La tecnolog¨ªa cambi¨® las herramientas del fascismo
El ciberpopulismo detecta islotes de malestar en las democracias y crea relatos. Quiere dominar la conversaci¨®n en las redes para as¨ª conquistar la pol¨ªtica anal¨®gica
La extrema derecha resopla como Moby Dick. Salta, se sumerge, golpea y azota la superficie digital de una pol¨ªtica democr¨¢tica que se estremece ante su presencia. La tecnolog¨ªa ha cambiado las herramientas del fascismo y lo est¨¢ haciendo irresistible al hibridar eficazmente sus contenidos hist¨®ricos con formatos digitales. Por eso, ya no se viste como en el pasado ni utiliza sus armas. Tampoco ocupa el espacio p¨²blico con masas para sentirse aclamado por ellas. La novedad revolucionaria que encarn¨® en el pasado se ha reactualizado. Entre otras cosas porque est¨¢ en su ADN. No olvidemos que naci¨® futurista y que divinizaba la m¨¢quina.
Ahora el fascismo es techie. Moviliza a la gente con herramientas tecnol¨®gicas y habita un espacio de habilidades digitales que busca proyectarse sobre la pol¨ªtica partidista. Esto lo lleva a emplear sin escr¨²pulos las redes para propagar contenidos que liberan emociones de alta intensidad populista. De ah¨ª que organice escuadras de troleo que manejan con habilidad propagandista sentimientos irracionales, odio y bulos conspirativos, porque son m¨¢s f¨¢ciles de compartir y viralizar que las razones, el respeto c¨ªvico y las reflexiones basadas en evidencias. El objetivo es claro: hegemonizar las conversaciones de la infoesfera para dominar digitalmente la pol¨ªtica anal¨®gica.
Los art¨ªfices t¨¦cnicos de esta estrategia de dominaci¨®n de las redes surgen, tambi¨¦n, de entornos techies. Muchos comparten personalidades que encajan en perfiles geek o nerd. Esto es, individualidades que viven instaladas obsesivamente en el cultivo diario de un frikismo que les hace chapotear en datos con el fin de atrapar la huella digital de los comportamientos visibilizados en las redes a golpe de clic. Gente con vidas m¨¢s o menos grises y mediocres, instalados en el anonimato, pero con una capacidad extraordinaria para pillar al vuelo las tendencias y los flujos de rebeld¨ªa antipol¨ªtica y antisocial que circulan en internet. La causa est¨¢ en que habitan dentro de un h¨¢bitat tecnol¨®gico que han convertido en su verdadera piel. Hasta el punto de pensar y sentir en clave algor¨ªtmica. Por eso, son capaces de inspirar dise?os de troleo masivos mediante cuentas que fingen ser humanos o viceversa. Cuentas que viralizan reacciones emotivas y viscerales que normalizan la violencia y el odio en las redes.
Demostrada la inoperancia desestabilizadora del populismo de izquierdas, as¨ª como su decadencia electoral en Grecia, Italia, Francia o Espa?a, la amenaza sobre la democracia liberal en Europa se desplaza ahora con virulencia techie hacia el otro extremo. Sin duda, es el mayor peligro que pesa sobre el futuro del liberalismo democr¨¢tico porque sus protagonistas no esconden el desprecio que sienten hacia todo lo que representa. Lo analiza Mark Sedgwick en Key Thinkers of the Radical Right (pensadores clave de la derecha radical, sin traducci¨®n al espa?ol, 2019). En ¨¦l se estudia con detalle la resignificaci¨®n que ha experimentado el fascismo de la mano de pensadores emergentes como Mencius Moldbug, Greg Johnson, Richard B. Spencer, Jack Donovan y Daniel Friberg. Algo que reiteran recientemente Steven Forti en Extrema derecha 2.0 o Pablo Stefanoni en ?La rebeld¨ªa se volvi¨® de derecha?
Esta pulsi¨®n de revuelta y agitaci¨®n antisistema no es nueva tampoco. Est¨¢ en los contenidos hist¨®ricos del fascismo del periodo de entreguerras y en la psicolog¨ªa de sus protagonistas. Brot¨® entre personajes excluidos que habitaban los m¨¢rgenes de una normalidad en la que no se reconoc¨ªan y frente a la que se mostraban pol¨ªticamente resentidos. Lo mismo que sucede hoy en d¨ªa, donde concurre una peligrosa sinton¨ªa de marginalidad y anomia entre los propagandistas, te¨®ricos y l¨ªderes de un fascismo transmutado por la t¨¦cnica. Un ciberpopulismo que avanza porque sabe detectar entre las sucesivas capas y pliegues digitales de la infoesfera los cambiantes islotes de malestar desperdigados en nuestras democracias para, luego, sumarlos mediante relatos que aglutinan mayor¨ªas, las cuales emergen como Moby Dick de las profundidades de una sociedad dislocada y resentida por miedos y desigualdades. De aqu¨ª surge la fuerza y la fragilidad de los Luca Morisi, Dominic Cummings o Steve Bannon. Lo mismo que sucede con los Salvini, Johnson o Trump. La misma fuerza y la fragilidad que los eleva y hace caer: el inconsciente manipulable de una sociedad atrapada por el malestar de un mundo lleno de incertidumbres e injusticias, y a quien la tecnolog¨ªa conecta y hace visible con su poder.
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