La era de la melancol¨ªa
En los ¨²ltimos 40 a?os, los salarios apenas han crecido. Durante los ¨²ltimos 10, han bajado en t¨¦rminos relativos o absolutos
No tenemos, en general, una idea clara sobre el significado de la palabra ¡°progreso¡±. Seg¨²n el diccionario, se refiere a un avance o perfeccionamiento. Lo cual no nos sirve para aclarar un barullo sem¨¢ntico que se agrava d¨ªa a d¨ªa y deja en situaci¨®n precaria derivados como ¡°progresismo¡±.
El concepto del progreso humano surge con la modernidad, en el siglo XVIII. A lo largo del siglo XIX se conforman dos visiones fundamentales acerca del asunto. Marx o Hegel asocian el progreso al avance de la raz¨®n; los darwinistas del capitalismo, como Spencer, lo vinculan al desarrollo cient¨ªfico y econ¨®mico. No hace falta decir cu¨¢l de las dos corrientes domina en la actualidad.
Hoy identificamos el progreso con el crecimiento del producto interior bruto, o sea, con la expansi¨®n de la econom¨ªa. Y no solemos plantearnos la tradicional pregunta de Josep Pla: esto ?qui¨¦n lo paga? Una pregunta que conlleva otra: de todo esto, ?cu¨¢nto me toca a m¨ª? Ambas preguntas tienen respuestas descorazonadoras, salvo para los m¨¢s ricos, ese 1% que acumula cada a?o mayor parte del pastel: ahora, en torno al 20%.
La edad dorada que solemos evocar, los 30 a?os gloriosos posteriores a la guerra, vinculados al keynesianismo y a un fuerte crecimiento econ¨®mico repleto de ascensores sociales (como la generalizaci¨®n del acceso a los estudios superiores), supuso en realidad un giro hacia la raz¨®n. Cuesta imaginar el pesimismo vital de unas sociedades, en especial las europeas, que hab¨ªan sufrido dos guerras devastadoras y estaban perdiendo sus imperios. El pesimismo condujo a la sensatez, a una distribuci¨®n m¨¢s razonable de las rentas y de las cargas fiscales, al cuestionamiento de las estructuras jer¨¢rquicas tradicionales.
Eso se acab¨® con la Gran Restauraci¨®n a partir de 1980. Durante los ¨²ltimos 40 a?os, los salarios apenas han crecido. Durante los ¨²ltimos 10, han bajado en t¨¦rminos relativos y, a veces, incluso absolutos. Hemos vuelto al capitalismo darwiniano.
La historia no es lineal. Pero al asociar la historia al progreso y el progreso a la ciencia, que, con sus avances y rectificaciones, s¨ª tiende a la linealidad, suele sorprendernos que las cosas no discurran por el camino que supon¨ªamos trazado. Seguimos atrapados en la doble obsesi¨®n del crecimiento econ¨®mico y el desarrollo tecnol¨®gico (bajo mecanismos que favorecen sistem¨¢ticamente a los m¨¢s ricos) mientras, con un cambio clim¨¢tico en puertas, nos invade una a?oranza amarga. Ay, cuando los hijos sab¨ªan que vivir¨ªan mejor que sus padres. Ay, los Treinta Gloriosos. Qu¨¦ hermoso episodio. Y qu¨¦ breve.
Preferimos no ser conscientes de que, en ciertos casos, lo que m¨¢s a?oramos fue lo m¨¢s duro de aquellos a?os. No duden de que por debajo del Brexit y la propaganda embustera de los antieuropeos discurr¨ªa una nostalgia no tan vinculada a Churchill y a la victoria de 1945 como a las penurias de la posguerra, con su racionamiento y su declive, cuando el sentimiento de comunidad (las penurias compartidas) se impuso sobre el utilitarismo de la sociedad.
En 1987 Margaret Thatcher pronunci¨® su famosa frase spenceriana (¡°?Qui¨¦n es la sociedad? ?No existe tal cosa!¡±) y ya no qued¨® ni eso. S¨®lo una suma de individuos, de identidades. Y la melancol¨ªa que caracteriza el supuesto progreso de nuestra era.
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