Morirse de envidia (Ayuntamiento, Oslo)
Dijo el ciclista Mart¨ªn Emilio ¡°Cochise¡± Rodr¨ªguez, campe¨®n mundial, que ¡°en Colombia se muere m¨¢s gente de envidia que de c¨¢ncer¡±
Dijo el ciclista Mart¨ªn Emilio ¡°Cochise¡± Rodr¨ªguez, el campe¨®n mundial de pista en 1971, que ¡°en Colombia se muere m¨¢s gente de envidia que de c¨¢ncer¡±. Tendr¨ªa que haber visto la indignaci¨®n de la veintena de criollos que protestaron frente a la embajada de Noruega ¨Cy haber le¨ªdo las declaraciones mezquinas de la oposici¨®n comandada por el expresidente Uribe¨C cuando le estaban entregando el Premio Nobel de la Paz al hombre que han querido ver como a un enemigo porque alg¨²n enemigo han de tener: pura ceguera, puro resentimiento transmitido de generaci¨®n en generaci¨®n, pura ilusi¨®n de que lo que han ganado los dem¨¢s se lo han robado a ellos, pura envidia. C¨®mo hacen para verle el lado malo al fin de esa guerra. Por qu¨¦ tanto odio. Por qu¨¦ no les gusta esta paz si en el peor de los casos es mejor que el desangre.
Porque no les sirve. Quieren volver al poder en el hipot¨¦tico 2018. Y esta es una paz que hizo otro: el presidente Santos, que fue uno de los suyos hasta que dej¨® de ser uribista en el mal sentido de la palabra. Reconocer lo obvio ¨Cque es mejor que las Farc se acaben¨C ser¨ªa una sensatez, pero se trata de ser Donald Trump. Porque el odio no s¨®lo crea adicci¨®n, sino que recluta. Porque, luego de ocho a?os de populismo protagonizados por Uribe, a demasiados colombianos se les ha metido en la cabeza que a uno le tiene que gustar su presidente. Y han encontrado en Santos un blanco f¨¢cil: un arist¨®crata, un heredero, un bogotano, en un pa¨ªs que ha sido gobernado como un feudo, ¡°?fuera!¡±. Y han sabido capitalizar el rencor que la guerrilla empez¨® a ganarse el d¨ªa en que empez¨® a atacar al pueblo.
Est¨¢n dispuestos a todo con tal de quedarse con todo. En la semana del Nobel, que era un buen momento para callar, el inescrupuloso Uribe fue a Washington a insinuarles a los amigos de Trump ¨Cque hablan su lengua¨C que Santos est¨¢ montando una dictadura. Y algunos de sus reclutas han llegado al extremo de servirse del brutal crimen de una ni?a ind¨ªgena de siete a?os en un apartamento de la clase alta de Bogot¨¢ ¨Cla noticia que ha obligado a la sociedad colombiana a poner la mirada sobre la sociedad bogotana¨C para acusar a los asqueados y a los indignados de inconsistentes: ¡°ahora s¨ª quieren todo el peso de la ley, pero est¨¢n dispuestos a perdonar a las Farc¡¡±. Por supuesto, olvidan que en ambos casos se espera verdadera justicia: reparaci¨®n. Y lo olvidan porque lo suyo es poner en escena conjeturas malsanas.
Y aplazar la realidad: repetir que la paz con las Farc ser¨¢ mala ¨Cque desatar¨¢ la violencia de siempre¨C hasta que siga la guerra.
S¨®lo una voz entre la envidiosa oposici¨®n, la de la candidata conservadora Marta Luc¨ªa Ram¨ªrez, son¨® cuerda en la ma?ana del Nobel: ¡°a partir del hecho cumplido debemos trabajar todos por el respeto al otro y a la ley para lograr la paz m¨¢s all¨¢ de nuestras cr¨ªticas al acuerdo¡±, dijo mientras Santos le¨ªa en el ayuntamiento de Oslo un valiente y emocionante discurso cuyo cl¨ªmax era la verdad ¡°hay que replantear la guerra mundial contra las drogas¡±. S¨ª, es mejor corregir algo que existe a corregir algo que no existe; que se acabe una guerrilla puede librar a la izquierda de un estigma que este a?o les ha costado la vida a 91 defensores de los derechos humanos, pero d¨ªgaselo usted a un pol¨ªtico en campa?a. Conviene ver el pa¨ªs propio con ojos de extranjero: Colombia es una guarida de victimarios, pero tambi¨¦n es este pa¨ªs de v¨ªctimas que ten¨ªa que ganarse el Premio Nobel de la Paz por sobreponerse a una guerra de sesenta a?os.
Conviene ser un colombiano que vive en Noruega: reconocerle a Santos que ¨¦l y los negociadores de ambas partes han echado a andar un pa¨ªs sin las Farc. Pero d¨ªgaselo usted a un colombiano envidioso.
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