Los 10 minutos de terror que apagaron Las Vegas
A la masacre a tiros contra un concierto sigui¨® una noche de p¨¢nico en la ciudad. As¨ª lo cuentan los que lo vivieron
Jasmine Clayton todav¨ªa no puede volver a escuchar esa canci¨®n. ¡°Oigo la primera frase y oigo los disparos¡±. El psic¨®logo le ha recomendado que vaya al lugar de los hechos y la vuelva a poner, que lo intente procesar as¨ª. Y eso estaba haciendo el mi¨¦rcoles por la tarde. Clayton, de 26 a?os, hab¨ªa ido a la esquina del bulevar principal de Las Vegas con la calle Reno, frente al hotel Mandalay Bay, para escuchar en su m¨®vil When she says baby, la canci¨®n que estaba tocando el artista country Jason Aldean cuando empezaron los disparos.
Eran las 22.05 del pasado domingo en Las Vegas y acababa de comenzar la mayor matanza a tiros de la historia de Estados Unidos. Un solo hombre, Stephen Paddock, de 64 a?os, encerrado en una habitaci¨®n de hotel con 23 armas, estaba disparando desde la ventana una lluvia de tiros contra 22.000 personas que asist¨ªan al festival de m¨²sica country Route 91 Harvest, en un descampado en la acera de enfrente. Murieron 58 personas y 487 resultaron heridas. Fueron 10 minutos de disparos, m¨¢s de una hora de caza al asesino, una noche entera de caos en Las Vegas. El terror y el desconcierto, a¨²n no han terminado.
La mayor¨ªa de los testigos coincide en que pensaron que se trataba de alg¨²n tipo de pirotecnia de la actuaci¨®n. Otros, que era un helic¨®ptero. Dicen que hubo una pausa despu¨¦s de los primeros tiros. Y que entonces empezaron a caer r¨¢fagas de balas del cielo sin parar. Algunos dicen que no reaccionaron hasta que vieron a alguien caer muerto delante de ellos. Otros, que supieron inmediatamente lo que estaba pasando. Clayton y su amiga Marlena salieron corriendo hacia el lado opuesto a los disparos y se refugiaron entre dos camiones de comida. Tuvieron suerte. Mucha gente sali¨® por la puerta de la calle, es decir, hacia el asesino.
Para hacerse una idea de la escena no vale con un solo relato. Tiffany Huizar, de 18 a?os, cay¨® al suelo con un balazo en la barriga. Aun as¨ª logr¨® correr y sali¨® de all¨ª gracias a que un hombre la subi¨® a un cami¨®n y se la llev¨® al hospital, contaba su t¨ªo, Enrique Le¨®n, a las puertas del centro. Ha perdido parte del intestino. Randyn Recolan, de 17 a?os, estaba con su novia, Brianna Morchause, que cay¨® al suelo y le pasaron cinco personas por encima. El mi¨¦rcoles segu¨ªa en el hospital. Vio a la madre de una amiga echarse encima de ella y recibir un balazo en el cuello, contaba. ¡°Empez¨® a caer gente al suelo a mi alrededor¡±. El cantante mexicano Israel Caba?as estaba entre el p¨²blico. Recuerda ¡°ver a la gente caer¡± a su alrededor. ¡°Ven¨ªan agarr¨¢ndose el est¨®mago, sangrando, heridos en la pierna¡ h¨ªjole¡±. Como muchos, empez¨® a agarrar vallas para convertirlas en camillas y sacar gente de all¨ª.
Mientras, en la acera de enfrente, un guardia de seguridad del hotel Mandalay Bay llamado Jes¨²s Campos subi¨® al piso 32. Se acerc¨® por el pasillo a la habitaci¨®n 135, una suite de dos habitaciones y 158 metros cuadrados, orientada al noreste y con vista panor¨¢mica de todo el strip, la avenida m¨¢s tur¨ªstica de Las Vegas. Recibi¨® una r¨¢faga de unos 200 disparos. Uno de ellos le alcanz¨® en la pierna. Dos polic¨ªas, que estaban en el piso 31, se dan cuenta de d¨®nde vienen los disparos. Las autoridades consideran que la distracci¨®n del asesino con Campos salv¨® muchas vidas. Paddock le vio llegar porque ten¨ªa c¨¢maras instaladas en el pasillo. A las 22.15, Paddock dispar¨® el ¨²ltimo tiro. Los agentes que estaban en el piso de abajo llegaron dos minutos despu¨¦s y Campos les explic¨® la situaci¨®n.
Junto al recinto del concierto hay una gasolinera Arco con una tienda de alimentaci¨®n Am/Pm. Tras el mostrador estaba Pedro Salda?a, de 26 a?os. ¡°Est¨¢ a¨²n traumatizado por lo que vio¡±, cuenta su hermana Cristina. La gente empez¨® a entrar en manada por la puerta y a esconderse en todos los rincones. ¡°Se metieron en la c¨¢mara frigor¨ªfica¡±. Hab¨ªa tanta gente que rompieron los cristales de la puerta. En medio de la gasolinera hay una toalla que cubre un charco de sangre. ¡°All¨ª muri¨® un hombre al que la bala le hab¨ªa entrado por el ojo¡±, cuentan los empleados.
A ocho kil¨®metros de all¨ª, Kevin Menes, m¨¦dico de urgencias de 40 a?os, hab¨ªa empezado su turno a las ocho de la tarde en el hospital Sunrise, al norte del strip. Ve heridas de bala todos los d¨ªas. Cuando lleg¨® al hospital el rumor de que hab¨ªa un suceso con m¨²ltiples v¨ªctimas, puso la radio de la polic¨ªa. ¡°Pude o¨ªr los tiros mientras hablaban entre ellos¡±, contaba. Los cuatro m¨¦dicos de guardia ordenaron inmediatamente preparar los 20 quir¨®fanos del hospital, todas las camillas y todas las sillas de ruedas disponibles. Sobre las 22.30 llegaron los primeros heridos, y no pararon de llegar durante horas.
Su trabajo fue hacer el primer diagn¨®stico de gravedad, de un vistazo. ¡°Tuve menos de 30 segundos para cada uno. En ese momento te concentras en encontrar el agujero y decidir si van a morir en cuesti¨®n de minutos o no¡±. Los fue clasificando: rojo, necesita ser intervenido inmediatamente; amarillo, puede aguantar un rato, pero necesita ir al quir¨®fano; verde, su vida no corre peligro. ¡°Si te equivocas, puedes matar a alguien¡±. No miraba a los ojos, no preguntaba nada, explica. Solo ten¨ªa tiempo para encontrar el agujero de bala y decidirse por un color. ¡°La gente me se?alaba el agujero de los m¨¢s graves para ayudarme¡±. Vio agujeros ¡°en todas las partes donde pueda entrar una bala, cuello, cabeza, pierna, genitales, todo lo que te puedas imaginar¡±.
Menes, especialista en t¨¦cnicas de resucitaci¨®n, recibi¨® a m¨¢s de 200 heridos de bala aquella noche. Todos fueron operados antes de las cinco de la madrugada, unos 30 a la hora. ¡°Perdimos algunos, alrededor de una decena¡±. No sabe cu¨¢ntos llegaron ya muertos, pero recuerda que a algunos no pod¨ªa encontrarles el pulso durante esos pocos segundos de diagn¨®stico. ¡°Yo los mand¨¦ al quir¨®fano igual, para darles una ¨²ltima oportunidad¡±.
M¨¢s de una hora despu¨¦s del ¨²ltimo tiro, a las 23.27, un equipo de operaciones especiales de la polic¨ªa (SWAT) entra por la puerta de la suite y encuentra el cad¨¢ver de Paddock y 23 armas. Al menos 12 de ellas son rifles de asalto modificados legalmente para que disparen como metralletas. Hay una nota. Las autoridades no han revelado su contenido, pero no es de suicidio.
A esas horas, los espa?oles Pedro Mart¨ªn y Alejandro Urbano, de la empresa espa?ola Blue, Gray & Co., se encontraban con 11 clientes a las puertas de una discoteca del hotel casino Bellagio, a casi dos kil¨®metros del suceso. ¡°Empez¨® a venir una masa de gente corriendo. Como agua. Tiraban cosas, tiraban las vallas. El personal de la discoteca desapareci¨®¡±, contaba Urbano. ¡°Hab¨ªa familias con ni?os, la gente con la cara desencajada, como si hubiera visto algo¡±. Atravesaron el Bellagio por las cocinas. No llegaron a su hotel hasta las 2.00, despu¨¦s de horas encerrados en un bar con las calles vac¨ªas y tomadas por la polic¨ªa.
El p¨¢nico se hab¨ªa extendido a toda la ciudad. Personas corriendo ensangrentadas entraban por los pasillos de los hoteles cercanos al suceso: New York, New York, MGM, Tropicana. Scarlett, de 25 a?os, que trabaja en el hotel Paris Las Vegas y no quiere dar su apellido porque se supone que no debe hablar, asegura que les dijeron que hab¨ªan informado a todos los casinos de que hab¨ªa tres tiradores. ¡°Se lleg¨® a decir que hab¨ªa un autob¨²s que iba por la calle dejando tiradores en los casinos¡±. Los rumores de este tipo han durado toda la semana en Las Vegas, que no logra hacerse a¨²n a la idea de que semejante caos fuera obra de un solo hombre.
Porque el relato todav¨ªa no tiene sentido. Las autoridades tampoco lo entienden. Paddock era, seg¨²n su familia, un hombre con dinero, ten¨ªa una relaci¨®n sentimental, varias casas, viv¨ªa la vida de jugador profesional que le permit¨ªa estar invitado en la suite del Mandalay Bay. Sin levantar aparentemente ninguna sospecha, ninguna alarma, compr¨® 33 armas en los ¨²ltimos 11 meses, planific¨® con todo detalle la masacre y la ejecut¨®. ?Por qu¨¦? ?Por qu¨¦ ese concierto? ?Por qu¨¦ ese d¨ªa? Una semana despu¨¦s, no hay m¨®vil. Los investigadores comparten la frustraci¨®n de todo el pa¨ªs. No hay relato, no hay un boceto de explicaci¨®n, no hay consuelo. Solo los hechos y las v¨ªctimas.
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