El grito de la ¨²ltima generaci¨®n. Pegarse con cola al escenario puede ayudar a salvar el mundo
Los nuevos activistas del clima est¨¢n desplegando estrategias cada vez m¨¢s pol¨¦micas para llamar la atenci¨®n. Las sufragistas ped¨ªan el derecho al voto en el siglo XX atacando obras de arte pero, no con sopa, sino con hachas
Una de las numerosas tradiciones memorables de Viena es el Concierto de A?o Nuevo del 1 de enero, cuando la Orquesta Filarm¨®nica interpreta valses en su Sala Dorada. El concierto se retransmite por las televisiones de todo el mundo, y este a?o estuvo a punto de producirse un momento especial cuando los activistas contra el cambio clim¨¢tico del movimiento Letzte Generation (¨²ltima generaci¨®n) casi consiguieron entrar en la venerada sala de conciertos para pegarse con cola al escenario. Los detuvieron antes de llevar a cabo su misi¨®n.
No fue m¨¢s que una de las acciones de protesta en lugares muy p¨²blicos ejecutadas por estos activistas del clima, que emplean pegamento instant¨¢neo y sopa para atacar obras de arte o interrumpir el tr¨¢fico con el fin de concienciar a la gente e incluso obligar a hacer cambios. Ahora bien, de todas esas acciones, la idea frustrada de atentar contra el concierto de A?o Nuevo tiene una justicia po¨¦tica particular: el contraste entre un mundo dorado y atemporal de instrumentos relucientes y exquisitos arreglos florales en el que nunca ocurre nada malo y el sentimiento de urgencia de una generaci¨®n que se define como ¡°la ¨²ltima¡±.
Se acusa a los activistas de vandalismo. Sus detractores alegan que arrojar sopa a unos cuadros (siempre protegidos por un cristal), interrumpir conciertos y cortar el tr¨¢fico no favorece a la causa; sus protestas convierten a sociedades enteras en rehenes de los intereses de una peque?a minor¨ªa y ponen a la gente en su contra. Seg¨²n estos observadores, son actos desmesurados, hist¨¦ricos, inapropiados y destructivos.
Varios gobiernos, por su parte, estudian la posibilidad de calificarlos como terroristas.
Pero ?cu¨¢l es el comportamiento apropiado en un mundo demencial ante una situaci¨®n desesperada? ?Qu¨¦ es lo normal cuando el mundo se ha vuelto loco?
Los cient¨ªficos aseguran de manera absolutamente inequ¨ªvoca que la humanidad se est¨¢ devorando a s¨ª misma en una cascada de cat¨¢strofes, que el crecimiento infinito es imposible en un sistema finito, que el sistema que los activistas llaman ¡°capitalismo f¨®sil de vigilancia f¨®sil¡± avanza a trompicones hacia su merecida desaparici¨®n y que, en esa deriva, causar¨¢ da?os incalculables al clima, la biodiversidad y las sociedades humanas. Tambi¨¦n tienen claro que las decisiones que se tomen en los pr¨®ximos 10 o 20 a?os conformar¨¢n probablemente el futuro de la vida en la Tierra durante siglos.
Sabiendo todo esto, ?cu¨¢l es el comportamiento adecuado? Por supuesto, no estamos ante ¡°la verdad¡±, porque esta no es m¨¢s que una modelizaci¨®n cient¨ªfica de datos y pronto habr¨¢ m¨¢s datos y m¨¢s modelos adaptados, pero s¨ª ante el mejor conocimiento que poseemos, basado en el mismo trabajo cient¨ªfico que nos ofrecen los tel¨¦fonos m¨®viles, internet, los frigor¨ªficos y los viajes espaciales. Las sociedades conf¨ªan en la ciencia cuando tiene aplicaciones pr¨¢cticas, pero se olvidan de ella cuando su mensaje se vuelve problem¨¢tico. Eso es lo que Letzte Generation quiere que comprendamos y cambiemos.
?Cu¨¢l es el comportamiento adecuado cuando se han agotado todos los dem¨¢s medios? ?Y qu¨¦ direcci¨®n van a emprender los activistas? El grupo activista brit¨¢nico Extinction Rebellion, que fue el primero en utilizar el pegamento instant¨¢neo como medio de protesta, acaba de anunciar un cambio de estrategia con el paso de las acciones disruptivas a la construcci¨®n de comunidades. Otros grupos de activistas clim¨¢ticos parecen inclinarse hacia formas m¨¢s radicales de activismo y campa?as m¨¢s arriesgadas.
La situaci¨®n de los activistas del clima recuerda a la de otro movimiento de protesta que luch¨® contra el letargo de la opini¨®n p¨²blica con medios incre¨ªblemente similares. Hacia 1900, las defensoras de los derechos de la mujer y, en especial, las sufragistas brit¨¢nicas, que luchaban para conseguir que las mujeres tuvieran derecho al voto, no sab¨ªan ya c¨®mo transmitir su mensaje. Los ¨²nicos pa¨ªses que hab¨ªan concedido el voto a las mujeres eran unos cuantos formados por sociedades inmigrantes en el llamado Nuevo Mundo. En Europa, la mitad de la poblaci¨®n estaba excluida de la pol¨ªtica.
La frustraci¨®n de las activistas era inmensa. Llevaban m¨¢s de dos d¨¦cadas trabajando de forma incansable para convencer, argumentar, informar. Nada. Las sociedades en las que viv¨ªan eran completamente inamovibles, las iglesias y los parlamentos ignoraban sus s¨²plicas, e incluso hab¨ªa muchas mujeres que defend¨ªan un orden patriarcal inmutable y divino.
A partir de 1900, especialmente en el Reino Unido, las activistas empezaron a radicalizarse. Cambiaron las manifestaciones y marchas solidarias por la interrupci¨®n de discursos pol¨ªticos, ataques a obras de arte (pero no con sopa, sino con hacha), bombas en buzones, la rotura de ventanas e incluso incendios provocados, hasta que una de ellas se arroj¨® delante del caballo del rey durante una famosa carrera de caballos. Muri¨® a consecuencia de las heridas.
Despu¨¦s de una oleada de detenciones de activistas, empezaron las huelgas de hambre en prisi¨®n, la alimentaci¨®n forzada, las campa?as de prensa y la colocaci¨®n de m¨¢s bombas. Nada. La clase dirigente se mantuvo firme y la opini¨®n p¨²blica ni se inmut¨®.
?Ten¨ªan raz¨®n las sufragistas cuando causaban el caos en la sociedad y pon¨ªan a la gente en peligro? ?O ten¨ªan raz¨®n en principio, pero no a ese precio? ?No era suficiente que mucha gente pensara que en principio pod¨ªan tener raz¨®n, que probablemente hab¨ªa que cambiar alguna cosa, pero no en ese instante, de forma tan radical, tan de repente? ?No podr¨ªan haber dado m¨¢s tiempo a la sociedad para que se familiarizara con esas ideas en lugar de poner en tela de juicio los propios fundamentos del orden social y econ¨®mico?
Antes de 1914, el movimiento por los derechos de la mujer hab¨ªa llegado a un callej¨®n sin salida. Sus argumentos eran bien conocidos, hab¨ªa dejado claras sus posiciones, pero sus reivindicaciones se evaporaban frente a la pol¨ªtica del poder y el crecimiento econ¨®mico, las ideas convencionales y la religi¨®n.
Tuvo que llegar la I Guerra Mundial para que cambiara la situaci¨®n. Cuando estall¨® el conflicto, las sufragistas suspendieron su campa?a por motivos patri¨®ticos y los acontecimientos siguieron su curso. Durante la guerra, las mujeres desempe?aron un papel m¨¢s importante en la sociedad, puesto que tuvieron que hacerse cargo de trabajos que antes hac¨ªan los hombres. Esta realidad, la realidad de una sociedad industrial en la que la masculinidad tradicional ya no ten¨ªa cabida, fue la que produjo el cambio, y al acabar la guerra, en 1918, la demanda del sufragio femenino se hizo por fin realidad.
Hoy nombramos calles en honor de las mujeres que arriesgaron la vida para protestar por los derechos de la mujer, y nuestros libros de historia las consideran unas hero¨ªnas de la lucha por los derechos humanos y civiles que se sacrificaron y arriesgaron la vida por unos principios sin tener ninguna esperanza de ¨¦xito.
La transformaci¨®n de su campa?a en una realidad pol¨ªtica fue posible gracias a los cambios sociales provocados por la guerra, por una sociedad sometida a presiones para cambiar y adaptarse a unas circunstancias arrolladoras. Solo entonces cobr¨® impulso. Pero lo m¨¢s importante es que los argumentos ya estaban formulados, toda la sociedad conoc¨ªa sus ideas. Sin a?os de protestas, valent¨ªa y activismo, sin las cartas a los pol¨ªticos, los art¨ªculos, las ventanas rotas y las huelgas de hambre, habr¨ªan seguido siendo menos visibles y mucho m¨¢s f¨¢ciles de marginar. Para la transformaci¨®n social es importante que los argumentos fundamentales del cambio ya hayan arraigado antes de que las viejas estructuras empiecen a tambalearse y se desmoronen.
En los ¨²ltimos a?os, he tenido la oportunidad de trabajar y debatir con activistas del clima y con muchos j¨®venes que tienen miedo de lo que les aguarda en el futuro. Personalmente, me sorprende (y me tranquiliza) que las protestas clim¨¢ticas no se hayan convertido todav¨ªa en ecoterrorismo violento, dadas las abrumadoras pruebas cient¨ªficas y los obst¨¢culos implacables a los que se enfrentan o, lo que es casi peor, el ecoblanqueo que se practica para eludir verdaderos cambios.
Ning¨²n gobierno occidental est¨¢ aprobando leyes que sean ni siquiera suficientes para limitar el calentamiento global a dos grados cent¨ªgrados; y tampoco se hace lo necesario para que, por lo menos, se respeten esas leyes aprobadas. Los ¡°ecoterroristas¡± actuales son los ¨²nicos terroristas cuya exigencia es que los gobiernos respeten sus propias leyes o que se conceda a las leyes naturales m¨¢s importancia que a las humanas.
No obstante, ya estamos experimentando las consecuencias desestabilizadoras de la emergencia clim¨¢tica, unas consecuencias que van a aumentar dr¨¢sticamente en los pr¨®ximos a?os y d¨¦cadas. Nuestros sistemas econ¨®micos y pol¨ªticos dependen del buen funcionamiento de los sistemas naturales. Ahora que la incertidumbre que crean es cada vez mayor, es crucial que los argumentos en favor de una econom¨ªa sostenible y una transici¨®n energ¨¦tica est¨¦n asentados despu¨¦s de a?os de frustrantes esfuerzos.
?Qu¨¦ es normal en una situaci¨®n demencial? ?Hasta d¨®nde se nos permite o incluso se nos obliga a llegar en una situaci¨®n desesperada? ?Las generaciones futuras pondr¨¢n a las carreteras el nombre de los activistas actuales, si es que todav¨ªa hay carreteras? ?O en el futuro se reunir¨¢ la gente cada 1 de enero para escuchar una grabaci¨®n del ¨²ltimo concierto de A?o Nuevo, un documento hist¨®rico en suntuoso sonido envolvente de dolby y con una interpretaci¨®n orquestal perfecta, un momento de nostalgia mientras a su alrededor se derrumba la civilizaci¨®n?
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