Rousseff, expresidenta de una pieza
La mandataria brasile?a, de un explosivo car¨¢cter, vivir¨¢ ahora exiliada en su propio palacio
Hubo un ¨²ltimo mitin, un ¨²ltimo acto: el martes, un d¨ªa antes de ser apartada de la presidencia, Dilma Rousseff acudi¨® a una convenci¨®n de pol¨ªticas de mujeres en Brasilia. All¨ª, frente a cientos de mujeres llegadas de todos los rincones de este pa¨ªs inmenso, la a¨²n jefa del Estado apareci¨® sonriente aunque con aspecto cansado, en medio de una imponente ovaci¨®n de apoyo. Las personas asistentes alzaron sus m¨®viles para tener y guardar una fotograf¨ªa de la a¨²n presidenta mientras gritaban con toda su alma: "Dilma, guerreira, da patria brasileira".
Ella se levant¨® y comenz¨® a hablar: "No podr¨ªa estar en ning¨²n sitio mejor. Os dir¨¦ que mi mandato no termina hasta el 30 de diciembre de 2018. Hasta ese d¨ªa voy a luchar. No estoy cansada de luchar. S¨®lo estoy cansada de los traidores y de los desleales".
Hace unos meses, cuando el impeachment era una amenaza a¨²n borrosa, muchos especialistas pol¨ªticos aseguraban que en caso de que Rousseff fuera apartada del poder, ¨¦sta renunciar¨ªa, m¨¢s pronto o m¨¢s tarde, harta de sentirse derrotada. Hoy, pocos dudan de que llegar¨¢ hasta el final del juicio pol¨ªtico, de que permanecer¨¢ los 180 d¨ªas exiliada en su propio palacio con la intenci¨®n ¨²ltima de regresar, con la certidumbre de que va a regresar. Es cuesti¨®n de car¨¢cter. Lo explic¨® un asesor cercano hace meses: "Dilma Rousseff se crece con la presi¨®n. Cuanto m¨¢s la presionan, m¨¢s tranquila y centrada se siente". Y a?adi¨®: "Es una cuesti¨®n de car¨¢cter".
Una tarde de abril de 2009, en Belo Horizonte (Minas Gerais), Rousseff, despu¨¦s de que un m¨¦dico le avisase por tel¨¦fono de que padec¨ªa un c¨¢ncer ¨Ccurable, pero c¨¢ncer-, se qued¨® mirando a su secretario y con una perfecta calma le dijo: "La vida no es f¨¢cil. Nunca lo ha sido".
Procede de una buena familia de Belo Horizonte. La recuerdan como una ni?a seria, estudiosa, tenaz y memoriosa. A los veinte a?os se uni¨® a la formaci¨®n clandestina de extrema izquierda Pol¨ªtica Obrera. Fue entrenada para disparar y montar bombas. La temible polic¨ªa brasile?a de la dictadura la detuvo y tortur¨® durante veinte d¨ªas. Recibi¨® tantos golpes en la cara que se desencaj¨® la mand¨ªbula. Pero no revel¨® nunca la direcci¨®n de la casa que compart¨ªa con su compa?era Celeste. Jam¨¢s habl¨®. Se mantuvo firme. Hay una ficha de la Delegaci¨®n de la Polic¨ªa referente a esta detenci¨®n En ella aparece Rousseff, joven, con el pelo rizado, con gafas de pasta de miope, sosteniendo el n¨²mero de su filiaci¨®n. En uno de los apartados se dice "No est¨¢ arrepentida". La vida no es f¨¢cil.
Pero esa misma personalidad f¨¦rrea y ese car¨¢cter irreductible, terco, recto y poco dado a la improvisaci¨®n ha sido determinante, tanto como la crisis econ¨®mica o su creciente falta de popularidad, en el desarrollo del impeachment que hoy la aparta del poder, seg¨²n varios expertos. "Ella es rigorista, no se sale del gui¨®n preciso, es una tecn¨®crata, no una pol¨ªtica, se encierra en el Palacio, entre informes, no le gusta mucho el contacto con los diputados o los representantes de los movimientos sociales, y eso ha sido determinante para que al final el Congreso le d¨¦ la espalda", asegura el especialista pol¨ªtico brasile?o Ruda Ricci.
En la pol¨ªtica brasile?a, con casi treinta partidos diferentes, en los que las ideolog¨ªas se confunden muchas veces, formar una coalici¨®n estable de Gobierno es un puro ejercicio de malabarismo y de mano izquierda. Hay que saber dar, recibir, halagar y transigir. El predecesor en el cargo de Rousseff, su mentor y la persona que la eligi¨®, Luiz In¨¢cio Lula da Silva, sab¨ªa hacerlo mejor: fue un negociador h¨¢bil, capaz de encantar a la vez a sus seguidores y a los contrarios.
Le gusta leer, al contrario que su mentor Lula, que no es muy amigo de los libros. Pero a diferencia de ¨¦l, carece de carisma, se traba al hablar y se hace muchas veces l¨ªos con las palabras y con las cifras al hablar en p¨²blico. En Brasil aseguran que existe el Dilm¨ºs, un lenguaje propio de la presidenta que es dif¨ªcil entender por el resto de la poblaci¨®n.
Durante su segundo mandato, Brasil se ha hundido en la peor crisis econ¨®mica de su historia moderna, la inflaci¨®n ha vuelto a ser un problema para el pa¨ªs, el paro ha escalado hasta casi llegar al 10% y las agencias de riesgo han rebajado su calificaci¨®n a la de bono basura. Ella admite pocos errores y culpa, sobre todo, a las distintas circunstancias econ¨®micas mundiales para explicar el descalabro. No le gusta que la corrijan, ni que le digan que no tiene raz¨®n, ni que no se hagan las cosas a su modo. Las personas que trabajan para ella la temen por su irascibilidad: es capaz de arrojar un ordenador de un colaborador contra la pared si no encuentra en ¨¦l la respuesta exigida.
Enjuiciada por un Congreso y un Senado poblado de parlamentarios acusados de corrupci¨®n (m¨¢s del 60% de los diputados y senadores tienen cuentas pendientes con la justicia), a Rousseff y a su familia nadie le ha encontrado nada turbio. En un pa¨ªs en el que el robo de las cuentas p¨²blicas es una costumbre tan extendida como la samba, la antigua guerrillera no se ha embolsado un real, que se sepa. Aunque los cr¨ªticos recuerdan que fue ministra de Minas y Energ¨ªa y presidenta del Consejo de Administraci¨®n de Petrobras en los a?os en que se expoli¨® a la petrolera a base de sobornos y que o bien hizo la vista gorda, o bien no se enter¨® de nada.
Ahora vivir¨¢ una vida extra?a confinada en su propio palacio, sin acceso a su despacho ni a sus funciones de presidenta, obligada a ver c¨®mo su antiguo aliado y ahora su enemigo, Michel Temer, ejerce de presidente y ocupa sus oficinas. No va a ser f¨¢cil. Nunca lo fue.
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