Regreso a la caverna
El golpe militar consumado contra el presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya Rosales, ha representado para Am¨¦rica Latina el regreso a la era de las cavernas, cuando era signo com¨²n que los ej¨¦rcitos actuaran como ¨¢rbitros finales del poder pol¨ªtico. Los reg¨ªmenes surgidos de los golpes militares fueron un mal propio de Centroam¨¦rica por d¨¦cadas, lo que gan¨® a estos pa¨ªses el triste t¨ªtulo de rep¨²blicas bananeras, denominador com¨²n que se extendi¨® hacia todos aquellos otros donde hubiera un Ej¨¦rcito dispuesto a ejercer sus prerrogativas de gorilato.
Las im¨¢genes de las calles de Tegucigalpa que vimos en la televisi¨®n, con los tanques de guerra y los carros blindados en agresivo despliegue, y las patrullas de soldados en atuendo de combate, volvieron a poner el reloj en la hora m¨¢s negra de un pasado que parec¨ªa sepultado para siempre. Y un presidente levantado a la fuerza de su cama en la madrugada por un pelot¨®n de militares encapuchados que invade su casa, subido en pijama a un avi¨®n, y llevado a otro pa¨ªs, son tambi¨¦n im¨¢genes de una vieja pel¨ªcula que cre¨ªamos no volver¨ªamos a ver jam¨¢s. Pero est¨¢n all¨ª, ante nuestros ojos, y corresponden a las realidades del siglo veintiuno.
Las justificaciones legales de toda la trama son torpes. He o¨ªdo al diputado Roberto Micheletti, nombrado presidente de la rep¨²blica por el Congreso Nacional despu¨¦s del golpe para suceder a Zelaya, que la acci¨®n se debi¨® a la orden de un juez, impartida a los mandos militares. Imaginen el tama?o de la artima?a. Un juez que da un mandamiento a quien no debe, porque el Ej¨¦rcito no tiene funciones de polic¨ªa m¨¢s que bajo un r¨¦gimen ocupaci¨®n, y menos puede ordenar a los militares que saquen de su cama a un presidente debidamente electo, que goza de inmunidad, y que lo extra?en del pa¨ªs, desde luego que el destierro no existe ni como medida preventiva, ni como pena, bajo la ley. S¨®lo usar esta coartada es ya una verg¨¹enza.
La magnitud de la agresi¨®n que ha sufrido el orden democr¨¢tico en Honduras, deja atr¨¢s cualquier debate acerca de la precaria situaci¨®n en que el presidente Zelaya se hab¨ªa puesto en los d¨ªas anteriores al golpe militar. Parado en el filo de la navaja, no supo hacer una lectura sensata del balance pol¨ªtico de fuerzas, cuando todo se acumulaba en su contra. Horas antes de ser sacado violentamente de su casa y del pa¨ªs, hab¨ªa perdido el respaldo de la Asamblea Nacional, que luego vot¨® de manera un¨¢nime su sustituci¨®n; de su propio partido, el Partido Liberal, cuyos diputados votaron todos por la sustituci¨®n, junto con los de los otros partidos; de la Corte Suprema de Justicia, del Consejo Electoral, y de la fiscal¨ªa; de buen n¨²mero de los medios de comunicaci¨®n con los que hab¨ªa entrado en una ¨¢spera pugna, de las c¨²pulas de empresarios, y de la jerarqu¨ªa de la Iglesia Cat¨®lica. Se hallaba solo, y no parec¨ªa reparar en ello.
El presidente Zelaya se olvid¨®, Dios sabe por qu¨¦, del terreno que estaba pisando, al insistir en llevar adelante una consulta popular, organizada por ¨¦l mismo, y que debi¨® realizarse el propio domingo de su derrocamiento, cuando los otros poderes del Estado se lo hab¨ªan prohibido bajo argumentos de inconstitucionalidad. Conforme esta consulta, pretend¨ªa obtener respaldo para hacer que en las elecciones generales de noviembre pr¨®ximo se instalara una cuarta urna en la que los ciudadanos deb¨ªan votar si quer¨ªa un cambio de Constituci¨®n Pol¨ªtica, algo que el Consejo Electoral le hab¨ªa ya negado, con el respaldo de la Corte Suprema de Justicia.
Sigui¨® actuando con atolondramiento cuando orden¨® al Ej¨¦rcito desembarcar el material electoral de la consulta, llegado desde Venezuela, y repartirlo en los centros de votaci¨®n; y cuando el jefe del Ej¨¦rcito se neg¨®, hizo destituirlo, para que de inmediato sus adversarios en los otros poderes del Estado respaldaran al destituido, previa renuncia de todo el Estado Mayor en solidaridad con su jefe. Para provocar una crisis de este tama?o, el presidente debi¨® sentir que ten¨ªa alguna clase de respaldo sustancial. ?Pero d¨®nde estaba ese respaldo? ?En qu¨¦ instituciones? ?En qu¨¦ organizaciones populares, en qu¨¦ sindicatos, en qu¨¦ partidos pol¨ªticos, en qu¨¦ corporaciones? ?Contaba acaso con la mayor¨ªa de la opini¨®n p¨²blica?
Siento que el presidente Zelaya se vio en otro pa¨ªs que no era Honduras, y subestim¨® el poder de los estamentos conservadores, que miraron con antipat¨ªa y desconfianza su alineamiento con la izquierda populista que representan Ch¨¢vez y Ortega, y su amistad con Fidel Castro, una leg¨ªtima escogencia personal suya, de todas maneras. Es, al menos, uno de los argumentos que de manera solapada utiliza Micheletti para justificar el golpe: ha dicho que Zelaya, su correligionario liberal, cambi¨® de ideolog¨ªa en el camino, y "se volvi¨® de izquierda", lo que al fin y al cabo le cobraron con el golpe militar.
Los errores de apreciaci¨®n pol¨ªtica del presidente Zelaya, que no advirti¨® el terreno que estaba pisando, y sus enfrentamientos con el orden legal para promover un cambio constitucional que le permitiera la reelecci¨®n, como es ahora el impulso de los l¨ªderes en el Gobierno en no pocos pa¨ªses de Am¨¦rica Latina, se vuelven anecd¨®ticos. Fue depuesto de manera ilegal y brutal, y eso es lo que cuenta.
La prueba de fuego es ahora para la Organizaci¨®n de Estados Americanos (OEA), que debe demostrar si es capaz de hacer valer su Carta Democr¨¢tica. No puede haber trasgresores del orden constitucional, ni los golpes militares pueden quedar en la impunidad.
*Sergio Ram¨ªrez es escritor y ex vicepresidente de Nicaragua. M¨¢s informaci¨®n en www.sergioramirez.com
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