El infame es tambi¨¦n nuestro cu?ado interior
El grito de guerra de Voltaire (¡°aplastad al infame¡±) es m¨¢s necesario que nunca. Frente al dogm¨¢tico, el triste y el antidem¨®crata, pero tambi¨¦n frente a esa parte de todos ellos que cada uno llevamos dentro
En el juego de Marco Polo, cuando el ni?o con los ojos vendados grita ¡°?Marco!¡±, los dem¨¢s tienen que responder ¡°?Polo!¡±. Pero cuando los adultos gritamos ¡°?Marco!¡±, suenan a nuestro alrededor tal cantidad de voces, que no sabemos hacia d¨®nde dirigirnos. Nos transformamos, entonces, en aquellos perros que metieron en un saco, y en medio de la oscuridad, y bajo una manta de palos, se mord¨ªan el uno al otro, y a veces tambi¨¦n a s¨ª mismos, hasta quedar agotados. Ten¨ªa raz¨®n el soci¨®logo Richard Sennett cuando dijo que nuestra sumisi¨®n ya no puede representarse como una bola de hierro atada al tobillo. Son m¨¢s bien los miles de hilos que sujetaban a Gulliver, fr¨¢giles por separado, pero irrompibles en su conjunto, los que nos sujetan. Pero es cuento viejo, como prueban los mil y un nombres del demonio, que hacen referencia a su car¨¢cter ina?prensible: el Se?or de las Moscas, el Pr¨ªncipe de las Tinieblas, el Leviat¨¢n¡ La dispersi¨®n hace la fuerza.
?Dadme un enemigo y mover¨¦ al mundo! Creo que de ah¨ª procede la fuerza del ¨¦crasez l¡¯inf?me! de Voltaire, quien empezaba a dictarle a su secretario nada m¨¢s abrir los ojos, y tomaba m¨¢s de 40 caf¨¦s al d¨ªa. Pero el infame cambia constantemente de disfraz, y sabe, como el gas, estar en todas partes, incluso dentro de nosotros mismos. Por eso el infame se desliza c¨®modamente entre nuestras categor¨ªas, que, aun siendo necesarias o inevitables, debemos completar con olfato. Los fil¨®sofos c¨ªnicos se identificaban con los perros, entre otras muchas cosas, porque les atribu¨ªan la virtud de saber distinguir entre el amigo y el enemigo. Voltaire, que ten¨ªa mucho de fil¨®sofo c¨ªnico, pose¨ªa ese olfato que nosotros tenemos embotado. Por eso necesitamos una historia trasversal de la infamia que nos ense?e a ubicar, all¨¢ donde se encuentren, a nuestros enemigos. Un retrato robot del infame.
Primero, el infame es el que debilita y distrae nuestra pulsi¨®n de verdad. La debilita mediante el oscurantismo, que es la oposici¨®n sistem¨¢tica a que el conocimiento, y el deseo de conocimiento, se difundan entre la gente, con el objetivo de negarle, por esa misma raz¨®n, el derecho a participar del gobierno. As¨ª que el infame es el que infrafinancia el sistema educativo, el que precariza la cultura o mercantiliza la informaci¨®n. Pero la ignorancia no es s¨®lo la mera ausencia de conocimiento, sino tambi¨¦n la presencia de falso conocimiento. Por eso el infame es tambi¨¦n el que distrae nuestra pulsi¨®n de verdad, exacerbando nuestro dogmatismo, para arrojarle despu¨¦s al plato falsas certezas. El infame es el dogm¨¢tico.
Segundo, el infame es el que debilita nuestra pulsi¨®n de realidad, esto es, nuestro deseo de asumir valerosamente el mundo tal y como es, tratando de mejorarlo dentro de lo que permiten sus leyes b¨¢sicas (que nunca conoceremos con total seguridad). En su lugar, el infame nos tienta con trasmundos religiosos, pol¨ªticos o identitarios, tan maravillosos como falsos, con el doble objetivo de rentabilizar pol¨ªticamente nuestros miedos y esperanzas, y de difundir el fatalismo, ya que las grandes esperanzas suelen dar lugar a depresiones excesivas. El infame est¨¢ dispuesto a destruir la realidad para que se parezca a sus ideas. El infame es el plat¨®nico.
Tercero, el infame es el que debilita nuestra pulsi¨®n de vida, difundiendo las pasiones tristes del miedo, el nihilismo, el fatalismo o la desconfianza. Desde la publicidad, las redes sociales, los libros de autoayuda, los comentarios de compa?eros de trabajo o nuestros propios pensamientos, el infame difunde din¨¢micas tan¨¢ticas que nos llevan a sustituir el deseo de libertad, de serenidad, de potencia y de placer, siempre condicionados a una cierta justicia social, por deseos equivocados de riqueza, ¨¦xito, pureza o autenticidad. El infame s¨®lo conoce la falsa alegr¨ªa. Cuando sonr¨ªe s¨®lo ense?a los dientes. El infame es el triste.
Y cuarto, el infame es el que debilita nuestra pulsi¨®n pol¨ªtica, esto es, nuestro deseo de relacionarnos, articularnos y actuar con los dem¨¢s, que busca ahogar en un ambiente de competitividad, desconfianza, nihilismo e indiferencia. Y lo hace negando la posibilidad de toda alternativa, mercantilizando las relaciones humanas, demonizando cualquier propuesta de cambio, difundiendo una idea falsa de libertad y exasperando los antagonismos caracter¨ªsticos de toda comunidad pol¨ªtica. El infame odia el desorden que ocasiona la vida en libertad, y prefiere el orden y la seguridad, aun a costa de la muerte. El infame es el antidem¨®crata.
La mala fe
En resumen, el infame es el dogm¨¢tico, el plat¨®nico, el triste y el antidem¨®crata. Y est¨¢ en todas partes. Por eso luchar contra el infame no es tan f¨¢cil como oponer ate¨ªsmo a religi¨®n, sino luchar contra el fanatismo all¨¢ donde se encuentre. Y, aunque me cueste decirlo, tampoco es oponer izquierda a derecha (s¨ª a ultraderecha), sino luchar contra las pulsiones fan¨¢ticas, tan¨¢ticas y antidemocr¨¢ticas all¨ª donde se encuentren. M¨¢s a¨²n, el infame no s¨®lo est¨¢ fuera, sino tambi¨¦n dentro de nosotros mismos, donde, bajo la forma de un ¡°cu?ado interior¡±, acodado en la barra del bar de nuestra conciencia, deja v¨ªa libre a nuestras peores pulsiones. Como dir¨ªa Montaigne, no es una u otra fe, sino la mala fe. Me llamar¨¢n equidistante. Preferir¨ªa que me llamasen ecu¨¢nime.
La verdad es que resulta agotador que las cosas no sean m¨¢s claras. Pero el mundo no se hizo a nuestra imagen y semejanza. Si el infame es el hombre invisible, podemos lanzarle sobre el cuerpo la pintura roja del rid¨ªculo, como hizo Voltaire, o aprender a ver sus huellas en la nieve blanca del sufrimiento del mundo, como se propuso Bola?o. Pero lo que est¨¢ claro es que no necesitamos tanto categor¨ªas como olfato. Y que, para agudizarlo, necesitamos revitalizar nuestra pulsi¨®n de verdad, nuestra pulsi¨®n de realidad, nuestra pulsi¨®n de vida y nuestro deseo de acci¨®n pol¨ªtica. Si alimentamos esas cuatro patas, desarrollaremos el sentido ar¨¢cnido necesario para saber d¨®nde se halla el infame, y una vez lo sepamos, hallaremos la energ¨ªa suficiente para enfrentarnos a ¨¦l, se encuentre donde se encuentre. Y cierro como cerrar¨ªa Voltaire, que se identific¨® tanto con esta lucha, que acab¨® firmando sus cartas con la abreviatura: ¡°?crelinf!¡±.
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