El oto?o caliente que afronta Liz Truss
Reino Unido est¨¢ al borde del derrumbe, se?ala el polit¨®logo John Gray. M¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n podr¨ªa caer en la pobreza energ¨¦tica. Ante la crisis, las recetas thatcheristas que la nueva premier brit¨¢nica exhibi¨® en las primarias, no sirven
Mientras la primera ministra Truss entra en el n¨²mero 10 de Downing Street, el Estado brit¨¢nico est¨¢ a punto de derrumbarse. La pol¨ªtica fantasiosa de la disputa del liderazgo conservador est¨¢ chocando de frente con varias realidades de lo m¨¢s complejas. M¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n podr¨ªa caer este invierno en la pobreza energ¨¦tica (definida como un hogar que gasta m¨¢s del 10% de sus ingresos en energ¨ªa). Con la inflaci¨®n fuera de control, los trabajadores van a sufrir la mayor ca¨ªda real de su renta de toda su vida. Innumerables empresas sin proteger mediante topes en el precio de la energ¨ªa corren el peligro de caer en bancarrota. Las huelgas que se vivieron durante el verano se extender¨¢n desde los servicios ferroviarios hasta el sistema de salud p¨²blico (NHS), las escuelas, el sistema judicial y posiblemente la Administraci¨®n p¨²blica. Hay una posibilidad real de desobediencia civil, cuando muchos se nieguen a pagar sus facturas de combustible ¡ªo sencillamente no puedan¡ª si no hay una intervenci¨®n dr¨¢stica del nuevo Gobierno de Truss.
La escasez de energ¨ªa y las sequ¨ªas, la apertura de bancos de alimentos y el mal funcionamiento de los servicios p¨²blicos no son hechos independientes que, juntos, han provocado un aumento temporal del coste de la vida. Lo que pasa es que el sistema que rige el mercado nacional y mundial que ha estado en vigor durante una generaci¨®n se ha venido abajo.
La l¨®gica de los acontecimientos parece indicar, m¨¢s que nunca, que a finales de 2024 habr¨¢ un Gobierno encabezado por los laboristas. Pero estos no pueden dar por descontado que van a ganar. El l¨ªder laborista Keir Starmer sigue siendo un pol¨ªtico en potencia, un abogado desapasionado en un oficio que requiere de instinto asesino. Truss, en cambio, es una pol¨ªtica de raza. Su traves¨ªa de estudiante liberal-dem¨®crata a ferviente conservadora, de partidaria de seguir en la UE a defensora radical del Brexit, es sin duda una sucesi¨®n de cambios importantes. Pero tambi¨¦n se adapta con rapidez a las nuevas realidades, mientras que Starmer sigue avanzando lentamente, fiel servidor de un antiguo r¨¦gimen caduco. Quiz¨¢ su torpeza tiene cierto encanto, pero es poco probable que le sirva para ganar en unos tiempos tan revueltos.
Lo que importa no es lo que nos parezcan hoy los dos l¨ªderes, sino la situaci¨®n de sus respectivos partidos en 2024. Si Truss se aferra a un suced¨¢neo de thatcherismo, los conservadores no tendr¨¢n nada que hacer en las elecciones. Si su voluntad de conservar el poder prevalece sobre sus opiniones m¨¢s recientes, podr¨ªan volver a ganar.
Su primera prueba ser¨¢ la crisis energ¨¦tica, en la que tendr¨¢ que actuar con decisi¨®n, como ha afirmado que har¨¢. Digan lo que digan, la ¨²nica forma de que sobreviva el nuevo Gobierno es rescatar a los hogares y las empresas. Tanto si lo hace reduciendo los impuestos como congelando las facturas energ¨¦ticas durante un tiempo o una mezcla de ambas, el coste ser¨¢ inmenso. No ser¨¢ una ¡°econom¨ªa conservadora¡± ¡ªun ejercicio de prudencia fiscal para contener la deuda p¨²blica y limitar la intervenci¨®n del Estado¡ª, sino un experimento keynesiano incre¨ªblemente ambicioso. Los economistas advierten de que podr¨ªa acabar en un desastre si hunde el mercado de bonos del Estado del Reino Unido y desencadena un p¨¢nico monetario que afecte a la libra. Ahora, si queremos evitar una cat¨¢strofe este invierno, no hay ¡ªcomo habr¨ªa dicho el supuesto modelo de Truss, Margaret Thatcher¡ª ninguna alternativa.
Si Truss vacila, o se desv¨ªa de su rumbo porque se le amotinen unos cuantos leales a Johnson, falsos thatcheristas y rancios seguidores de Cameron, los conservadores estar¨¢n acabados. Algunos miembros del partido est¨¢n coqueteando con la peligrosa idea de que no les vendr¨ªa mal perder las pr¨®ximas elecciones. Es cierto que una coalici¨®n encabezada por los laboristas podr¨ªa terminar arrastrada por la vor¨¢gine econ¨®mica. Pero mientras estuviera en el poder tendr¨ªa tiempo de modificar el sistema de votaci¨®n de Westminster y hacer casi imposible que vuelva a haber otro Gobierno de mayor¨ªa tory.
El legado de Thatcher
Poner hoy en pr¨¢ctica una imitaci¨®n caricaturesca de las pol¨ªticas de la Dama de Hierro no lleva m¨¢s que a la ruina. Thatcher moviliz¨® al Estado contra los sindicatos, pero la situaci¨®n actual de los trabajadores es totalmente diferente. La globalizaci¨®n debilit¨® su poder en Gran Breta?a y rebaj¨® los salarios cuando se empez¨® a trasladar la producci¨®n a pa¨ªses de salarios bajos. La privatizaci¨®n les quit¨® capacidad de acci¨®n colectiva con la fragmentaci¨®n del mercado laboral. Hoy en d¨ªa, no son los sindicatos los que tienen demasiado poder. Es sobre las empresas avariciosas que gestionan los servicios p¨²blicos sobre quienes debe caer la mano dura del Estado.
Como observ¨® Kemi Badenoch durante su campa?a para dirigir el Partido Conservador, el Gobierno debe colaborar con los sindicatos y mostrarles algo de respeto. Si Truss decide ser el azote de los sindicatos, cometer¨¢ el mismo error que Starmer cuando se neg¨® a que su gobierno en la sombra se uniera a los piquetes que acompa?aron la huelga ferroviaria antes del verano. Sus compa?eros de filas Lisa Nandy y Andy Burnham calibraron mejor el estado de ¨¢nimo de los ciudadanos. (Angela Rayner [la adjunta de Starmer] puede llegar a arrepentirse de no haberse pronunciado m¨¢s que con un tuit cuidadosamente redactado en apoyo de los huelguistas). En las circunstancias actuales, ser¨ªa razonable que los sindicatos se preguntaran qu¨¦ reciben a cambio de financiar al partido.
Al l¨ªder laborista hay que reconocerle el m¨¦rito de sacar a su partido de la era Corbyn. No obstante, una de las cosas que ha hecho para distanciarse del corbynismo ha sido retroceder ante cualquier cosa que recuerde a un programa econ¨®mico radical. Una congelaci¨®n de seis meses de las facturas es m¨¢s sensata que el l¨ªmite al precio de la energ¨ªa en escalada sin fin que ha sido anunciada hasta ahora, pero juega con la esperanza de que los precios se estabilicen durante esos seis meses y no contribuye a remediar el caos en el sector. El archicentrista Emmanuel Macron est¨¢ limitando las facturas energ¨¦ticas, pero tambi¨¦n est¨¢ convirtiendo al gigante de la electricidad EDF en una empresa de propiedad totalmente p¨²blica. Siempre calculador, Starmer se ha negado a respaldar la propuesta de Gordon Brown de nacionalizar temporalmente las empresas energ¨¦ticas que no ofrezcan precios m¨¢s bajos.
En la actualidad, gran parte de las infraestructuras energ¨¦ticas brit¨¢nicas son propiedad de empresas extranjeras, incluidas compa?¨ªas estatales como EDF. Incluso en Estados Unidos, el sistema energ¨¦tico de Los ?ngeles es propiedad en su totalidad de una corporaci¨®n municipal, el Departamento de Agua y Energ¨ªa de Los ?ngeles. En Inglaterra, el 80% de la compa?¨ªa de Aguas de Northumbria es propiedad de una multinacional de Hong Kong inscrita en las islas Caim¨¢n.
La nacionalizaci¨®n de las empresas de servicios p¨²blicos ser¨ªa una forma segura de ganar votos. En una encuesta de YouGov realizada para The Times a finales de agosto, casi la mitad de los votantes conservadores estaban a favor de nacionalizar el sector energ¨¦tico. Es una oportunidad pol¨ªtica ¨²nica. ?Por qu¨¦ no la est¨¢n aprovechando los laboristas?
Uno de los motivos es el tipo de progresismo que se ha apoderado del partido. Cuando los partidarios de Starmer hablan de ocupar el terreno del centro, se refieren a defender pol¨ªticas que no molestar¨¢n ni ofender¨¢n a ninguno de los asistentes a las f¨²nebres reuniones de los laboratorios de ideas de Westminster. En contra de la afirmaci¨®n liberal de que las guerras culturales son una invenci¨®n de la derecha, son los liberales de izquierda los que han redefinido la pol¨ªtica como Kulturkampf [guerra cultural]. La identidad ha desplazado a la clase como preocupaci¨®n definitoria del pensamiento progresista. Como consecuencia, se ha dejado de considerar que los conflictos econ¨®micos estructurales son fundamentales. Se supone que todos los seres humanos tienen los mismos intereses, aunque, extra?amente, muchos no parezcan ser conscientes de ello.
La timidez de los laboristas tiene otro origen. Un programa econ¨®mico tan radical como el que exige la crisis no podr¨ªa aplicarse si el Reino Unido se reincorporara a la UE. Revocar el Brexit significar¨ªa someterse a las reglas del mercado ¨²nico de la UE, que impiden a los gobiernos nacionales tener un control firme de su econom¨ªa. Para los miembros metropolitanos del Partido Laborista, lo ¨²nico malo del neoliberalismo es que no se ha puesto a prueba a una escala suficientemente grande. No es la opini¨®n que predomina en las circunscripciones del muro rojo (de votantes laboristas).
La crisis y el Estado interventor
La tan lamentada falta de ideas pol¨ªticas es, en realidad, una resistencia a abandonar una ideolog¨ªa arraigada. La gama de ideas representadas en la pol¨ªtica brit¨¢nica establecida est¨¢ compuesta por variaciones de temas neoliberales. La rebeli¨®n de Thatcher frente a los dogmas de su ¨¦poca se convirti¨® en el mantra del Estado poco intervencionista propugnado por el Grupo Europeo de Investigaci¨®n. Distintas corrientes del pensamiento neoliberal evolucionaron hasta confluir en el centrismo de Blair, que aceptaba un gran Estado del bienestar, pero pretend¨ªa inyectar en ¨¦l incentivos de mercado, y en el intento de David Cameron de crear una difusa ¡°gran sociedad¡± mediante una austeridad fiscal implacable. Boris Johnson era tan neoliberal como populista. El conservador Rishi Sunak se ha revelado en la contienda para dirigir el partido como un graduado de Goldman Sachs de enorme inteligencia, pero opiniones pol¨ªticas inestables, que preferir¨ªa estar dirigiendo alguna start-up de Santa M¨®nica.
En todas estas variantes, el Estado no es m¨¢s que un mecanismo habilitador de los mercados mundiales. Sin embargo, ya no existe un orden de mercado mundial. Gordon Brown pudo salvar el sistema financiero mundial del colapso porque a¨²n lo dirig¨ªa Occidente. Hoy, con Rusia parcialmente excluida y la postura indecisa de China sobre la globalizaci¨®n, ese sistema no existe. El momento de aparente unidad en Occidente inmediatamente despu¨¦s de que Rusia invadiera Ucrania ¡ªla segunda vez que los liberales declararon el fin de la historia¡ª no dur¨® mucho m¨¢s de un mes. Al orden presidido por Occidente lo ha sustituido una red de bloques que se cruzan y compiten entre s¨ª. El capitalismo global se ha convertido en un mosaico de capitalismos de Estado y econom¨ªas de guerra.
El neoliberalismo era la idea contrapuesta al marxismo vulgar, sin el sentido de la lucha implacable en la sociedad y el peligro constante de la barbarie que aportaba Marx. El comercio promover¨ªa la paz y la democracia, se extender¨ªa con el capitalismo. Esta visi¨®n ingenua inspir¨® en Cameron y George Osborne la est¨²pida idea de acoger con los brazos abiertos a China y en Angela Merkel la de que Alemania estuviera atada a la energ¨ªa rusa. Y sigue impidiendo que surjan nuevas ideas en la pol¨ªtica brit¨¢nica.
Un invierno de escasez de energ¨ªa en Europa plantear¨¢ a Truss algunos dilemas dif¨ªciles en pol¨ªtica exterior. Macron persigue la vieja quimera francesa de la entente con Rusia, mientras que el canciller alem¨¢n, Olaf Scholz, est¨¢ empe?ado en salvar la industria automovil¨ªstica alemana a base de comprar gas a Rusia y alimentar su maquinaria b¨¦lica. Las afirmaciones de refuerzo occidentales de que Vlad¨ªmir Putin est¨¢ perdiendo la guerra no interpretan bien los objetivos del presidente ruso. Es indudable que est¨¢ sufriendo importantes reveses militares, como los ataques ucranios a Crimea y Jers¨®n, el elevado n¨²mero de v¨ªctimas en su ej¨¦rcito, la baja moral militar y el agravamiento de la escasez de material. Pero su objetivo ya no es ocupar y gobernar el pa¨ªs. Su objetivo es incapacitar a Ucrania como Estado y borrarla como naci¨®n.
De momento, el proyecto genocida de Putin no ha tenido ¨¦xito. Ucrania no es un Estado fallido, Kiev no es la capital de Chechenia, Grozni ¡ªque las fuerzas rusas redujeron a escombros entre diciembre de 1999 y febrero de 2000¡ª, y el pueblo ucranio no se ha sentido intimidado ni se ha rendido. Es posible que Putin gane el tiempo que necesita con la amenaza de tener cerrado el gasoducto Nord Stream durante todo el invierno. ?Hasta cu¨¢ndo puede seguir el Reino Unido apoyando a Ucrania si los principales Estados europeos ceden a su chantaje y abandonan al pa¨ªs a su suerte?
Un momento de incertidumbre
Pero adem¨¢s existe una incertidumbre a¨²n mayor. Pronto sabremos si Donald Trump planea presentarse de nuevo a la presidencia. Si lo hace, es imposible predecir qu¨¦ pasar¨¢ en Ucrania (y quiz¨¢ tambi¨¦n en Taiw¨¢n). Si no se presenta, se abre el camino para otros candidatos de la derecha m¨¢s dura, como el gobernador de Florida, Ron DeSantis, que no ha dicho casi nada sobre la invasi¨®n. Salvo que los dem¨®cratas se recuperen de forma sorprendente, la Casa Blanca pasar¨¢ a manos de un presidente republicano cuya opini¨®n sobre la participaci¨®n de Estados Unidos en guerras extranjeras no ser¨¢ necesariamente positiva. El 24 de febrero de este a?o, el eje del mundo se inclin¨® contra Occidente. Dentro de poco m¨¢s de dos a?os, puede volver a pasar.
La pregunta que importa ahora en el Reino Unido es qui¨¦n tiene la voluntad de gobernar. Si Truss est¨¢ preparada y es capaz de abandonar la parodia de thatcherismo que utiliz¨® en su campa?a para dirigir el partido, los conservadores quiz¨¢ tengan la oportunidad de asegurarse un quinto mandato. Algunos pol¨ªticos, cuando no fracasan estrepitosamente, triunfan. Truss puede ser uno de esos casos. La amenaza pol¨ªtica a la que se enfrenta procede m¨¢s de su propio partido que de los laboristas. Hay conservadores que, desquiciados por disputas internas t¨®xicas, pueden preferir la satisfacci¨®n de verla fracasar a la de que su partido vuelva a ganar.
Las pr¨®ximas semanas ser¨¢n las m¨¢s importantes en la pol¨ªtica brit¨¢nica desde finales de los a?os setenta. Si el nuevo Gobierno de Liz Truss reconoce que estamos en una situaci¨®n de emergencia nacional y act¨²a en consecuencia, Keir Starmer puede acabar siendo el director general de una noble ONG, con un buen salario pero sin que nadie se acuerde de su nombre. O es posible que Truss se acobarde ante una realidad compleja o que su partido le ponga la zancadilla y entonces el l¨ªder laborista la suceda en Downing Street, para unos cuantos a?os de Gobierno impotente. El Reino Unido seguir¨¢ a la deriva, hasta que el agravamiento de la crisis obligue a nuestra atrasada clase pol¨ªtica a hacer valer la autoridad del Estado sobre la anarqu¨ªa del mercado.
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