Terraplanistas y negacionistas: bienvenidos a la sociedad del desconocimiento
Ante la saturaci¨®n de informaci¨®n que nos distrae y obliga a decidir r¨¢pidamente, es f¨¢cil aceptar las ideas falsas. Solo entendiendo a los desconfiados se puede entender la sociedad en la que vivimos. ¡®Ideas¡¯ adelanta un extracto de ¡®La sociedad del desconocimiento¡¯, de Daniel Innerarity
Nunca el conocimiento hab¨ªa sido tan importante y a la vez tan sospechoso; nunca lo hab¨ªamos necesitado tanto y desconfiado al mismo tiempo de ¨¦l; nunca hab¨ªamos depositado tantas esperanzas en el conocimiento como soluci¨®n mientras se convert¨ªa ¨¦l mismo en un problema. La ciencia es fuente de la m¨¢xima autoridad y siempre controvertida. Los expertos son para unos la tabla de salvaci¨®n y para otros los destinatarios de todas las iras. Mientras hay quien espera que el conocimiento nos saque del error y la ignorancia, hay tambi¨¦n quien teme que nos est¨¦ conduciendo a los peores desatinos. En la era de la racionalidad triunfante, de la ciencia institucionalizada, de los avances tecnol¨®gicos y los sistemas inteligentes aparece una constelaci¨®n extra?a: al mismo tiempo que la ciencia goza de un enorme reconocimiento, muchas personas recelan de ella, desde la mera desconfianza hasta el negacionismo extremo. Este rechazo no se explica por la resistencia irracional hacia el conocimiento propia de las sociedades tradicionales; nos est¨¢ diciendo algo acerca del tipo de generaci¨®n de conocimiento caracter¨ªstico de nuestras sociedades.
No entenderemos la sociedad en la que vivimos si no damos una explicaci¨®n adecuada de este extra?o antagonismo, que ya no puede ser entendido a partir de la moderna contraposici¨®n entre la Ilustraci¨®n y sus sombras, como un combate moral entre progresistas y reaccionarios, la cl¨¢sica demarcaci¨®n entre cuerdos y locos. No est¨¢ en juego la racionalidad y su contrario sino una cierta metamorfosis de la idea misma de racionalidad, que ya no puede definirse c¨®modamente frente a su simple negaci¨®n. Perder¨ªamos una gran ocasi¨®n de conocernos a nosotros mismos si descalific¨¢ramos esta incredulidad como una reacci¨®n al progreso civilizatorio. Solo entendiendo a los desconfiados, temerosos, negacionistas, paranoicos y terraplanistas se puede entender la sociedad en la que vivimos y el papel que el conocimiento desempe?a en ella. Entender no significa aqu¨ª dar la raz¨®n a quienes parecen carecer de ella, sino explicar las circunstancias desde las que surge esta resistencia porque as¨ª tendremos una idea m¨¢s precisa de la racionalidad que rechazan. Vivimos en medio de lo que podr¨ªa llamarse una desregulaci¨®n del mercado cognitivo que ya no est¨¢, afortunadamente, moderado por la censura, el paternalismo m¨¢s o menos benevolente y los controles informativos. Este mercado desregulado favorece la credulidad, no plantea ning¨²n l¨ªmite a los mecanismos m¨¢s intuitivos en el esp¨ªritu: estereotipos, sesgos, agitaci¨®n adictiva, atenci¨®n dispersa, automatismos mentales¡ Cuando hay una saturaci¨®n de informaci¨®n que nos distrae y obliga a decidir r¨¢pidamente, es m¨¢s f¨¢cil aceptar las ideas falsas y que nos rindamos a nuestra espontaneidad mental como si fuera algo indiscutible. (¡)
Nuestro entorno inform¨¢tico ca¨®tico tiene, de entrada, causas objetivas. Es cierto que la desinformaci¨®n tiene muchas veces responsables concretos que se pueden identificar. La industria del petr¨®leo ha publicado estudios para generar confusi¨®n en torno al cambio clim¨¢tico; grandes farmac¨¦uticas ocultaron informaci¨®n desfavorable sobre la seguridad y la eficacia de los medicamentos; las empresas del tabaco niegan los efectos perniciosos de fumar¡ Pero no es esta desinformaci¨®n intencional la que m¨¢s deber¨ªa preocuparnos sino aquella ignorancia que no tiene sujetos culpables sino circunstancias objetivas que hacen de ella algo inevitable, en todo o en parte. La mayor complejidad del mundo, los errores de los cient¨ªficos y los expertos, la tecnolog¨ªa acelerada que crea nuevos ¨¢mbitos de ignorancia, todo ello produce perplejidad y desconcierto. Complejidad significa aqu¨ª desconexi¨®n con las evidencias inmediatas, ininteligibilidad, informaci¨®n que desorienta. Hay tambi¨¦n causas que remiten a una subjetividad sobrecargada, que puede sentirse aliviada con una teor¨ªa de la conspiraci¨®n o con los negacionismos que surgen en un contexto de miedo, ansiedad, desconfianza y sentimiento de impotencia. Para quienes sienten que todo est¨¢ fuera de control, una narrativa que explique sus sentimientos y los inscriba en una comunidad segura de creyentes se convierte en un alivio tranquilizador. La ¨²nica manera de reducir esa complejidad es mediante la confianza; la cuesti¨®n no es confiar o no sino hacerlo razonablemente o no.
El conocimiento est¨¢ vinculado a la confianza en la misma medida en la que disminuye la posibilidad de comprobaci¨®n personal. Con el incremento del conocimiento aumenta la dependencia de otros. Cuanto m¨¢s sabemos colectivamente, menos autosuficientes somos individualmente. (¡) Desde mediados del siglo XX se han formulado diversos an¨¢lisis de esta dial¨¦ctica, pero casi siempre como si la ignorancia fuera lo contrario de la racionalidad; apenas hemos reflexionado sobre la unidad de conocimiento y desconocimiento que nos caracteriza. Como principio general es recomendable no considerar unos est¨²pidos ni siquiera a quienes lo parecen y no tratarlos como tales si queremos que dejen de serlo. Entre otros motivos porque la dimensi¨®n de los problemas a los que tenemos que enfrentarnos nos convierte a todos en ignorantes; el contraste entre lo que sabemos y lo que deber¨ªamos saber nos pone en una situaci¨®n de minor¨ªa de edad inocente (por utilizar la c¨¦lebre expresi¨®n de Kant, a sensu contrario). Esto no quiere decir que sepamos menos sino que debemos gestionar una constelaci¨®n in¨¦dita en la que se entreveran el saber y el no saber. En los pr¨®ximos a?os, con mucha probabilidad, vamos a asistir a grandes descubrimientos cient¨ªficos y veremos c¨®mo se desarrollar¨¢n algunas tecnolog¨ªas que van a modificar radicalmente nuestro entorno. Todo ello implicar¨¢ nuevas ignorancias (¡) y pondr¨¢ en marcha debates intensos, pues discutir es lo que hacemos los humanos en las sociedades democr¨¢ticas cuando ignoramos algo y queremos generar el saber correspondiente. Como siempre, el avance del conocimiento nos hace, a la vez, m¨¢s sabios y m¨¢s ignorantes. No hay descubrimiento cient¨ªfico o invenci¨®n tecnol¨®gica que no lleve apareado, como su sombra, un nuevo desconocimiento.
La inteligencia de una persona, de una instituci¨®n o de una sociedad en su conjunto no se mide tanto por la inteligencia que tiene sino por la relaci¨®n entre esta inteligencia y el tipo de problemas que tiene que resolver. A este respecto, el argumento de Karl Marx de que ¡°la humanidad no crea problemas que no sepa resolver¡± no es concluyente porque, en primer lugar, no hay testimonios del fracaso sino autodescripciones de los vencedores y, en segundo lugar, porque no todos los problemas que tenemos tienen el car¨¢cter de problemas que puedan o deban resolverse; algunos, tal vez los m¨¢s decisivos, solo pueden ser aplazados, reformulados o soportados. En contra de la an¨¦cdota que suele contarse, en ocasiones no es absurdo buscar las llaves donde no se han ca¨ªdo pero hay m¨¢s luz. Es muy humano el deseo de medir la inteligencia, dise?ar el itinerario formativo y transmitir el conocimiento que se considera imprescindible para la vida, pero no habremos hecho ninguna de estas cosas correctamente mientras no hayamos dispuesto un hueco en ellas para el desconocimiento. ?Y si el mundo no fuera tan comprensible y, pese a todo, podemos hacer mucho sin necesidad de comprenderlo todo? Qu¨¦ hagamos con lo desconocido va a jugar un papel cada vez m¨¢s importante en nuestra vida personal y colectiva.
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