Dictadores y dictaduras
En Venezuela, el di¨¢logo debe tener condiciones
En septiembre de 2013 tuve un intercambio epistolar¡ªpor correo electr¨®nico, claro est¨¢¡ªcon Alejandro Orfila, cuya distinguida y dilatada carrera incluye haber sido Secretario General de la OEA. Fue a ra¨ªz de mi columna entonces, La disoluci¨®n del sistema interamericano de derechos humanos, en la cual comparo la OEA de Insulza, un ministerio del chavismo, con la de Orfila, esa que mantuvo viva la llama de los derechos humanos durante el terrorismo de Estado de los setenta.
En esa comunicaci¨®n, Orfila comparti¨® conmigo recuerdos de la visita de la Comisi¨®n Interamericana de Derechos Humanos a Argentina en 1979. Me cuenta, literalmente, su conversaci¨®n telef¨®nica con Videla, en la cual obtuvo la autorizaci¨®n oficial del gobierno militar, condici¨®n necesaria para el viaje. Describe aquella conversaci¨®n como ¡°seria¡±. Y enfatiza el muy negativo informe emitido por la CIDH a posteriori. Ese informe, debe recordarse, constituir¨ªa un hito para las posteriores transiciones democr¨¢ticas en todo el hemisferio.
No pude evitar el recuerdo de mi comunicaci¨®n con Orfila mientras le¨ªa la reciente carta del Secretario General Almagro a Maduro. Claro, n¨®tese el contraste. Videla era un dictador, no un dictadorzuelo. Y aquella dictadura¡ªcriminal y terrorista¡ªno era un Estado dividido y colonizado por facciones que se disputan el control del territorio y sus prebendas: los mercados paralelos y sus diversas formas de ilegalidad.
Es que el m¨¢s brutal de los gobiernos es preferible a la ausencia del mismo. Con un gobierno se puede negociar, con una horda es m¨¢s dif¨ªcil. Y ese es el problema en cuestion, que invita la pregunta clave de hoy: con quien negociar. O sea, con quien dialogar, verbo conjugado otra vez m¨¢s por el r¨¦gimen, por sus amigos de Unasur, por el Papa y por Mauricio Macri y su canciller, entre tantos otros.
El problema es el significado de la palabra. No sin raz¨®n, los venezolanos piensan en la trampa de 2014, precisamente cuando el di¨¢logo solo sirvi¨® para que el gobierno y la oposici¨®n se dijeran muchas cosas fuertes ante las c¨¢maras de televisi¨®n. Mientras tanto, la sociedad¡ªhasta entonces, en la calle¡ªvolvi¨® a sus casas y los presos pol¨ªticos siguieron en la c¨¢rcel. El r¨¦gimen recuper¨® ox¨ªgeno.
"El m¨¢s brutal de los gobiernos es preferible a la ausencia del mismo. Con un gobierno se puede negociar, con una horda es m¨¢s dif¨ªcil"
El di¨¢logo de hoy debe tener m¨ªnimas condiciones. Aqu¨ª van cuatro. Primero, para que el di¨¢logo tenga sentido, el regimen debe revocar el Decreto de Excepci¨®n, fujimorazo de facto. La Asamblea Nacional debe ser capaz de legislar, incluyendo la muy necesaria Ley de Amnist¨ªa, ley que expresa la voluntad popular de la ¨²ltima elecci¨®n. Es decir, el Tribunal Supremo de Justicia debe alguna vez hacer lo que jam¨¢s hizo: fallar contra el oficialismo.
Segundo, los militares deben ser parte de ese di¨¢logo. As¨ª como la posici¨®n institucional de algunos altos oficiales garantiz¨® la eleccion del 6 de diciembre, hoy deben renovar su compromiso con la Constituci¨®n de 1999; constituci¨®n ¡°bolivariana¡±, justamente, escrita por el chavismo a voluntad. Los altos mandos deben entender que el apego a la institucionalidad es la ¨²nica forma de evitar que el creciente faccionalismo militar derive en violencia entre los grupos. Ello profundizar¨ªa la anarqu¨ªa existente a niveles hoy inimaginables.
Tercero, las fronteras deben abrirse para la ayuda humanitaria. En Venezuela muy pocos comen tres veces al d¨ªa. Muchos mueren antes de tiempo por la falta de medicinas y material quir¨²rjico. Los neonatos prematuros mueren si hay cortes de electricidad, cuando las incubadoras dejan de funcionar. De eso debe hablarse con el gobierno y con las organizaciones internacionales, la Cruz Roja, M¨¦dicos sin Fronteras y otras similares.
Cuarto, Maduro probablemente deba partir, ya sea por medio del refer¨¦ndum revocatorio, mecanismo legal, o a trav¨¦s de un gobierno de transici¨®n acordado en las negociaciones. En cualquiera de los dos escenarios, la OEA debe ser parte del proceso con la Carta Democr¨¢tica en la mano, instrumento que existe para exigir a los Estados miembros observar las normas del derecho internacional y los compromisos contra¨ªdos en materia de democracia.
El di¨¢logo tiene sentido, pero repetir la experiencia de 2014 ser¨ªa catastr¨®fico. La comunidad internacional no puede dejar semejante responsabilidad en manos de Samper y Rodr¨ªguez Zapatero, no tienen legitimidad a los ojos de la oposici¨®n. Si hay di¨¢logo ello debe producir una salida de la actual par¨¢lisis. Su fracaso, como en 2014, significar¨ªa una tr¨¢gica disoluci¨®n.
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