eterno, sino la diversi¨®n moment¨¢nea, algo que el p¨²blico no estaba acostumbrado a ver y no volver¨ªa a ver en much¨ªsimo tiempo.
Pero en el cine volvi¨® a tener el mismo problema que en el vodevil: si quer¨ªa buenas frases, tendr¨ªa que escribirlas ella misma. En su primera pel¨ªcula, Noche tras noche, apenas ten¨ªa cuatro secuencias, pero solo necesit¨® la primera para que nadie la olvidase. Cuando entra por primera vez en plano, la encargada del guardarropa exclama ¡°?Dios m¨ªo, qu¨¦ hermosos diamantes!¡±. ¡°Dios no ha tenido nada que ver con eso, querida¡±, le responde. El toque Mae West.
Hollywood, Mae West; Mae West, Hollywood
Ten¨ªa un papel secundario, pero como dijo el protagonista de la pel¨ªcula, George Raft, ¡°rob¨® todo menos las c¨¢maras¡±. En su siguiente pel¨ªcula, Lady Lou, ya era la estrella absoluta y junto a ella aparec¨ªa un jovenc¨ªsimo Cary Grant, del que le gustaba decir que hab¨ªa sido su descubridora. ¡°?Si ese hombre sabe hablar lo quiero en mi pel¨ªcula!¡±, hab¨ªa gritado al verle por el estudio, seg¨²n afirma en su autobiograf¨ªa. Grant, sin embargo, contaba que se hab¨ªan conocido en un combate de boxeo, deporte al que ambos eran aficionados. Marc Eliot, bi¨®grafo de Grant, asegura que lo m¨¢s probable es que ¨¦l fuese uno de los prostitutos de los que se rode¨® la actriz cuando lleg¨® a Hollywood.
Su ¨¦xito y su tremenda popularidad la abocaron a sufrir infinidad de rumores. Desde que era un hombre y se afeitaba a diario a que realmente era virgen e incluso que era negra. Tambi¨¦n se rumoreaba que estaba casada y eso result¨® ser verdad, a pesar de ser reacia al compromiso. ¡±El matrimonio es una gran instituci¨®n, pero yo todav¨ªa no estoy preparada para que me ingresen en una instituci¨®n¡±, dijo una vez. West se hab¨ªa casado a los 17 a?os con un compa?ero del vodevil con el que apenas hab¨ªa convivido. Pero cuando estaba en la cima, aquel hombre apareci¨® y reclam¨® parte de su fortuna.
El juicio dur¨® ocho a?os y consigui¨® librarse de ¨¦l, pero no pudo evitar que aquel incidente revelase su verdadera edad: era siete a?os mayor de lo que afirmaba. No volvi¨® a casarse, pero tuvo unas cuantas parejas estables, entre ellos el campe¨®n de boxeo Gorilla Jones. Cuando empezaron su relaci¨®n, el edificio en el que West viv¨ªa ten¨ªa prohibida la entrada de afroamericanos. Ella lo solucion¨® comprando el edificio.
Se convirti¨® en la estrella m¨¢s rentable de Hollywood y sac¨® a Paramount de la quiebra. Sus pel¨ªculas se contaban por ¨¦xitos y el p¨²blico la adoraba. Era, en palabras de Scott Fitzgerald, ¡°la ¨²nica actriz de Hollywood con un toque ir¨®nico y una chispa c¨®mica¡±. Su carrera parec¨ªa no tener l¨ªmite, pero un d¨ªa el C¨®digo Hays se interpuso en su camino. Las estrictas normas que entraron en vigor a mediados de los a?os treinta para preservar la moral de los espectadores recortaron sus gracias subidas de tono y dictaron que el sexo solo pod¨ªa tener lugar dentro del matrimonio y ella nunca era la esposa. Siempre tuvo claro el papel que quer¨ªa interpretar y tambi¨¦n el que no quer¨ªa. Se negaba a interpretar ¡°papeles de madre, papeles tristes, papeles tontos o de esposa virtuosa, traicionada o no. Compadezco a las mujeres d¨¦biles, buenas o malas, pero no me pueden agradar. Una mujer debe ser fuerte en su bondad o maldad¡±.
La primera estocada
Lo que no pudo censurar el C¨®digo lo dinamit¨® William Randolph Hearst, el magnate de la prensa que inspir¨® Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941). Hearst lanz¨® una campa?a demoledora contra ella, al parecer por un comentario despectivo de West acerca de su amante Marion Davies. ¡°?No es hora de que el Congreso haga algo sobre la amenaza de Mae West?¡±, bram¨® desde todos sus peri¨®dicos. La llam¨® ¡°monstruo de lascivia¡± y ¡°amenaza para la sagrada instituci¨®n de la familia¡±. Nadie se atrevi¨® a contradecir al hombre m¨¢s poderoso del pa¨ªs y West desapareci¨® de la pantalla. Tal vez sea ¨¦l quien se esconde tras una de las frases m¨¢s famosas de West: ¡°A aquel hombre su madre deber¨ªa haberlo tirado a la basura, y haberse quedado con la cig¨¹e?a¡±.
Cuando el C¨®digo dej¨® de dictar la moral de Hollywood, el mundo ya estaba pendiente de otra rubia: Marilyn Monroe. Afortunadamente, el vodevil no le cerr¨® las puertas y Las Vegas se las abri¨® de par en par. West protagoniz¨® su propio espect¨¢culo cantando rodeada de un ej¨¦rcito de culturistas y volvi¨® a saborear el ¨¦xito. ¡°Los hombres vienen a verme, pero tambi¨¦n les doy a las mujeres algo para ver: ?hombres de pared a pared!¡±.
En 1950 tuvo una nueva oportunidad de volver a Hollywood por la puerta grande: Billy Wilder la llam¨® para protagonizar El crep¨²sculo de los dioses, pero ella lo rechaz¨®. Aquel personaje pat¨¦tico y decadente, que finalmente interpret¨® Gloria Swanson, no encajaba con la imagen que ten¨ªa de s¨ª misma.
S¨ª que acept¨® una de las pel¨ªculas m¨¢s extra?as de los setenta, esa oda al camp que es Myra Breckinridge (Michael Sarnem, 1970). Basada en la novela de Gore Vidal y protagonizada por Raquel Welch, pretend¨ªa ser una comedia sobre un cambio de sexo y acab¨® siendo, en palabras de Vidal, ¡°una broma horrible¡±. No se amedrent¨®: en 1978 y ya octogenaria, escribi¨® y protagoniz¨® su ¨²ltima pel¨ªcula, Sexteto, en la que interpretaba a una mujer que se casa por sexta vez. No aport¨® nada a su carrera, pero le permiti¨® rodearse de hombres guapos como Timothy Dalton, Tony Curtis o George Hamilton. Pocas cosas le gustaban m¨¢s.
El fin... o no del todo
West falleci¨® un par de a?os despu¨¦s, el 22 de noviembre de 1980, a los 87 a?os. A su lado estaba Paul Novak, un exculturista tres d¨¦cadas m¨¢s joven que ella con quien llevaba compartiendo los ¨²ltimos 26 a?os.
Mae West se convirti¨® en sin¨®nimo de sexo y lujuria sin ense?ar ni un cent¨ªmetro de piel ni llegar a besar jam¨¢s a un hombre en pantalla. Al margen de sus frases sugerentes, su filmograf¨ªa es tan blanca como su vida. No fumaba, no beb¨ªa y no asist¨ªa a las fiestas de una industria que siempre la mir¨® por encima del hombro. Prefer¨ªa ir a las carreras de caballos o al boxeo y se pasaba las noches escribiendo chistes propios y adaptando los ajenos, seg¨²n cuenta su bi¨®grafa Emily Wortis Leider en Becoming Mae West. Sent¨ªa que sus rivales no eran las sex symbols Clara Bow o Jayne Mansfield, sino los humoristas W.C. Fields y Groucho Marx, y su legado lo demuestra. Apenas rod¨® una docena de pel¨ªculas que muy pocos recuerdan ya, pero Mae West permanecer¨¢ para siempre como un icono porque, como ella dijo, ¡°solo se vive una vez, pero si lo haces bien puede ser suficiente¡±.
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