No son cat¨¢strofes, son errores
El fatalismo no es una filosof¨ªa, sino que tiene detr¨¢s un programa pol¨ªtico que defiende ac¨¦rrimamente lo que hay
Los trabajos sin cualificar, los que se remuneran con los salarios m¨¢s bajos, son trabajos duros, extenuantes y no existen estratagemas de supervivencia que desconozca la clase media, como escribi¨® la recientemente fallecida Barbara Ehrenreich en su extraordinario libro Por cuatro duros (RBA, 2003). Entre los no pobres es corriente creer que la pobreza es una condici¨®n soportable, explicaba. Pero no lo es¡ Produce una angustia profunda, un deterioro de la salud considerable, privaciones cr¨®nicas, un estado permanente de emergencia que va creando un estilo de vida insoportable. Y ser pobre no significa ser mendigo: la gran mayor¨ªa de las personas comprendidas en la definici¨®n de pobreza habitual en el primer mundo trabaja mucho y ¡°tiene la misma tendencia a ser ingeniosos y brillantes que los de otras clases sociales¡±.
No existen argumentos racionales que apoyen la idea fatalista de que las cosas tienen que ser, y ser¨¢n, siempre as¨ª. El fin de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, en los a?os noventa del siglo pasado, dio impulso a la idea de que el mundo atravesar¨ªa una etapa de mayor prosperidad, paz y esperanza. No ha resultado as¨ª, pero, por los mismos motivos, no tiene por qu¨¦ resultar que los a?os veinte de este siglo abran la puerta a una era de desesperanza, deterioro y decadencia.
El fatalismo, es decir, la creencia en que los acontecimientos est¨¢n decididos por una ineludible predeterminaci¨®n y que no es posible controlarlos, parece impulsarse cada d¨ªa m¨¢s desde algunos estamentos pol¨ªticos. Son las voces que proclaman que la guerra es imparable, los efectos devastadores del cambio clim¨¢tico no tienen ya remedio (o no existen), se avecina un invierno cruel en Europa, la sequ¨ªa en ?frica provocar¨¢ hambrunas, Israel borrar¨¢ del mapa a Palestina, los altos niveles de desigualdad econ¨®mica son una caracter¨ªstica inevitable de la actividad humana y, por lo tanto, es imposible reducir significativamente esas formidables brechas en el reparto de la riqueza¡
No hay nada que auspicie m¨¢s la cat¨¢strofe que la continua menci¨®n de un horizonte catastr¨®fico. En el fondo, no es nada nuevo, lo que no quiere decir que no sea peligroso. Es la manifestaci¨®n m¨¢s clara de la antipol¨ªtica, voces que representan el deseo de secuestrar la voluntad pol¨ªtica de los ciudadanos, un fen¨®meno relacionado casi siempre con la extrema derecha y el nacionalismo extremo. Lo que pretenden esos sectores pol¨ªticos y econ¨®micos es una actitud resignada de los ciudadanos, convencidos de que no hay forma de cambiar el curso de los acontecimientos adversos. Buscan una especie de pragmatismo domesticado que conviene, precisamente, a quienes son responsables de esos acontecimientos. (La izquierda m¨¢s extrema piensa que se puede hacer cualquier cosa, lo que tampoco ayuda al debate imprescindible en pol¨ªtica).
El economista indio Amartya Sen lo explic¨® mil veces: cientos de miles de personas pueden morir por la falta de acci¨®n que resulta de un irracional fatalismo disfrazado de sentido com¨²n. Pero esos hechos responden a responsabilidades precisas. Las hambrunas no son fen¨®menos naturales, sino un fen¨®meno social que sucede cuando no hay voluntad pol¨ªtica de luchar contra los factores reales que la provocan. No vengan a decirnos que la sequ¨ªa en ?frica provocar¨¢ cientos de miles de muertos. Pongan los medios para evitarlo.
La mayor¨ªa de las cat¨¢strofes que se nos anuncian no son fen¨®menos naturales, sino consecuencia de la negligencia, la incompetencia, la codicia y el abandono del deber de quienes deb¨ªan hacerles frente en nombre de los ciudadanos. La fatalidad triunfa en el momento en que se cree en ella, dec¨ªa Simone de Beauvoir. Es importante que los ciudadanos, y especialmente los m¨¢s j¨®venes, comprendan que el fatalismo al que se los empuja no es una actitud filos¨®fica, sino que tiene detr¨¢s un programa pol¨ªtico que coincide con la defensa ac¨¦rrima de lo que hay y que impide debatirlo y cambiarlo. Hay quienes pregonan que la crisis clim¨¢tica no tiene soluci¨®n se haga lo que se haga (incluso profesores universitarios que llaman a sus alumnos al fatalismo, en lugar de incitarlos al debate, como ser¨ªa su obligaci¨®n) y pesimistas que creen que no tiene soluci¨®n porque no se har¨¢ nunca lo necesario. La cuesti¨®n es animar a resignarse.
La violencia, la guerra, las hambrunas o el deterioro en la sanidad, en la educaci¨®n o en el reparto de la riqueza no responden a acontecimientos catastr¨®ficos que no se pueden controlar, sino a errores fatales, que son responsabilidad de grupos y personas concretas. Perfectamente identificables.
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