Ni es inteligente ni es artificial: esa etiqueta es una herencia de la Guerra Fr¨ªa
Las m¨¢quinas no tienen emociones, ni un sentido de la historia, de?las heridas o de la nostalgia
Elon Musk y Steve Wozniak, el cofundador de Apple, acaban de firmar una carta en la que piden una moratoria de seis meses en el entrenamiento de sistemas de inteligencia artificial (IA). El prop¨®sito es dar tiempo a que la sociedad se adapte a lo que los firmantes llaman ¡°un verano de la IA¡±, que, en su opini¨®n, acabar¨¢ beneficiando a la humanidad, siempre que se pongan las salvaguardas adecuadas. Unas barreras que, entre otras cosas, deben incluir protocolos de seguridad rigurosamente vigilados.
Es un objetivo loable, pero hay algo a¨²n mejor que conviene hacer en estos seis meses: retirar del debate p¨²blico la manida etiqueta de ¡°inteligencia artificial¡±. Hay que relegar este t¨¦rmino al mismo mont¨®n de cenizas de la historia que ¡°tel¨®n de acero¡±, ¡°teor¨ªa del domin¨®¡± y el ¡°momento Sputnik¡±.
La IA siempre ha sido un proyecto de los militares, la industria y las universidades de ¨¦lite y sigue si¨¦ndolo, aunque ahora se haya democratizado su acceso. Como t¨¦rmino, ¡°inteligencia artificial¡± sobrevivi¨® al final de la Guerra Fr¨ªa gracias a su atractivo para los entusiastas de la ciencia ficci¨®n y los inversores. Pero podemos permitirnos herir sus sentimientos. ?Por qu¨¦ vamos a seguir reviviendo los traumas de la Guerra Fr¨ªa, cuando este t¨¦rmino es un cors¨¦ tan grande para nuestra imaginaci¨®n?
En realidad, lo que hoy llamamos ¡°inteligencia artificial¡± no es ni artificial ni inteligente. Los primeros sistemas de IA estaban muy dominados por reglas y programas, de modo que, por lo menos, la palabra ¡°artificial¡± estaba justificada. Pero los sistemas actuales, como el ChatGPT que tanto gusta a todos, no se basan en reglas abstractas, sino en el trabajo de seres humanos reales: artistas, m¨²sicos, programadores y escritores, de cuya obra creativa y profesional se apropian esos sistemas con la excusa de querer salvar la civilizaci¨®n. En todo caso, es una ¡°inteligencia no artificial¡±.
En cuanto a ¡°inteligencia¡±, el inter¨¦s primordial de la Guerra Fr¨ªa, que financi¨® gran parte de los primeros trabajos en IA, influy¨® enormemente en el sentido que le damos. Es el tipo de inteligencia que ser¨ªa ¨²til en una batalla. Por ejemplo, lo mejor de la IA actual es su capacidad de buscar patrones. No es extra?o, puesto que uno de los primeros usos militares de las redes neuronales ¡ªla tecnolog¨ªa en la que se basa ChatGPT¡ª fue la detecci¨®n de barcos en fotograf¨ªas a¨¦reas.
Sin embargo, muchos cr¨ªticos han se?alado que la inteligencia no consiste solo en buscar patrones o seguir reglas. Tambi¨¦n es importante la capacidad de generalizar. La obra de Marcel Duchamp Fuente, de 1917, es un buen ejemplo. Antes de Duchamp, un urinario no era m¨¢s que un urinario. Pero Duchamp cambi¨® la perspectiva y lo convirti¨® en una obra de arte. En ese momento, estaba generalizando sobre el arte.
Cuando generalizamos, la emoci¨®n anula las clasificaciones arraigadas y aparentemente ¡°racionales¡± de las ideas y los objetos cotidianos. Deja en suspenso las operaciones habituales, casi maqu¨ªnicas, de b¨²squeda de patrones. No es algo que convenga hacer en medio de una guerra.
La inteligencia humana no es unidimensional. Se apoya en lo que el psicoanalista chileno Ignacio Matte Blanco denomin¨® bil¨®gica: una fusi¨®n entre la l¨®gica est¨¢tica y atemporal del razonamiento formal y la l¨®gica contextual y muy din¨¢mica de la emoci¨®n. La primera busca las diferencias; la segunda las borra a toda velocidad. Nuestra mente sabe que el urinario est¨¢ relacionado con el retrete; nuestro coraz¨®n, no. La bil¨®gica explica c¨®mo reorganizamos las cosas prosaicas de maneras nuevas y esclarecedoras. Todos lo hacemos, no solo Marcel Duchamp.
La IA no podr¨¢ hacerlo porque las m¨¢quinas no pueden tener un sentido (no un mero conocimiento) del pasado, el presente y el futuro. Sin ese sentido, no hay emoci¨®n, lo que elimina uno de los componentes de la bil¨®gica. Como consecuencia, las m¨¢quinas siguen atrapadas en la l¨®gica formal singular. As¨ª que a eso queda reducida la parte de ¡°inteligencia¡±.
ChatGPT tiene su utilidad. Es un motor predictivo que tambi¨¦n puede servir de enciclopedia. Cuando se le pregunta qu¨¦ tienen en com¨²n un botellero, una pala de nieve y un urinario, responde acertadamente que son objetos cotidianos que Duchamp convirti¨® en arte.
Pero cuando se le pregunt¨® qu¨¦ objetos actuales convertir¨ªa Duchamp en arte, respondi¨® que los smartphones, los patinetes electr¨®nicos y las mascarillas. Aqu¨ª no se vislumbra nada de bil¨®gica ni, reconozc¨¢moslo, de ¡°inteligencia¡±. Es una m¨¢quina estad¨ªstica que funciona bien pero es aburrida. Tiene su utilidad, por supuesto. Pero entonces el verdadero debate deber¨ªamos tenerlo sobre hasta qu¨¦ punto dependemos del pensamiento estad¨ªstico, en vez de sobre las ventajas de la ¡°inteligencia artificial¡± frente a la ¡°inteligencia humana¡± ni sobre el hombre frente a la m¨¢quina.
El peligro de seguir manejando un t¨¦rmino tan inexacto y obsoleto como ¡°inteligencia artificial¡± es que corremos el riesgo de convencernos de que el mundo funciona con arreglo a una l¨®gica singular: la del racionalismo profundamente cognitivo y sin sentimientos. En Silicon Valley ya hay muchos que as¨ª lo creen y se est¨¢n dedicando a reconstruir el mundo inspirados por esa convicci¨®n.
Pero el motivo por el que las herramientas como ChatGPT son capaces de hacer algo m¨ªnimamente creativo es que sus patrones de entrenamiento los han creado unos seres humanos reales, con sus emociones complejas, sus angustias y todo lo dem¨¢s. Y, en muchos casos, no es el mercado ¡ªy mucho menos el capital riesgo de Silicon Valley¡ª el que ha pagado por ello. Si queremos que esa creatividad siga existiendo, debemos financiar la producci¨®n de arte, ficci¨®n e historia, no solo los centros de datos y el aprendizaje autom¨¢tico.
En la actualidad, no parece que las cosas se encaminen en esa direcci¨®n. El m¨¢ximo peligro de no retirar t¨¦rminos como ¡°inteligencia artificial¡± es que impida ver el trabajo creativo de la inteligencia y, al mismo tiempo, haga que el mundo sea m¨¢s predecible y est¨²pido. Este t¨¦rmino, con su car¨¢cter apol¨ªtico y progresivo, hace m¨¢s dif¨ªcil descubrir los motivos de Silicon Valley y sus inversores; y, a la hora de la verdad, sus motivos no siempre coinciden con los de la gente.
Por eso, en lugar de pasarnos seis meses examinando los algoritmos mientras esperamos el ¡°verano de la IA¡±, m¨¢s nos valdr¨ªa releer El sue?o de una noche de verano, de Shakespeare. As¨ª contribuiremos mucho m¨¢s a hacer del mundo un lugar m¨¢s inteligente.
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