?Vacunas obligatorias? Mejor persuadir que forzar
Galicia ha aprobado una reforma que permite multar a quien se niegue a recibir la vacuna frente a la covid. Pero no es la ley ni las sanciones lo que convence a los negacionistas, sino los datos
El interrogante sobre la obligatoriedad de las vacunas no es nuevo. Hace tiempo que se discute en los comit¨¦s de bio¨¦tica, sobre todo a ra¨ªz de la reciente ola de militantes antivacuna que no dejan de crecer y hacen proselitismo a favor de la absurda doctrina de que las vacunas tienen m¨¢s peligros que beneficios. Como es sabido, el origen del desprop¨®sito fue un estudio publicado en 1998 que relacionaba la vacuna triple v¨ªrica (contra el sarampi¨®n, la rubeola y las paperas) con el autismo. Aunque el estudio no tard¨® en ser desautorizado, la leyenda sigue actuando y otras razones se suman a la que se present¨® de entrada como cient¨ªfica. Los populismos y las actitudes antisistema abonan las posturas negacionistas de todo tipo, entre ellas el no a la vacuna de la covid-19.
Pocos pa¨ªses se han decidido por imponer ciertas vacunas. El Comit¨¦ de Bio¨¦tica de Catalu?a se ha pronunciado en contra de la obligatoriedad siempre que esta aparec¨ªa como una opci¨®n razonable. Dado que las vacunas se publicitan solas por la solidez y espectacularidad de sus resultados (basta pensar en lo que signific¨® la vacuna de la polio hace no tanto tiempo), la posici¨®n m¨¢s aceptada es la de preferir la persuasi¨®n a la obligaci¨®n. No es la ley ni la multa lo que convencer¨¢ a los negacionistas, sino los datos. Datos que, todo hay que decirlo, solo lo son para quienes quieren verlos como tales.
Desde el punto de vista ¨¦tico suele calificarse a los antivacunas de ego¨ªstas e insolidarios. Es un hecho que la vacuna no beneficia solo al vacunado sino al resto de la sociedad. Por eso hablamos de la inmunidad de grupo: un n¨²mero elevado de vacunados constituye una especie de coraza que impide que el virus se propague. De esta forma, los reacios a vacunarse se benefician gratuitamente, sin aportar nada de su parte, de la inmunidad de los vacunados. Son insolidarios. Free riders, suele decirse, o ¡°gorrones¡±: se aprovechan del esfuerzo o del riesgo que corre el resto. Si todos hici¨¦ramos lo que ellos hacen, la inmunidad no se conseguir¨ªa nunca.
El deber moral es el que se asume por convicci¨®n. A diferencia de la norma jur¨ªdica, el incumplimiento de la obligaci¨®n ¨¦tica no comporta sanciones. En sociedades homog¨¦neas, las costumbres o el rechazo social ejercen un juicio reprobador, sin necesidad de que haya normas escritas. Pero la reprobaci¨®n social con respecto a los deberes morales hoy es muy d¨¦bil ya que su intensidad es directamente proporcional a la p¨¦rdida de libertades individuales. Cuanto m¨¢s libres somos, menos coerci¨®n pesa sobre nosotros. Y es bueno que sea as¨ª, es uno de los signos de madurez individual y social.
Por eso, desde una perspectiva ¨¦tica, la obligatoriedad de las vacunas es desaconsejable. Proteger la propia salud pocas veces es una acci¨®n exclusivamente individual; en el caso de la salud p¨²blica, que es lo que est¨¢ en cuesti¨®n cuando hay epidemias, descuidar la propia protecci¨®n repercute en la salud de los otros. Tal es la convicci¨®n desde la que hay que plantearse la pregunta ¨¦tica por antonomasia: ?qu¨¦ debo hacer?
Victoria Camps es fil¨®sofa y Catedr¨¢tica em¨¦rita de Filosof¨ªa de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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