Soy feliz en la prisa, me crezco en la sobrecarga de trabajo
Presum¨ª de vago, pero fue por coquetear. Prefiero la multitarea a esa verdad inefable que aguarda en las monta?as cuando se hace el silencio. No hay m¨¢s vida que lo urgente
A los 17 a?os hac¨ªa un programa de radio en una emisora pirata. Se titulaba Perdiendo el tiempo (qu¨¦ horror de gerundio, a la altura del programa), porque iba de nada, como la serie Seinfeld. Cuando, no muchos a?os despu¨¦s, empec¨¦ a agrupar algunos textos en un blog, los subtitul¨¦: ¡®Pereza, inutilidad, tiempo perdido¡¯. M¨¢s tarde, tras publicar mis primeros libros, los periodistas me pidieron que me definiese. Dije que era un vago que trabajaba demasiado.
Me cre¨ªa mi vocaci¨®n de perezoso, por lo que tambi¨¦n me cre¨ªa las de los dem¨¢s, con absoluta ingenuidad. Un par de compa?eros de la universidad dec¨ªan, con voz so?adora, que aspiraban a una vida sencilla: ser libreros en un pueblo, escribir poes¨ªa a la hora del almuerzo y no quemarse en los fuegos fatuos de la ambici¨®n profesional. Por supuesto, fueron los depredadores m¨¢s cruentos de la facultad, los que mejores y m¨¢s atinados codazos dieron en los costillares de sus competidores. Desde entonces, cada vez que alguien me suspira las ganas que tiene de llevar una vida recoleta en una aldea monta?osa, me pongo en guardia y me palpo la espalda en busca de pu?ales.
Por aquello de la paja en lo ajeno y la viga en lo propio, esto no me sirvi¨® para cuestionar mi propia fe en la pereza, que segu¨ª cultivando muchos a?os. No me di cuenta de que era una forma de coqueter¨ªa. Lejos de incomodar al establishment, lo halagaba. Los vagos caen fenomenal y venden muy bien sus productos.
No hace mucho, grabando un programa de televisi¨®n, el presentador quiso vacilarme: ¡°T¨², como escritor, te levantar¨¢s al mediod¨ªa, ?no? No est¨¢s acostumbrado a trabajar de verdad¡±. En otro tiempo, le habr¨ªa seguido la broma, pero me di cuenta entonces de lo lejos que estaba mi vida de ese ideal de tiempo perdido. Me levanto a las seis y no paro de trabajar en todo el d¨ªa. Aquella ma?ana llevaba muchos fines de semana sin despegarme del ordenador o de la pila de libros que estudio y subrayo a todas horas, y no recordaba las ¨²ltimas vacaciones de verdad, sin robarle ma?anas a la playa. Qu¨¦ diablos: desde los 21 a?os solo hab¨ªa trabajado, cada vez m¨¢s duro, asumiendo m¨¢s de lo que pod¨ªa abarcar. No hab¨ªa ido a la tele a que un graciosillo profesional me llamara vago. Eso solo me lo dec¨ªa yo.
La epifan¨ªa podr¨ªa haberme despertado, como a tantos otros, y otorgarme esa lucidez de monje: Dios m¨ªo, ?qu¨¦ estaba haciendo con mi vida? Siguiendo la escondida senda de los pocos sabios que en el mundo han sido, lo l¨®gico habr¨ªa sido desprenderse de lo vano y dimitir de la mentira profesional en busca de la verdad. Despu¨¦s de todo, era el autor de La Espa?a vac¨ªa. Muchos lectores me confiaban que se tomaron la vida con m¨¢s calma despu¨¦s de que mi libro les descubriese lo mucho que la aceleraci¨®n urbana y capitalista los distanciaba de lo que de verdad les importaba.
Qu¨¦ libro tan hermoso me saldr¨ªa si abandonase el ruido y la velocidad. Qu¨¦ bonita quedar¨ªa en los escaparates de las librer¨ªas una confesi¨®n de prosa lenta, con aromas de le?a y ladridos de perro pastor. Gustar¨ªa mucho a los lectores urbanitas. Para promocionarlo, recorrer¨ªa las ciudades de Espa?a en una gira de presentaciones y entrevistas donde, sin tiempo para comer ni para dormir, brincando de AVE en AVE, glosar¨ªa las bondades de la vida sosegada y eremita. Y me encargar¨ªan art¨ªculos que tendr¨ªa que escribir por la noche, salt¨¢ndome la cena, y las traducciones me llevar¨ªan por Europa, de festival en festival. Al fin, vencido por las ojeras, agotado de tanto alabar el sosiego del campo, el cardi¨®logo me subir¨ªa la dosis de las pastillas para la hipertensi¨®n, recet¨¢ndome un ansiol¨ªtico y algo para dormir e inst¨¢ndome a tomar las cosas con calma si no quer¨ªa caer fulminado de un infarto. Si creen que esto es una caricatura, echen un vistazo a la agenda intercontinental de Byung-Chul Han, el fil¨®sofo hiperactivo e hiperventas que no para de escribir ensayos, impartir conferencias y conceder entrevistas en las que reprocha el ritmo de trabajo de los dem¨¢s, sin aflojar el suyo.
Me entrego a fondo porque me apasiona lo que hago. No lo sufro con resignaci¨®n, lo gozo. Dice la tambi¨¦n fil¨®sofa Remedios Zafra que la pasi¨®n vocacional es una tela de ara?a capitalista donde caemos las mosquitas letraheridas, y aunque comparto su diagn¨®stico sobre la explotaci¨®n y la precariedad de los oficios culturales, me cuesta mucho sentirme v¨ªctima de una vida que me provoca tanto placer. Presum¨ªa de vago para coquetear, pero ya no me escondo: soy feliz en la prisa, me crezco en la sobrecarga de trabajo, abrazo la multitarea. Escribo parte de este art¨ªculo mientras espero para entrar en directo en mi secci¨®n de los lunes en la radio. Me acaban de mandar el guion por wasap y he interrumpido la escritura para revisarlo y proponer un par de cambios. Ma?ana se cumplen dos plazos de entrega de textos que tengo a medias ¡ªy a¨²n no s¨¦ cu¨¢ndo voy a poder terminar¡ª, pasado ma?ana doy una conferencia a 500 kil¨®metros de mi casa y un mensajero ha dejado las galeradas de mi pr¨®ximo libro, que debo revisar en una semana.
Habr¨¢ quien prefiera volver a la cama y llorar muy fuerte antes que enfrentarse a todo eso, pero estar ocupado me encanta y se me da bien. Gestiono divinamente el estr¨¦s, como dir¨ªan los cursis del emprendimiento, y no veo en ello motivo de verg¨¹enza ni siento que la vida se me est¨¦ escapando entre los dedos. La vida es esto. La vida es lo urgente, no esa verdad inefable que aguarda al otro lado de las monta?as cuando se hace el silencio. La vida es este ruido y este desorden.
Un amigo, abogado de ¨¦xito, tiene una vocaci¨®n literaria muy fuerte. Fantasea con dejar el bufete y retirarse a escribir la novela que le obsesiona y nunca tiene tiempo de emprender. Alguna vez le he animado: est¨¢s podrido de dinero, no te hace falta m¨¢s, deja ese trabajo que te agobia y detestas y ponte a hacer lo que te gusta. Mi amigo baja entonces la voz y me confiesa su miedo: ¡°?Y si lo dejo todo y descubro que soy un escritor muy malo?¡±.
?Y si descubrimos que no sabemos vivir en la calma? ?Y si, tras recorrer la escondida senda, solo sentimos agujetas? ?Y si Zaratustra no nos espera en la cumbre? ?Y si toda la sabidur¨ªa, el placer y la alegr¨ªa de los d¨ªas estaban ya aqu¨ª, en este aceleramiento y esta locura urgente, y no los disfrutamos porque unos escritores ambiciosos y adictos al trabajo nos convencieron de que la vida era otra cosa? Yo me quedo con mis prisas, no las cambio por ning¨²n silencio.
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