Un juez proh¨ªbe a una mujer transg¨¦nero ver a sus hijos jud¨ªos ultraortodoxos
El fallo se argumenta en que el contacto con el padre provocar¨ªa la marginaci¨®n de los ni?os en su comunidad
![Pablo Guim¨®n](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2Fa00af343-f7c5-486c-a36f-64d793d68cb2.jpg?auth=2090fde44dc3ebde7bf0c8161790a138d14fe6ac1aa7e387dbc197fc9f4fc50b&width=100&height=100&smart=true)
![Ephraim Mirvis, el Gran Rabino británico, el 1 de febrero.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/5JGRDMTBW7CB6TJTLK3RMYRPAQ.jpg?auth=76e0e42c83fc8d191b33ab678b7707af0c0d813726de88b9f87222793e995c7f&width=414)
Un juez brit¨¢nico ha negado a una mujer transg¨¦nero el contacto directo con sus cinco hijos argumentando que permit¨ªrselo provocar¨ªa que los peque?os y su madre fueran marginados en la comunidad de jud¨ªos ultraortodoxos en la que viven. La mujer, que luchaba por poder ver a sus hijos desde que abandon¨® su hogar en 2015, solo podr¨¢ escribirles cuatro cartas al a?o a cada uno. El juez asegur¨® haber tomado la decisi¨®n ¡°con gran dolor y sabiendo el sufrimiento que causar¨¢¡±, pero considera que hay una posibilidad real de que ¡°los ni?os y su madre sean marginados o excluidos en su comunidad ultraortodoxa¡±.
La pregunta a la que deb¨ªa dar respuesta el juez era clara: ?Debe permitirse a una mujer transg¨¦nero ver a sus hijos, que viven en una comunidad ultraortodoxa, ante la amenaza de ostracismo a la familia? La respuesta del juez, en un fallo de 41 p¨¢ginas, ha sorprendido a muchos. ¡°He llegado a la poco agradable conclusi¨®n de que la probabilidad de que los ni?os y la madre fueran marginados o excluidos por la comunidad ultraortodoxa es tan real, y las consecuencias tan graves, que este ¨²nico factor, a pesar de las muchas desventajas, debe prevalecer sobre las muchas ventajas del contacto¡±, escribe el juez.
Colisionaban en el caso varios derechos aparentemente incompatibles: el de los ni?os, de entre dos y 12 a?os, a disfrutar del contacto con sus dos progenitores; el de los colectivos religiosos a vivir seg¨²n sus creencias; el de las personas transg¨¦nero a recibir un trato igual. ¡°Estos ni?os est¨¢n atrapados entre dos maneras de vivir aparentemente incompatibles. Ambas minor¨ªas gozan de la protecci¨®n de la ley: por un lado, el derecho a la libertad religiosa; por el otro, el derecho [del padre transg¨¦nero] a un trato igual¡±, dice una sentencia que ofrece un ins¨®lita mirilla para asomarse a una sociedad extremadamente cerrada.
La mujer, treinta?era, a la que la sentencia identifica solo como J, para proteger la intimidad de los hijos, creci¨® en una comunidad jared¨ª en el norte de Manchester. Se trata de una rama del juda¨ªsmo ultraortodoxo en la que la ley jud¨ªa rige muchos aspectos de la vida diaria. Los jared¨ªes, t¨¦rmino que podr¨ªa traducirse como ¡°aquellos que tiemblan ante a palabra de dios¡±, hablan yidis y viven en comunidades muy cerradas donde no est¨¢ permitido el acceso a la televisi¨®n ni a Internet. Los hombres llevan trajes oscuros y sombreros negros, y llevan barbas largas y los caracter¨ªsticos peyot, mechones largos que caen a los lados de la cabeza. Las mujeres visten sobrias, con faldas largas, y el pelo cubierto, igual que las piernas y los brazos.
En ese entorno, J empez¨® a cuestionarse su sexualidad cuando ten¨ªa seis a?os. Bajo el estricto atuendo se ocultaba un tormento interior que desemboc¨® en ideas de suicidio, como reconoci¨® en una entrevista (tambi¨¦n identificado solo con una inicial) en The Jewish Chronicle en 2015.
En 2001 sus padres le organizaron un matrimonio arreglado, como mandan las costumbres jared¨ªes. J trataba de reprimir sus sentimientos entreg¨¢ndose a la devoci¨®n religiosa. Su esposa pensaba que la profunda tristeza de J, que siempre fue un buen padre para sus hijos, se deb¨ªa a una crisis de fe.
Finalmente, J recurri¨® a un grupo de apoyo para personas LGBT y encontr¨® la fuerza para abandonar la comunidad. No inform¨® a su esposa hasta que ya se hab¨ªa ido y solo cont¨® sus intenciones a su hijo de 12 a?os, cinco d¨ªas antes de partir. Los motivos de la huida de J salieron a la luz una semana despu¨¦s de su marcha. El shock provoc¨® que su esposa se recluyera en su casa durante tres meses y tuviera que recurrir a ayuda psicol¨®gica para tratar de comprender la decisi¨®n de su marido.
J acept¨® el ostracismo al que fue sometido por su comunidad, pero se mor¨ªa de ganas de ver a sus hijos. Tras una serie de fracasados intentos de hacerlo, decidi¨® recurrir a los tribunales. Declar¨® ante el juez que aceptar¨ªa cualesquiera condiciones de los contactos, incluso mostrarse, en los primeros encuentros, lo m¨¢s parecido que pudiera a un hombre. Al fin y al cabo, tal como se?al¨® el juez, J pasaba de ser el var¨®n de una familia en una estricta comunidad religiosa a una mujer soltera en la sociedad exterior.
Cualquier contacto, aleg¨® la madre de los ni?os, provocar¨ªa la marginaci¨®n de los ni?os y su exclusi¨®n de celebraciones familiares y sociales. Los temores de la madre fueron confirmados ante el juez por un rabino. En la ley jud¨ªa, igual que en la inglesa, se?al¨® el rabino, ¡°los intereses de los ni?os son supremos¡±.
Fue uno de los hijos de J el que prest¨® el ¨²ltimo testimonio en el juicio. Tener contacto con su padre le llevar¨ªa a sufrir abusos y perder a sus amigos, le dijo al juez. ¡°Si le importo, [mi padre] me dejar¨¢ en paz¡±, concluy¨®. Peritos expertos en psicolog¨ªa infantil aseguraron que ¡°la identidad de los peque?os estaba completamente vertebrada en su lugar en la comunidad¡±.
El juez enumer¨® una serie de argumentos a favor del contacto directo, entre ellos el de que ¡°una experiencia con el mundo m¨¢s amplio¡± podr¨ªa ¡°abrirles la puerta [a los ni?os] para tomar decisiones vitales por ellos mismos a medida que maduran¡±. Pero al final prevaleci¨® el principal argumento en contra: no exponerlos a la marginaci¨®n por parte de su comunidad. ¡°El contacto plantea el riesgo claro de que los ni?os y su madre se conviertan en las pr¨®ximas v¨ªctimas de la colisi¨®n entre dos mundos inconexos¡±, dice el juez. ¡°Su padre ya ha experimentado las consecuencias de dicha colisi¨®n, y nadie sabe mejor que ella cu¨¢n dolorosas pueden estas ser¡±.
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