ChatGPT y ¨¦tica: por qu¨¦ los robots nos quieren llevar por el buen camino
El nuevo modelo econ¨®mico se basa en orientar nuestro comportamiento
La noticia ha resonado como un potente trueno. La ¨²ltima versi¨®n del ¡°robot conversacional¡± ChatGPT, desarrollado por la empresa OpenAI, est¨¢ dotada de un poder de locuci¨®n tan sofisticado que ya se asemeja al de un humano.
A este respecto, hay que destacar que lo que de entrada llam¨® nuestra atenci¨®n es que estos robots escriben textos cuya calidad sint¨¢ctica y coherencia permitir¨ªan ya que los estudiantes de secundaria los utilizaran para hacer los deberes, o los medios de comunicaci¨®n con el prop¨®sito de producir art¨ªculos, entre otras muchas situaciones.
Sin embargo, estas perspectivas, al movilizar nuestros afectos, nos han llevado a ocultar el hecho principal. Es decir, que, mucho m¨¢s que escribir textos por encargo, estos programas empiezan a dirigirnos la palabra, como de forma aut¨®noma y natural. Y esto, con vistas a un gran objetivo industrial: guiarnos continuamente por el buen camino.
Esta disposici¨®n es el resultado de los imprevistos avances de la inteligencia artificial desde principios de la d¨¦cada de 2010, que han permitido desarrollar sistemas capaces de evaluar, a velocidades infinitamente superiores a nuestras capacidades cognitivas, situaciones de todo tipo. Pero tambi¨¦n, por consiguiente, formular recomendaciones. Como la aplicaci¨®n Waze, por ejemplo, que interpreta las condiciones del tr¨¢fico en tiempo real, a la vez que sugiere las mejores rutas.
Esta arquitectura ha hecho que surja un nuevo modelo econ¨®mico, con fuentes inagotables de riqueza: la interpretaci¨®n y la orientaci¨®n de nuestro comportamiento. Desde hace quince a?os, las tecnolog¨ªas se conciben para guiar nuestros gestos con sus luces cada vez m¨¢s omniscientes, principalmente con fines comerciales.
Se establece un lazo umbilical al que la voz de la m¨¢quina da ahora una forma fluida y familiar. Porque, a la larga, todo empezar¨¢ a hablar. Despu¨¦s de los altavoces conectados, que salieron al mercado en 2016, nuestro smartphone, el habit¨¢culo de nuestro veh¨ªculo, nuestra cocina¡ Los laboratorios, en su inmensa mayor¨ªa privados, trabajan sin descanso para robotizar el lenguaje, antes de poner sus productos al alcance de todos, como de la noche a la ma?ana. ?Y c¨®mo nos hemos enterado de la existencia de este prodigio tecnol¨®gico? Por las noticias de prensa. En otras palabras, a posteriori.
Un fen¨®meno recurrente y que deber¨ªa llamarnos la atenci¨®n: el de la desincronizaci¨®n entre, por un lado, la sociedad que se encuentra ante un hecho consumado y que, al final, lo ¨²nico que hace es reaccionar y, por el otro, una poderosa industria, ahora hegem¨®nica, que desde hace dos d¨¦cadas se esfuerza constantemente por hacer que nuestras vidas dependan de sus logros.
En este sentido, demasiado a menudo desestimamos a las figuras que sustentan todo este mecanismo: los ingenieros. Aquellos que en su mayor¨ªa se lanzan a una carrera cada vez m¨¢s enloquecida por la llamada ¡°innovaci¨®n¡± y que, por estar supeditados a la industria digital, solo se someten a pliegos de condiciones establecidos con el ¨²nico objetivo de generar ganancias.
Lo que los caracteriza es que participan activamente en el dise?o de dispositivos que, en la mente de la ciudadan¨ªa, plantean un n¨²mero cada vez mayor de interrogantes. En esto, se encuentran en una posici¨®n inc¨®moda que a veces llega a hacerles sentir remordimientos de conciencia.
Entonces, para quedar bien, se mantiene desde hace mucho tiempo una h¨¢bil campa?a para fabricar el consentimiento, haciendo as¨ª posible nadar y guardar la ropa. Esto, mediante el uso constante de un concepto, con aires de p¨®cima milagrosa, o de arena en los ojos, destinado a tranquilizar a las multitudes: la ¡°¨¦tica¡±.
En los ¨²ltimos a?os, hemos visto la celebraci¨®n de conferencias organizadas por la corporaci¨®n, o la pl¨¦tora de obras escritas por algunos de sus miembros, repitiendo a coro un sempiterno estribillo. Aquel seg¨²n el cual ¡ªno cabe duda¡ª todos nos beneficiaremos de los continuos avances tecnol¨®gicos, frente a cuyos posibles abusos, sin embargo, conviene protegerse. Y tantos otros discursos repetidos en bucle por personas que, adem¨¢s, son juez y parte.
A decir verdad, lo caracter¨ªstico de esta postura es que solo ratifica las cosas, en la medida en que lo que ordinariamente se entiende por esta noci¨®n ¨²nicamente remite a vagos cortafuegos normativos o legislativos, sin tener nunca en cuenta el alcance civilizador y antropol¨®gico de los cambios que ya est¨¢n en marcha. A saber, un destierro progresivo de nuestras facultades impulsado por la creciente automatizaci¨®n de los asuntos humanos.
Aqu¨ª es donde conviene subir de nivel las apuestas y pasar de la ¨¦tica ¡ªtal como se emplea, bastante vulgarmente, hoy¡ª a una dimensi¨®n que se considerar¨ªa superior: la moral.
La primera se deriva de la aplicaci¨®n de algunas reglas de supuesta buena conducta a casos concretos. La segunda se entiende como el respeto incondicional a nuestros principios fundamentales.
Entre ellos, aquel que no ha dejado de verse erosionado por la digitalizaci¨®n de nuestras vidas y que, como tal, debe ser defendido m¨¢s que nunca: la mejor expresi¨®n de nuestras capacidades, de lo que depende el buen desarrollo de cada uno de nosotros.
Porque, despu¨¦s de haber experimentado un debilitamiento de nuestra autonom¨ªa de juicio debido a la generalizaci¨®n de los sistemas que orientan, con diversos fines, el curso de nuestra vida cotidiana, lo que ahora se presagia es una renuncia a nuestra facultad de expresarnos.
Por eso, nos corresponde a nosotros oponernos a un ethos que, en realidad, proviene del odio al g¨¦nero humano, y que solo pretende reemplazar nuestros cuerpos y nuestras mentes, de facto incompletas, con tecnolog¨ªas concebidas para garantizar una organizaci¨®n supuestamente perfecta del funcionamiento general y particular del mundo.
Ha llegado el momento de alzar la voz ¡ªnuestra propia voz¡ª y retomar la f¨®rmula de Albert Camus en El hombre rebelde afirmando: ¡°Las cosas han durado demasiado (¡), vais demasiado lejos (¡), hay un l¨ªmite que no franqueareis¡±.
Eso ser¨ªa un verdadero humanismo de nuestro tiempo. No clamar en todo momento, coraz¨®n en mano y de forma siempre muy vaga ¡ªcomo los gur¨²s de Silicon Valley o las hordas de ingenieros¡ª queriendo poner ¡°al hombre en el centro¡±, sino establecer la manifestaci¨®n adecuada de nuestra riqueza sensible e intelectual como la condici¨®n imprescindible para unas sociedades plenamente libres y plurales.
Traducci¨®n de News Clips
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