Linda y Beewolf no tienen una casa como la nuestra
En el hogar de Linda y Beewolff el calor es asfixiante. El techo y las paredes de pl¨¢stico convierten sus nueve metros cuadrados en un horno que aumenta en varios grados el sol de mediod¨ªa. No tienen una casa como la nuestra; la suya es una chabola sin electricidad y sin agua. No hay retrete, muebles y cocina; tampoco cuadros, libros y plantas. Viven en ella desde el 13 de enero junto a sus cuatro hijos y lo poco que pudieron salvar del terremoto: ropa y par de cazuelas. Dos telas ra¨ªdas separan su porci¨®n de pobreza de la de los vecinos. En la de la derecha yace sobre una colch¨®n una mujer de 74 a?os. Respira muy despacio, para no gastarse. Sufre del coraz¨®n y ni puede tenerse en pie. Ya estaba enferma antes del se¨ªsmo. Su mal es Hait¨ª, no la naturaleza.
En el Delmas Country Club de Petionville no se juega al golf. Faltan jugadores y el c¨¦sped exquisito necesario para que ruede la bola. Sobran las personas que como Linda y Beewolff lo convirtieron en su residencia. El delegado del barrio, Fran?ois Jean Noel, es el encargado de organizar Delmas 44. "Me ocupo de conocer las necesidades. En mi oficina tenemos registradas a 49.900 personas distribuidas en las seis zonas en las hemos dividido el campamento. Muy pocos disponen de una tienda de campa?a en condiciones. Las dos noches que llovi¨® se embarr¨® todo pero despu¨¦s el sol lo sec¨®. Nadie ha venido a¨²n a repartirnos comida. La gente sobrevive como puede. Hay mucha solidaridad. Cuando un vecino logra un saco de arroz lo comparte con sus vecinos".
Cuando Noel habla de su oficina se refiere a una carpa algo m¨¢s grande que las otras, una ayudante eficient¨ªsima llamada Katiana Augustin, de 23 a?os, una docena de sillas para recibir y un ventilador que no funciona.
La Cruz Roja acaba de montar una tienda m¨¦dica delante de Noel para una vacunaci¨®n infantil. Los voluntarios, procedentes de Corea del Sur, portan camisetas con varios nombres impresos: difteria, polio, tuberculosis. Una de las mujeres dice que en Delmas hay 8.000 personas y se sorprende con la cifras de delegado. En lo alto de la colina ondea una bandera de M¨¦dicos Sin Fronteras. Es el ¨²nico ambulatorio. En las callejuelas bulle una ciudad paralela y simult¨¢nea con sus barber¨ªas sin clientes, puestos de venta de m¨²sica pirateada y fuegos en los que se doran empanadillas y una carne sospechosa repleta de moscas. Tambi¨¦n se ven decenas de adolescentes ociosos con sus gafas negras y porte pandillero. La mayor¨ªa responden al saludo; otros, parecen tasar la presa.
Noel, que cumpli¨® los 45 a?os, no quiere o¨ªr hablar de abandonar Delmas antes de que lleguen las lluvias de junio y la temporada de los huracanes a pesar de que el campamento est¨¢ en un terreno propicio para las avalanchas y los deslizamientos. Cuando se pregunta a la gente por este peligro y cu¨¢les son sus intenciones, la mayor¨ªa se encoge de hombros. Junio es el nombre de un futuro demasiado lejano cuando el problema es comer hoy.
Linda y Beewolff tienen una ni?a preciosa. Se llama Beewonda, tiene un a?o y es la peque?a de la familia. El padre no esconde su predilecci¨®n. En el pl¨¢stico exterior de su chabola est¨¢ rotulado un nombre, CRS, y un n¨²mero. Pertenece a la ONG Catholic Relief Services. Poco a poco llegan vecinos que se arremolinan para escuchar y cuando pueden tratan de conducir al extranjero a su chabola para desgranarle tambi¨¦n sus dificultades. Cuando se les explica que es s¨®lo un periodista que pregunta y escribe cr¨®nicas y no una persona ¨²til que trae ayuda tangible y modifica para bien sus vidas, todos asienten y sonr¨ªen y parecen comprender su funci¨®n. Tambi¨¦n la eficiente Katiana Augustin: "Han venido muchos periodistas y gracias a ustedes el mundo sabe que existimos".
Al alejarse de Delmas, de Puerto Pr¨ªncipe, de Hait¨ª y de estos cuadernos, el reportero no puede evitar sentirse un traidor. Les deja abandonados en su desgracia, confiando exageradamente en nosotros y en la diligencia y promesas de nuestros dirigentes. Cumplida su tarea regresa aparentemente inmune a su mundo repleto de comodidades, pero sabe por experiencia que hay cosas que jam¨¢s se llegan a olvidar.
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