Trump siembra la discordia al reconocer Jerusal¨¦n como capital de Israel
El presidente de EE UU rompe con d¨¦cadas de pol¨ªtica exterior estadounidense. La Casa Blanca intenta amortiguar la reacci¨®n palestina y se?ala que la mudanza de la embajada tardar¨¢ a?os
Los vientos de la ira vuelven a amenazar Oriente Pr¨®ximo. En un gesto tan simb¨®lico como demoledor, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha reconocido hoy a la milenaria Jerusal¨¦n como capital de Israel y ha ordenado un plan para trasladar ah¨ª su Embajada. Aunque la mudanza de la sede diplom¨¢tica tardar¨¢ a?os y puede que nunca se materialice, la proclamaci¨®n rompe con cualquier atisbo de neutralidad y abre un ciclo sombr¨ªo para las ag¨®nicas negociaciones de paz entre israel¨ªes y palestinos. ¡°Estamos aceptando lo obvio. Israel es una naci¨®n soberana y Jerusal¨¦n es la sede de su Gobierno, Parlamento y Tribunal Supremo¡±, sentenci¨® Trump.
El presidente ha vuelto a actuar de espaldas al mundo. Europa, China, las grandes potencias musulmanas e incluso el Papa han alertado del volc¨¢n que est¨¢ a punto de entrar en erupci¨®n. ¡°Hago un fuerte llamamiento para que todos respeten el statu quo de la ciudad, de conformidad con las resoluciones pertinentes de la ONU¡±, ha declarado Francisco, recogiendo un clamor del que solo Rusia, que ya apoy¨® a principios de a?o Jerusal¨¦n Oeste como capital israel¨ª y Este como palestina, se ha distanciado.
Ante la tormenta, Trump se ha refugiado en que se trata del ¡°reconocimiento de una realidad hist¨®rica¡±, la aceptaci¨®n de un hecho consolidado tanto por el pasado como por el presente. ¡°Jerusal¨¦n es el coraz¨®n de una de las m¨¢s exitosas democracias del mundo, un lugar donde jud¨ªos, musulmanes y cristianos pueden vivir seg¨²n sus creencias. En 1995, el Congreso aprob¨® por abrumadora mayor¨ªa reubicar ah¨ª la Embajada y desde entonces todos los presidentes han aplazado la decisi¨®n por miedo a afectar las negociaciones de paz, pero d¨¦cadas despu¨¦s no estamos m¨¢s cerca del acuerdo. Este es un paso largamente postergado que permitir¨¢ avanzar en el proceso y trabajar en la consecuci¨®n del pacto¡±, se justific¨® el presidente.
Pocos expertos creen que el giro sea tan as¨¦ptico. El reconocimiento alcanza la m¨¦dula de las relaciones palestino-israel¨ªes. Jerusal¨¦n no es solo una ciudad o una capital. Es un s¨ªmbolo. Un lugar roto por la historia, cuarteado por siglos de luchas y ocupaciones hasta formar un rompecabezas que nadie ha logrado resolver. Reclamada por israel¨ªes y palestinos, la comunidad internacional hab¨ªa soslayado el dilema edificando sus Embajadas en Tel Aviv y dando a esta tierra milenaria un estatuto m¨¢s propio del limbo que de una naci¨®n desarrollada.
La decisi¨®n de Trump acaba con esta distancia y toca carne viva. De un manotazo impone un nuevo equilibrio de fuerzas. El tablero proisrael¨ª gana ficha y los palestinos retroceden, abri¨¦ndose otra vez la espita del conflicto. ¡°Esto es un disparate de dimensiones hist¨®ricas. Los intereses de Estados Unidos van a quedar da?ados por muchos a?os y la regi¨®n se vuelve mucho m¨¢s vol¨¢til¡±, ha afirmado en un comunicado John Brennan, exdirector de la CIA (2013-2017).
Para amortiguar las reacciones adversas, la Casa Blanca ha tratado de deslindar el reconocimiento de Jerusal¨¦n de cualquier negociaci¨®n. ¡°Durante a?os, hemos mantenido la ambig¨¹edad para facilitar el proceso, pero ahora consideramos que la ubicaci¨®n f¨ªsica de la Embajada no es materia de un posible acuerdo y que, en todo caso, no cambia en nada nuestra pol¨ªtica en la zona¡±, detall¨® un responsable del Departamento de Estado. El mismo Trump, en su discurso, ha insistido en que EEUU sigue apoyando un acuerdo de paz y que la decisi¨®n no afecta al estatuto de soberan¨ªa de Jerusal¨¦n ni a la demarcaci¨®n de fronteras. ¡°Mantenemos nuestro compromiso de un pacto aceptable para ambos. Es tiempo de di¨¢logo, no de violencia¡±, afirm¨® el presidente.
En este intento de rebajar la tensi¨®n, los portavoces de la Casa Blanca han recalcado que el desplazamiento de la Embajada de Tel Aviv a Jerusal¨¦n requerir¨¢ a?os. Han alegado para ello todo tipo de motivos de seguridad, burocr¨¢ticos y constructivos, e incluso han recordado que Trump ha vuelto a firmar el aplazamiento de seis meses que exige el Congreso para mantener la legaci¨®n actual. Todo ello no ha podido ocultar que en esta jugada ha habido un ganador: Israel y sus halcones en la Casa Blanca. Entre ellos, el mismo presidente.
La declaraci¨®n de Jerusal¨¦n es una promesa electoral del republicano. No pudo llevarla a cabo en mayo, cuando cumpl¨ªa el plazo de la anterior pr¨®rroga, pero esta vez no ha dejado pasar la ocasi¨®n. Aunque la mudanza tardar¨¢ y quiz¨¢, al igual que tantas cosas en Oriente Pr¨®ximo, nunca se haga realidad, ha aprovechado para mostrarse ante sus financiadores electorales y sus votantes, sobre todo jud¨ªos y evangelistas, como el hombre que cumple su palabra. Con su declaraci¨®n se ha desmarcado de sus antecesores, y ha reafirmado su vitola de pol¨ªtico sin ataduras y casi marginal, capaz de quebrar los tab¨²es del pasado y construir una estructura de relaciones internacionales fiel a lo que ¨¦l considera los intereses de Estados Unidos. Las consecuencias, como ya ocurri¨® con la salida del pacto contra el cambio clim¨¢tico, no importan demasiado.
Para los palestinos el mensaje es devastador. Con un proceso paz depauperado, Washington ha hecho o¨ªdos sordos a las grandes potencias europeas y musulmanas, y ha mostrado una vez m¨¢s su lejan¨ªa de los compromisos hist¨®ricos. La interpretaci¨®n es clara. En este nuevo periodo, todo es mutable y ni siquiera la soluci¨®n de los dos Estados es segura, si Israel la rechaza.
Pero poner a los palestinos cara a la pared, aunque solo sea en el terreno simb¨®lico, no deja de ser una apuesta arriesgada. Una estrategia que en Oriente Pr¨®ximo, donde los problemas se miden por siglos y no por a?os, puede fallar. O lo que es peor, reactivar la violencia. La llama eterna.
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