De cuando los humanos empezamos a embellecer la guerra para enviar a la gente al matadero
La sublimaci¨®n de la violencia pasa por la est¨¦tica de armas, cuerpos y ceremonias b¨¦licas. Ocurre desde hace 5.000 a?os, escribe el arque¨®logo Alfredo Gonz¨¢lez Ruibal
La guerra no es solo una forma espec¨ªfica de practicar la violencia. Es tambi¨¦n una forma de entender y vivir la violencia. Una forma, de hecho, de sublimarla: se ordena, se adorna, se ritualiza y se vuelve m¨ªstica. Esta sublimaci¨®n se manifiesta en m¨²ltiples aspectos. Para empezar, se invierte un enorme esfuerzo y una gran cantidad de tiempo en fabricar armas, artefactos que ¨²nicamente sirven para herir o matar a otros seres humanos. Aunque las hachas de piedra ya eran suficientemente letales, ahora se dedica tiempo (y mucho) a producir hachas que solo sirven para el combate, un combate que cada vez desempe?a un mayor papel social y simb¨®lico. Y no solo se dedica esfuerzo a la ¡°industria b¨¦lica¡±, sino tambi¨¦n a representar esa industria b¨¦lica. Es decir, a convertir las armas en im¨¢genes. Los petroglifos de armas en la fachada atl¨¢ntica durante el tercer milenio a. C. son un buen ejemplo: entre los elementos m¨¢s representados se cuentan los pu?ales y las alabardas. Hasta el final del Neol¨ªtico, las im¨¢genes de guerreros o de los elementos asociados a ellos eran muy raras. Y eran raras porque seguramente no hab¨ªa guerreros tal y como los he definido m¨¢s arriba: individuos que consideraban la guerra una parte importante de su identidad personal. Por eso la convierten en arte. Por eso tambi¨¦n se comienzan a enterrar con sus armas, porque a uno lo sepultan con aquello que mejor define su estatus en la sociedad. Y si a los hombres del Calcol¨ªtico en adelante los entierran con armas y no con herramientas agr¨ªcolas, es porque se identifican como guerreros y cazadores, y no como agricultores, aunque dediquen mucho m¨¢s tiempo a cultivar la tierra.
Los procesos de sublimaci¨®n involucran necesariamente a la est¨¦tica. ?C¨®mo volvemos bello el despotismo? Creando im¨¢genes bellas del d¨¦spota (cuadros, estatuas ecuestres) y rode¨¢ndolo de belleza (palacios, monumentos). ?C¨®mo volvemos hermosa la guerra? Fabricando armas hermosas. Se dedica mucho tiempo a las armas. Buena parte de ese tiempo no se emplea en incrementar su letalidad, sino en hacerlas m¨¢s bonitas. La guerra, as¨ª, se vuelve bella: una forma de sublimaci¨®n que lleva enviando gente al matadero desde hace 5.000 a?os. Se vuelven hermosas las armas y se vuelven hermosos los guerreros. Las representaciones art¨ªsticas son una exaltaci¨®n del cuerpo de los varones en armas, desde las m¨¢s abstractas a las m¨¢s realistas, como los espectaculares guerreros galaicos de los siglos II y I a. C. Con sus dos metros de altura, sus barbas cuidadas y sus espaldas poderosas, son un canto a la virilidad. (¡)
La sublimaci¨®n no consiste solo en volver un fen¨®meno hermoso desde un punto de vista estrictamente formal, sino tambi¨¦n moral. La belleza de las armas y de los cuerpos, de las ceremonias b¨¦licas, del despliegue de los guerreros en el campo de batalla no responde ¨²nicamente a fines pr¨¢cticos: es una purificaci¨®n del acto transgresor que supone matar a otro ser humano. Pocos tab¨²es hay tan universales como el del homicidio. Por eso ¡°No matar¨¢s¡± se cuenta entre los 10 mandamientos que Jehov¨¢ dicta a Mois¨¦s. Matar es transgredir y para transgredir con la conciencia tranquila es necesario sublimar: una forma de hacerlo es a trav¨¦s de ritos de purificaci¨®n. Uno de los casos m¨¢s interesantes es el de las saunas de la Edad del Hierro en el noroeste peninsular. Contaban con varias estancias en las que los guerreros se somet¨ªan a diferentes temperaturas y experiencias corporales. (¡) Es posible que los guerreros usaran estos edificios para purificarse en ritos inici¨¢ticos, as¨ª como antes y despu¨¦s de los combates.
La sublimaci¨®n de la violencia se alcanza de diversas maneras: ritos, armas y arte. Y dentro del arte tenemos que mencionar la poes¨ªa de guerra, que seguramente comienza entonces. ?C¨®mo lo sabemos? Para empezar, por la Il¨ªada, que no deja de ser un largu¨ªsimo poema b¨¦lico cuyos or¨ªgenes se retrotraen a la Edad del Bronce (¡). En la Il¨ªada, y sobre todo en la Odisea, se nos habla de los aedos, poetas al servicio de los arist¨®cratas que cantan sus glorias guerreras acompa?ados de la lira. Y adem¨¢s conservamos las propias liras: se han descubierto varias datadas a fines de la Edad del Bronce. Por si quedaran dudas, en las estelas que representan guerreros en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica hacia el 1000 a. C. aparecen sus lanzas, espadas, escudos, pu?ales¡ y liras.
La experiencia est¨¦tica de la guerra es tambi¨¦n una experiencia sensorial. Y eso, de hecho, era la est¨¦tica en el sentido griego original (aisthesis): todo cuanto afecta a nuestros sentidos, no solo lo bello. La guerra se convierte en una experiencia est¨¦tica total (o inmersiva, como dir¨ªamos ahora). Por eso, junto a las armas aparecen instrumentos de m¨²sica que participan del teatro de la violencia: pese a lo que nos ha hecho creer El Se?or de los Anillos, los cuernos de guerra no tienen origen medieval, sino prehist¨®rico. Como el lur, una especie de tromb¨®n de bronce que acompa?aba a las huestes escandinavas a la batalla. Se crea as¨ª un paisaje b¨¦lico sonoro en el que participan instrumentos de viento, tambores, cantos marciales y el resonar de las armas con el que los guerreros se lanzan a la batalla (¡). El metal ofrece nuevas posibilidades visuales y ac¨²sticas: el reflejo del sol en los cascos y corazas, el tronar de los cuernos, el chasquido de la espada contra el escudo. La poes¨ªa, de Homero a los romances medievales, las transforma en versos.
Yo he tenido la extra?a suerte de haber escuchado el sonido de una guerra premoderna. Fue en Etiop¨ªa, entre los mao de Bambassi, un min¨²sculo grupo ind¨ªgena que vive al sur del territorio gumuz. Est¨¢bamos documentando lo que quedaba de la cultura material de esta minor¨ªa maltratada: sus tierras se encuentran hoy invadidas por campesinos de otras etnias y la mayor parte de su cultura material ha desaparecido (¡). Mientras esper¨¢bamos a las autoridades, o¨ªmos un estruendo de trompetas. Nos topamos con dos hileras de hombres armados con lanzas y palos arrojadizos, tocando cuernos de b¨²falo y trompas de calabaza. Un grupo de mujeres los acompa?aba en silencio. Bland¨ªan las armas de manera desafiante mientras formaban una masa cada vez m¨¢s compacta y cerrada. (¡) Est¨¢bamos rodeados de mao que escenificaban un ritual guerrero: unos soplaban trompas y cuernos; el resto gritaban, gesticulaban, agitaban al aire sus lanzas y sus palos arrojadizos (una especie de b¨²meran) o los bland¨ªan como si fueran a lanzarlos, a punto de entrar en combate. Puedo imaginar el terror de quien tuviera que enfrentarse al estr¨¦pito de 100 guerreros; sentir la fuerza que transmite el sonido de las armas y de los instrumentos cuando se hacen sonar al un¨ªsono. La sublimaci¨®n de la violencia es tambi¨¦n la de la comunidad.
Y la comunidad mao la necesita m¨¢s que nunca. Su visita a la Administraci¨®n se deb¨ªa a la desaparici¨®n de un ni?o en la aldea. Exig¨ªan a las autoridades que comenzaran una investigaci¨®n. Controlados por un Estado poderoso, la violencia para los mao de Bambassi ya no es m¨¢s que un acto teatral: una ceremonia para hacerse escuchar cuando nadie quiere escucharlos. Tambi¨¦n un acto de memoria colectiva, para recordar lo que una vez fueron.
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