Los 140 bomberos contra el terremoto
Puerto Pr¨ªncipe no es Nueva York aunque sus 140 bomberos tambi¨¦n merecen un lugar de honor en la historia de los h¨¦roes an¨®nimos. No ocuparon tanto espacio en las televisiones ni en las primeras p¨¢ginas de los peri¨®dicos internacionales, a veces m¨¢s preocupados por el trabajo de sus voluntarios que de los haitianos, pero en estas semanas se deslomaron como los que m¨¢s en arrancar vivos de las garras de la muerte, sofocar incendios y apuntalar viviendas que amenazaban con derrumbarse.
Su cuartel general est¨¢ en lo fue la zona noble de la capital, junto a Camp de Mars, el parque de los h¨¦roes de la independencia, y el palacio presidencial, copia inexacta de la Casa Blanca y legado de la ocupaci¨®n estadounidense de 1915 a 1934. Todo ese espacio, majestuoso a su manera, es hoy un campamento insalubre de miles de personas sin techo y que nadie se atreve a desmontar.
Hay cuatro veh¨ªculos autobomba de color rojo intenso preparados para salir, dos aparcados en la calle y dos en la cochera. El quinto se encuentra en la mesa de operaciones sometido a una revisi¨®n de achaques. En tiempos hubo un sexto, ya difunto y reducido a chatarra. Estos medios son un s¨ªmbolo de lo que pesa el Estado en Hait¨ª, de cu¨¢les son sus armas para enfrentarse a los desastres naturales y la mejor explicaci¨®n de tanta ineficacia y descontrol: s¨®lo 140 bomberos y cinco camiones para una ciudad de dos millones de habitantes.
A mediod¨ªa, cuando la solana del Caribe aprieta, una treintena de estos bomberos sestea, juega a las cartas, arregla motores en la parte trasera o charla en espera de una llamada. "Trabajamos desde la misma noche del terremoto. Este equipo no estaba de guardia pero nos incorporamos de inmediato. El principal problema eran los incendios, muchos provocados por bandas de delincuentes que despu¨¦s de robar en las tiendas las quemaban. Era muy dif¨ªcil moverse. Las calles estaban llenas de escombros y de gente que no sab¨ªa ad¨®nde ir", dice Joseph Jordany, de 30 a?os, soltero y a cargo del ni?o de su hermano. "En mi familia est¨¢n todos bien pero nuestra casa se desplom¨®".
Sus compa?eros Joel Dumond, Joseph Sergoy y Charles Joel miran al suelo y cada poco asienten como si otra conversaci¨®n paralela fluyera dentro de ellos. Las palabras de su amigo despiertan im¨¢genes individuales de dolor. Todos han perdido sus hogares. El cuartel general en el que trabajan es de alguna forma un campamento de bomberos sin techo. Visten de faena, con los cascos protectores cerca y medidos los pasos que deben dar para subirse al cami¨®n, cada uno en su puesto. Son polic¨ªas con una formaci¨®n especial para trabajar como bomberos.
"El momento m¨¢s duro de estos d¨ªas fue el hallazgo de dos ni?os muertos. A uno le faltaba un trozo de cabeza; el otro, no ten¨ªa piernas", dice Joseph Jordany. Su forma pausada de hablar, de arrastrar las palabras, como si le pesaran antes de salir a los labios, debe ser un m¨¦todo secreto para controlar su emoci¨®n, de evitar las lagrimas. "El momento m¨¢s hermoso sucedi¨® al d¨ªa siguiente del terremoto en el barrio Carrefur. Consegu¨ª salvar a una ni?a de nueve a?os. Al principio s¨®lo vi entre los escombros de una casa un antebrazo que se mov¨ªa y comenc¨¦ a escarbar con las manos hasta que la rescat¨¦. No s¨¦ como se llama, pero hay d¨ªas que viene su madre por aqu¨ª para saludarme y darme las gracias".
Otra vez las palabras a c¨¢mara lenta. Es dif¨ªcil saber cu¨¢l de las dos emociones que se esconden en Joseph Jordany pesa m¨¢s, la de la muerte o la de la vida. A diferencia de los cientos de voluntarios extranjeros que llegaron a Hait¨ª equipados con las mejores tecnolog¨ªas para el rescate, de Espa?a tambi¨¦n, y que realizaron un gran trabajo, estos bomberos haitianos carecen de billete de vuelta a un confortable Primer Mundo. Se quedan aqu¨ª, en el Tercero, atrapados en su destino, sin apenas medios y con la tragedia de dos millones de habitantes de Puerto Pr¨ªncipe bail¨¢ndoles en la retina. No se trata de un castigo, es s¨®lo una forma extraordinaria de coraje.
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