Los cad¨¢veres m¨¢s buscados tambi¨¦n son inc¨®modos
El exhibicionismo en la muerte del tirano se combina con curiosas dosis de censura.- Ceaucescu, Gadafi y Bin Laden comparten algo m¨¢s que su fin
Los rebeldes rumanos se tomaron la molestia, en su lucha contrarreloj por finiquitar a Nicolae Ceaucescu antes de que les cazara la temible Securitate, de celebrar y filmar un juicio sumario en el que el dictador y su esposa escucharon la infinidad de cargos sin posibilidad alguna de defenderse. No eran tiempos de m¨®viles, ni c¨¢maras, ni youtube. La tecnolog¨ªa a¨²n no se hab¨ªa adaptado a nuestra necesidad casi fisiol¨®gica de contar a los dem¨¢s todo lo que est¨¢ pasando en tiempo real. Y los periodistas a¨²n ten¨ªamos que luchar a golpe de propinas, colonias o maquillaje para lograr un t¨¦lex en alg¨²n rinc¨®n escondido del hotel y retransmitir lo que ve¨ªamos. Pero ver¨¢n que, tecnolog¨ªas aparte, hay algo que se repite de forma ineludible cuando de acabar con tiranos se trata: y es el exhibicionismo con curiosas dosis de censura.
En aquella fr¨ªa Navidad de 1989, unas im¨¢genes de la pareja dictatorial perpleja ante sus improvisados jueces bastaron para colocar a los rumanos y al mundo entero ante el televisor. El suspense generado cuando ambos fueron condenados y se produjo el corte en la emisi¨®n puede asemejarse a los que provocaban las pel¨ªculas censuradas durante el franquismo cuando llegaba el beso que iba a ser invisible. Lo siguiente en la pantalla, tras un salto abismal, fue la imagen de ambos cad¨¢veres ensangrentados en el suelo, fr¨ªos para siempre dentro de sus c¨¢lidas pieles, ejecutados por sus cr¨ªmenes. Tardamos mucho en ver la sesi¨®n completa del juicio en youtube y los detalles m¨¢s sorprendentes de esa ejecuci¨®n: c¨®mo un soldado les ata las manos a la espalda con una vulgar cuerda de esparto o c¨®mo, ya muertos, un supuesto m¨¦dico con bata y estetoscopio les mete los dedos en los ojos y les encuentra la car¨®tida bajo los ropajes de astrac¨¢n para verificar su muerte.
En Libia, todo ha sido aparentemente m¨¢s salvaje. No ha habido m¨¦dicos ni batas blancas, no ha habido juicios ni gritos, pero los vencedores han grabado la pulverizaci¨®n del dictador (pueden verse aqu¨ª los v¨ªdeos) con ¨¢nimo casi forense, conscientes de que grabarlo era ense?arlo y ense?arlo era vencer, demostrar la victoria y avisar a sus secuaces de la suerte que les puede deparar. Lo narra aqu¨ª magistralmente Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao, que recoge c¨®mo el tiranicida se arroga el derecho de decidir sobre la vida de otro frente al derecho de quien se mantuvo pasivo ante el malvado.
Los rebeldes rumanos emplearon jueces, uniformados, actas, m¨¦dico y pelot¨®n. Los combatientes libios cambiaron la acusaci¨®n formal en el banquillo por un grito -"Misrata"- que resum¨ªa las torturas que infligi¨® el dictador. Y en ambos casos, curiosamente, la exhibici¨®n de la victoria se ha visto contenida, en medio de la barbarie, por la censura del momento exacto de la ejecuci¨®n. ?Es por respeto al ¨²ltimo momento? ?O por deseo de proteger a quien dio el tiro de gracia? Queremos pensar lo primero, nos tememos lo segundo.
La muerte de Gadafi nos lleva a otra, la de Bin Laden, liquidado por agentes de Estados Unidos en una de esas operaciones que pone a la palabra "legalidad" en estado de alerta. Su r¨¢pida sepultura en el mar ten¨ªa como objeto: 1) evitar debates de cuerpo presente y 2) evitar un lugar de peregrinaje que contribuyera a la mitificaci¨®n del h¨¦roe antioccidental. El entierro de Gadafi en un lugar desconocido del desierto persigue el mismo fin, igual que hace 20 a?os el consejo rumano de transici¨®n logr¨® mantener en secreto el escenario del entierro de la pareja Ceaucescu.
En todos los casos, tras lograr la muerte llega la incomodidad: ?Qu¨¦ hacer con el cad¨¢ver?
Semanas despu¨¦s de aquella ejecuci¨®n, quienes est¨¢bamos en Bucarest escuchamos el rumor que corri¨® como la p¨®lvora: el conducator y su esposa hab¨ªan sido enterrados a escondidas en un cementerio de la capital. Acudimos. La tierra estaba fresca sobre las dos tumbas a la que empezaron a peregrinar algunos curiosos. Y, 20 a?os despu¨¦s, los an¨¢lisis de ADN confirmaron que as¨ª era.
Pero conocer la tumba del dictador nunca sirvi¨® para convertirle en m¨¢rtir, como tampoco seguramente Gadafi ser¨¢ honrado como h¨¦roe por mucho que se descubra el lugar del desierto en el que est¨¢ enterrado.
Y es que la tecnolog¨ªa de ambas ¨¦pocas es distinta. Los m¨¦todos, muy diferentes. Pero la muerte del tirano, su exhibici¨®n y la posterior incomodidad que causa el cad¨¢ver no son los ¨²nicos puntos en com¨²n: el calor del pueblo que aclamaba a Gadafi se desvanecer¨¢ seguramente con la misma rapidez que las palmas r¨ªtmicas que saludaban a Ceaucescu en el Comit¨¦ Central.
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