El reloj del fin del mundo es una chifladura
Lo gracioso (y macabro) de nuestro momento hist¨®rico es que la ciencia y la tecnolog¨ªa (dicho de otro modo: el poder) parecen decididas a adue?arse del tiempo que deber¨ªa ser de todos
Les voy a contar un chiste que le gustaba mucho a Schopenhauer. Dice as¨ª: un hombre tiene el ¨²nico reloj que va bien en una ciudad en la que los relojes de sus torres no est¨¢n en hora. Solo ¨¦l conoce la hora verdadera. El chiste de la historia est¨¢ en esta breve pregunta. ?De qu¨¦ le sirve? Pues bien. Sucede que hoy tenemos otro chiste encima de la mesa. Desde 1947, un comit¨¦ de cient¨ªficos calcula simb¨®licamente el tiempo que falta para el apocalipsis y ajusta el llamado reloj del fin del mundo: este a?o ha fijado que estamos a 90 segundos. Es el mismo que el de Shopenhauer. La pregunta es ?d¨®nde est¨¢ la gracia?
Pues bien, la broma de Schopenhauer la explic¨® otro fil¨®sofo alem¨¢n, Hans Blumenberg, en La inquietud que atraviesa el r¨ªo, tal que as¨ª: ¡°El n¨²cleo de esta absurdidad no est¨¢ en los que aparecen en la historia sino en el narrador de la historia que acepta que uno pueda tener la hora verdadera y todos los dem¨¢s no. Olvida que una de las piezas definitorias de la idea de tiempo es su publicidad. No hay tiempos secretos, medidores del tiempo, tiempos individuales, relojes privados. Estas son regulaciones de la convenci¨®n p¨²blica. El solitario poseedor de la hora verdadera en una ciudad en la que todos los relojes marchan mal no es un sabio, es un chiflado¡±. Es decir, que lo gracioso del reloj del fin del mundo es que aceptemos que puede existir un reloj cuyo tiempo ordenen de forma particular los miembros del Bolet¨ªn de Cient¨ªficos At¨®micos. O sea, que el reloj del fin del mundo es una ¡°chifladura¡±.
Lo gracioso (y macabro) de nuestro momento hist¨®rico es que la ciencia y la tecnolog¨ªa (dicho de otro modo: el poder) parecen decididas a adue?arse del tiempo que deber¨ªa ser de todos. No puede existir un reloj de la humanidad cuyas horas dicten unos pocos y nos sorprenda cada a?o como si fuera un hor¨®scopo, salvo en un mal chiste. Y aceptar que esa clase de tiempo pueda existir, aunque sea de forma t¨¢cita, es un peligro para la humanidad. ?Deber¨ªa existir tambi¨¦n un reloj que pusiera en hora un comit¨¦ de poetas? ?Y por qu¨¦ no un reloj de las mujeres? Mejor a¨²n, construyamos el reloj de la inteligencia artificial. Un tiempo que no podamos compartir ni entender, pero que nos gobierne a todos. No es extra?o que el poder quiera poner en hora nuestros relojes, porque el tiempo es quiz¨¢ la forma m¨¢s eficiente de control de las personas. Del mismo modo, no es extra?o que Jeff Bezos invirtiera m¨¢s de 40 millones de d¨®lares en construir el reloj del largo adi¨®s en su rancho de Texas, dise?ado para funcionar durante 10 milenios sin intervenci¨®n humana. Lo verdaderamente extra?o es que alguien pueda pensar que un reloj puede funcionar sin intervenci¨®n humana, es decir, sin someterse a su sentido p¨²blico. ?De qu¨¦ servir¨ªa un solo reloj marcando dentro de mil a?os la hora verdadera? Pues eso.
Llegados a este punto, nada parece m¨¢s urgente que recuperar el tiempo compartido. Uno donde ni la tecnolog¨ªa, ni la ciencia, ni las ideas particulares (por brillantes que sean) puedan ¡°apropiarse de la hora¡±. Eso y dejar de construir relojes privados, pues convierten el tiempo en poder hasta extinguirlo, por cuanto aniquilan su condici¨®n p¨²blica. Con todo, la broma del reloj del fin del mundo deber¨ªa animarnos a poner en hora todos los relojes. Al fin y al cabo, la humanidad necesita hacerlo para que el futuro pueda empezar.
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