En el punto de no retorno
En las negociaciones entre Bogot¨¢ y las FARC llega la hora de la verdad
No hay que hablar de fechas porque las negociaciones las carga el diablo. Pero no solo lo que dicen, sino hasta el lenguaje gestual del equipo de Humberto de la Calle, y en alguna medida tambi¨¦n el de las FARC, apuntan a que en La Habana llega la hora de la verdad. La semana pasada se celebr¨® en Madrid un foro, organizado por EL PA?S, sobre el conflicto colombiano con la presencia del presidente Santos, en el que reconocidos especialistas adujeron una serie de razones para fundamentar el optimismo del Gobierno. La raz¨®n m¨¢s inmediata es la aparici¨®n en la capital cubana de una delegaci¨®n de altos militares colombianos para acordar con la guerrilla un alto el fuego bilateral: que callen todas las armas, se proceda al desminado del pa¨ªs con la participaci¨®n de los insurrectos, y en esa pausa con vocaci¨®n de continuidad abordar la fase final de la negociaci¨®n.
El gran experto en movimientos revolucionarios latinoamericanos, Joaqu¨ªn Villalobos, cree que se ha producido un cambio en la narrativa de las partes. Las FARC no solo saben que no pueden ganar sobre el terreno, sino, mucho m¨¢s, que este puede ser el ¨²ltimo tren para retirarse de la contienda aparentando incluso que no han sido vencidos, y que han forzado la transformaci¨®n del Estado en una democracia en la que pueda construirse pac¨ªficamente el socialismo. Pero igual o m¨¢s importante es que la elite colombiana, a la que la contienda ven¨ªa saliendo relativamente bien de precio, convenga hoy en que, aunque la paz va a ser cara ¡ªtan solo el desminado se llevar¨¢ 10 a?os y costar¨¢ en torno a los 200 millones de d¨®lares¡ª permitir¨¢ poner orden en el auge de la miner¨ªa por libre y, con ello, sacar partido de las riquezas del subsuelo. El despegue econ¨®mico colombiano.
Esa doble narrativa solo es posible a partir de un reconocimiento de la naturaleza del conflicto. El historiador Shlomo Ben Ami caracteriza la guerra de la monta?a como un enfrentamiento t¨ªpicamente asim¨¦trico: aquel en el que hay un Estado legalmente constituido frente a una m¨¢s o menos poderosa insurgencia, por lo que carecen de un territorio com¨²n en el que interactuar; un conflicto en el que las concesiones m¨¢s visibles las tiene que hacer el poder p¨²blico, lo que en el pa¨ªs se llama justicia transicional y en lengua romance se traduce en que ning¨²n guerrillero conozca la c¨¢rcel. Ese es el gran escollo, quiz¨¢ no tanto para firmar como para cumplir lo firmado, porque cuando al t¨¦rmino justicia se le a?ade cualquier adjetivo que modifique su esencia es que hay gato encerrado, y los numerosos adversarios del proceso de paz pretenden poner al gato en libertad.
Lo que s¨ª parece razonable afirmar es que las conversaciones han llegado a un punto de no retorno. La inversi¨®n de Bogot¨¢ y la guerrilla es tan grande que ambos actores saldr¨ªan gravemente perdiendo con la ruptura, aunque el Estado a¨²n tendr¨ªa la posibilidad de aferrarse a su legitimidad democr¨¢tica, pero la guerrilla, ¨²nicamente a los Kal¨¢shnikov.
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