La irreconocible Espa?a que deja la crisis clim¨¢tica
El pa¨ªs se seca. La sucesi¨®n de olas de calor es un s¨ªntoma evidente de un calentamiento global que afecta al territorio que conocemos. Por eso urge gestionar esta costosa herencia
Unas im¨¢genes en el telediario de un d¨ªa de junio de 2023 me provocaron un enorme impacto. Eran de una playa soleada atiborrada de familias inglesas cogiendo ese caracter¨ªstico color rosa barbacoa. No me sobresaltaron porque se estuvieran achicharrando al sol de Gand¨ªa. Era porque las instant¨¢neas proven¨ªan de Brighton, una ciudad costera del sur del pa¨ªs. Creo que la estampa se hizo viral, pero no es nueva. En los ¨²ltimos a?os, el n¨²mero de brit¨¢nicos que no abandonan la isla en favor de destinos tur¨ªsticos como Benidorm, Marbella o el sur de Tenerife no ha dejado de crecer. ?Qu¨¦ ocurrir¨¢ con el turismo en el contexto de la actual crisis clim¨¢tica? Para Espa?a, para los espa?oles, es una pregunta obligada. No en vano, el turismo es el motor que mueve este pa¨ªs. En 2023, el sector aport¨® a la econom¨ªa nacional el 12,8 % del producto interior bruto (PIB), seg¨²n datos de Exceltur. Y ese mismo a?o, m¨¢s de tres millones de personas trabajaron de camareros, recepcionistas, vendedores de recuerdos, masajistas en la playa, animadores, repartidores, azafatos¡ Los turismof¨®bicos han olvidado que Espa?a es, en buena medida, el resultado de su turismo. En los sesenta y setenta del siglo pasado, las hordas rosadas del norte fueron carcomiendo el r¨¦gimen sociocultural franquista. Incluso en las dos d¨¦cadas posteriores, siguieron siendo una fuerza modernizadora. Su impacto podr¨¢ ser menor ahora, pero no hay sociedad inmune a la llegada anual de 85 millones de personas. Antes de que acabe este siglo, el cambio clim¨¢tico, y no la turismofobia, habr¨¢ cambiado para siempre el turismo que viene hasta nosotros. De lo que se haga de aqu¨ª hasta entonces, depender¨¢ en qu¨¦ medida lo habitual ser¨¢n aquellas im¨¢genes de familias inglesas tostando al sol de Brighton o que logremos tener una relaci¨®n m¨¢s racional con el fen¨®meno tur¨ªstico, que la hay.
El turismo es uno de los elementos que definen a este pa¨ªs. Pero no es el ¨²nico, ni siquiera es el m¨¢s definitorio. Cada espa?ol, cada habitante de esta tierra, tendr¨¢ varias im¨¢genes, ideas de lo que es Espa?a. No es tanto el concepto pol¨ªtico, es el emocional, esa serie de paisajes que guarda de su pasado. Es lo que ve¨ªa cuando se asomaba de ni?o a la ventana, la calle de su pueblo, los campos en los que se aventuraba (o esos otros barrios, si uno era de ciudad) o la urbanidad que conoci¨® cuando se fue a estudiar. Los trenes van demasiado deprisa ahora, pero hubo un tiempo en el que eran acomodadores para conocer las tierras ib¨¦ricas, sus mesetas, sus monta?as, sus bosques, sus campos, sus dehesas, sus suburbios. Esos paisajes est¨¢n cambiando y ya no volver¨¢n a ser lo que fueron. La flora y la fauna ib¨¦ricas est¨¢n viviendo una serie de impactos provocados por la nueva realidad clim¨¢tica. La agricultura, el costado humano m¨¢s cercano a la naturaleza, no se ha visto en otra como esta.
Fernando Maestre fue durante a?os director del Laboratorio de Ecolog¨ªa de Zonas ?ridas y Cambio Global de la Universidad de Alicante y es experto en eso, en la aridez. Hace unos meses que se llev¨® su saber a un sitio muy apropiado, a la Universidad de Ciencia y Tecnolog¨ªa Rey Abdal¨¢, en Arabia Saud¨ª. Creo que fue ¨¦l quien me introdujo un concepto que hay que leer muy r¨¢pido o no sale: mediterraneizaci¨®n. Es una versi¨®n m¨¢s local de un proceso global de aridificaci¨®n que se est¨¢ produciendo en el planeta a medida que se calienta. En Espa?a, lo que est¨¢ pasando es que las condiciones clim¨¢ticas, variables como temperatura, humedad, precipitaciones¡ propias del sureste espa?ol, se est¨¢n trasladando cada vez m¨¢s al norte. Y con la mediterraneizaci¨®n del clima, vendr¨¢ la del paisaje, ya sea natural o rural. ¡°Las ganadoras van a ser las plantas mejor adaptadas a la sequ¨ªa. Un ejemplo paradigm¨¢tico va a ser el esparto, una especie muy bien preparada para la aridez¡±, dec¨ªa Maestre. Esta gram¨ªnea de usos milenarios, base de una r¨²stica industria de pasta de papel durante el franquismo, es propia de las tierras m¨¢s secas de este pa¨ªs, las de Alicante, Murcia o la Almer¨ªa del Campos de N¨ªjar de Juan Goytisolo. Sin embargo, se est¨¢ extendiendo hacia el noroeste.
El investigador Fernando Maestre advierte de que especies africanas adaptadas a la sequ¨ªa relegan a las ahora comunes
¡°Y entre los ¨¢rboles van a empezar a entrar especies africanas como el arg¨¢n o algunas acacias, que est¨¢n muy bien adaptadas a la sequ¨ªa. Ir¨¢n relegando a especies que antes ocupaban este espacio hacia lugares m¨¢s al norte. Los robles que todav¨ªa encontramos en muchas zonas mediterr¨¢neas, las encinas que reemplazar¨¢n a los pinos y estos a las hayas, que necesitan m¨¢s agua, ir¨¢n desapareciendo¡±, me contaba Maestre. Es un fen¨®meno global que se viene observando desde inicios de siglo: la vida emigra al norte. Un n¨²mero creciente de especies est¨¢ abandonando sus nichos tradicionales para recuperar en otro lugar las condiciones en las que siempre vivieron. Lo est¨¢n haciendo infinidad de especies marinas, que est¨¢n migrando a aguas m¨¢s fr¨ªas. La traslaci¨®n tiene una variante en altitud. Hay peces que se est¨¢n yendo al fondo del mar, como muchas especies de mariposas ib¨¦ricas que cada vez suben m¨¢s monta?a arriba. Los ¨¢rboles no son ents, los pastores de ¨¢rboles de El Se?or de los Anillos. No van a recoger sus ra¨ªces e irse m¨¢s al norte, m¨¢s arriba. Pero en los eventos de reemplazo, generalmente protagonizados por un incendio, en la tierra quemada ya no crecer¨¢n los de siempre, sino otros mejor adaptados a la nueva realidad clim¨¢tica.
Los incendios se est¨¢n convirtiendo en ingenieros de la transici¨®n clim¨¢tica en curso. Desde los sesenta, desde que hay estad¨ªsticas m¨¢s o menos fiables, el n¨²mero de fuegos y hect¨¢reas quemadas no dej¨® de subir hasta inicios de este siglo (de la ¨²ltima d¨¦cada del XX en el caso de la superficie quemada). Tras una significativa mejora en las dos primeras d¨¦cadas de este siglo, el infierno se desat¨® en 2022: se quemaron 115.195 hect¨¢reas de ¨¢rboles, el triple y hasta el cu¨¢druple de lo que ven¨ªa ardiendo. ?Qu¨¦ sucedi¨®? Sucedieron muchas cosas. Una, y no menor, es que el abandono de lo rural, la Espa?a vaciada, tambi¨¦n est¨¢ dejando de la mano de Dios los bosques. La foresta est¨¢ recuperando las tierras que tiempo atr¨¢s los humanos le arrebatamos para pastos y cultivos. Y lo est¨¢ haciendo de forma descontrolada, generando ingentes cantidades de, como lo llaman los forestales, combustible. Y en estas llega una ola de calor. Si trastocan nuestra vida, llev¨¢ndose a muchos por delante, ?c¨®mo no ver que tambi¨¦n alteran el equilibrio, las condiciones en el entorno natural?
Las plantas no son ents, los pastores de ¨¢rboles de El se?or de los anillos. No van a recoger sus ra¨ªces e irse m¨¢s al norte
Aquel verano de 2022, entre junio, julio y agosto, la media t¨¦rmica diaria, con sus d¨ªas y con sus noches, fue de 24¡ã. Nunca antes el mercurio hab¨ªa permanecido tan alto durante tres meses en toda Espa?a (a escala mundial, julio de 2023 y 2024 han sido a¨²n m¨¢s c¨¢lidos). Se vivieron tres olas de calor, todas especiales: la primera, a mediados de junio, fue de las m¨¢s tempraneras de la historia. La segunda, una megaola, lleg¨® en julio y dur¨® 18 d¨ªas (la segunda m¨¢s prolongada en los ¨²ltimos 60 a?os). Fue la m¨¢s extensa, afectando a 43 provincias, m¨¢ximo hist¨®rico, y la m¨¢s intensa desde que hay registros (1961). Sumando todos los d¨ªas, Espa?a estuvo bajo ola de calor 42 jornadas, es decir, la mitad del est¨ªo. Y sucedi¨® que se quem¨® buena parte de la sierra de la Culebra, en Zamora, dos veces, una a mediados de junio y otra al mes siguiente. Entre ambos eventos, ardieron m¨¢s de 50.000 hect¨¢reas, m¨¢s que el total de la mayor¨ªa de a?os precedentes en este siglo. Y no fueron los ¨²nicos fuegos de grandes dimensiones. Hubo otros seis que se llevaron por delante 70.000 hect¨¢reas de vida. El drama alcanza su verdadera dimensi¨®n cuando se los pone sobre el calendario: todos estos grandes incendios se desataron ya avanzada una ola de calor o en los d¨ªas inmediatamente posteriores. Un informe del Ministerio para la Transici¨®n Ecol¨®gica sobre aquel a?o lo deja claro: ¡°Durante los periodos de ola de calor se produjeron el 82% de los incendios que afectaron al 88% de la superficie afectada¡±. El silogismo es algo tramposo, pero si los m¨¢s graves incendios se producen en lo peor de las olas de calor y la crisis clim¨¢tica est¨¢ provocando que sean cu¨¢druplemente peores (cada vez m¨¢s frecuentes, cada vez m¨¢s largas, cada vez m¨¢s intensas y cada vez m¨¢s tempranas), ?c¨®mo ser¨¢n los incendios en los pr¨®ximos a?os?
Negacionismo
En los 20 a?os que llevo escribiendo de cambio clim¨¢tico, he llegado a cansarme de este. Cada nuevo dato, cada nuevo estudio que creyera que merec¨ªa ser convertirdo en noticia, deb¨ªa ser, como en el circo, m¨¢s espectacular que el anterior. El hast¨ªo es una de las emociones que est¨¢ provocando la acumulaci¨®n de datos y evidencias cient¨ªficas. Debe ir en la condici¨®n humana. Pero hay desidias y desidias. Una es antropol¨®gica. Siempre habr¨¢ terraplanistas que vayan a la contra del poder establecido, en este caso el saber cient¨ªfico. Otros son negacionista de base racional. Lo explica muy bien el profesor de la Universidad de Duke (Estados Unidos) Jedediah Purdy en su libro After Nature: A Politics for the Anthropocene (Despu¨¦s de la naturaleza: una pol¨ªtica para el Antropoceno, no traducido al espa?ol) cuando escribe sobre la responsabilidad y la disposici¨®n a hacer algo. ?l habla de su pa¨ªs, pero se puede extrapolar al nuestro: ¡°Para una naci¨®n como Estados Unidos, con poco menos del 5% de la poblaci¨®n mundial, asumir el costo de reestructurar la econom¨ªa nacional para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero tendr¨ªa la l¨®gica fiscal de la ayuda exterior: el 95% de los beneficios ir¨ªa a los no estadounidenses¡±. Peor a¨²n: ¡°La mayor¨ªa de los beneficios ir¨ªa a parar a los no estadounidenses que ni siquiera han nacido todav¨ªa. Entendido en t¨¦rminos estrictos de inter¨¦s propio, siempre puede parecer racional que los vivos vendan a sus descendientes¡±, escribe Purdy. Es una l¨®gica demoledora.
Hay un tercer grupo de negacionistas. Son los verdaderos perdedores del cambio clim¨¢tico. En Espa?a ser¨¢n todos aquellos que tengan una relaci¨®n directa con las aristas m¨¢s cortantes de los cambios en marcha. ¡°Est¨¢ claro: los sectores menos urbanizados, los m¨¢s rurales, en general, van a estar entre los perdedores¡±, explica durante una conversaci¨®n Llu¨ªs Orriols, polit¨®logo de la Universidad Carlos III. Y ser¨¢ por partida doble. Por un lado, debido al impacto directo en su medio de vida (la agricultura) y en su entorno (incendios). Por el otro, porque algunas de las medidas para adaptarse a la nueva realidad les pueden hacer da?o. Orriols dice: ¡°En todos esos territorios donde ahora vemos expresiones de la Espa?a vac¨ªa, veremos c¨®mo el cambio clim¨¢tico provocar¨¢ una interacci¨®n entre despoblaci¨®n, falta de servicios e incapacidad de los Estados para amortiguar los costes que los ciudadanos van a sufrir del cambio clim¨¢tico. Por lo tanto, s¨ª, va a haber perdedores espec¨ªficos y esos perdedores van a expresarse pol¨ªticamente¡±.
El abandono de lo rural, la conocida como Espa?a vaciada, tambi¨¦n est¨¢ dejando los bosques de la mano de Dios
Quer¨ªa volver al turismo. Mi trabajo acumula tanta cantidad de datos que, rele¨ªdos, puede alimentar aquel hast¨ªo que pretende combatir y cortocircuitar la llamada a la acci¨®n, a la urgente reducci¨®n de las emisiones y al dise?o de planes de adaptaci¨®n clim¨¢tica. El verano pasado, un informe realizado por el Centro Conjunto de Investigaci¨®n, dependiente de la Comisi¨®n Europea, pintaba un panorama muy negro para el sector tur¨ªstico espa?ol. Como ya est¨¢n haciendo los animales, buena parte de los turistas se quedar¨¢n en el norte, como las familias inglesas de Brighton del principio. Pero se puede evitar lo peor aspirando a un c¨ªrculo virtuoso del turismo. Para lograrlo hay otra palabra que hay que leer deprisa para que salga: desestacionalizaci¨®n. Si, como sucede con Egipto o T¨²nez, nadie en su sano juicio vendr¨¢ a las playas de Andaluc¨ªa o Levante en julio y en agosto en unas d¨¦cadas, ?por qu¨¦ no lograr que vengan en mayo o en octubre? Ya lo han logrado en Canarias. La desestacionalizaci¨®n, que tambi¨¦n podr¨ªa ser geogr¨¢fica, con el norte del pa¨ªs recuperando los tiempos de la belle ¨¦poque, resolver¨ªa tres de los problemas que alimentan la turismofobia: con una duraci¨®n de m¨¢s de seis meses (por eso de la Semana Santa y la Navidad), la temporalidad laboral de aquellos tres millones de espa?oles ser¨ªa algo del pasado gracias, qu¨¦ cosas, al cambio clim¨¢tico. Lo mismo se puede decir de los servicios y prestaciones en las zonas tur¨ªsticas, infrautilizadas en invierno y sobrepasadas en verano. Deber¨ªa bajar la presi¨®n sobre el sector inmobiliario y, no menos importante, el impacto en cualquier parque nacional, en cualquier entorno natural, no es el mismo si sus visitantes se concentran en los meses de verano que si se distribuyen a lo largo de todo el a?o.
Desconozco si para la flora, para la fauna, para nuestro campo, para nuestra vida en las ciudades, para la econom¨ªa y hasta para la pol¨ªtica, hay soluciones tan evidentes ante la crisis clim¨¢tica como las que existen para el turismo. Pero ser¨¢ cuesti¨®n de buscarlas.
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